Los sellos secretos. Rafael Vidal

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Los sellos secretos - Rafael Vidal Colección Nueva Era

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las palmas de sus manos frente a su cara, pareció sumirse en una profunda oración. El tiempo se detuvo y yo permanecí inmóvil frente al anciano lo que pudo haber sido un segundo o un siglo. De su cuerpo emanaba la misma calidad de luz que emanaba de las paredes del templo, pero ahora noté que se hacía cada vez más intensa. El solitario monje se hizo cada vez más brillante, hasta que alcanzó la intensidad de miles de soles. Pero su luz, intensa como era, lejos de herir mis ojos me llenaba poco a poco de una inmensa y profunda paz, y así fue como comenzó un irreversible cambio en mi interior.

      El Jardín

      —¡Acompáñame! —La voz del anciano me sacó bruscamente de un profundo trance.

      No me había dado cuenta que había cerrado mis ojos también. Pensé que había estado contemplando la luz todo el tiempo, pero en verdad ya no necesitaba de mis ojos para verla. Aún sin mirarla me regodeaba en su intensidad, y en la paz, la serenidad y la armonía de la que esa luz me llenaba.

      —Ven. Ponte de pie y acompáñame —dijo el Alto Sacerdote, quien se encontraba él mismo de pie a mi lado—. Vamos a dar un paseo, que tengo mucho que contarte.

      Me puse de pie y lo seguí hacia una de las trece puertas que había en ese gran salón. Al atravesar su umbral nos encontramos en un amplísimo jardín, tan amplio en verdad que más bien parecía una infinita pradera. El jardín me impactó por su tamaño, pero más aún por su belleza. Era como ver un óleo de infinidad de flores coloridas esparcidas a lo largo y ancho de un mar de césped cuidadosamente cortado, y todo salpicado de árboles de fuertes raíces, robustos troncos y generosas copas.

      El sol bañaba todo de una luz cálida y brillante, o por lo menos así lo pensé al principio. No tardé mucho, sin embargo, en reconocer que esa luz no solo provenía de un sol espectacular que nos parecía acompañar en nuestro paseo, sino que la luz emanaba así mismo de todo cuanto en el jardín había. Los colores parecían saltar de las flores mismas iluminando el jardín con tanta intensidad como el sol. Y lo mismo era con el césped, y con los árboles, y con las piedras, y con todo lo que me rodeaba. Toda esa energía se mezclaba entre sí para brindarme una verdadera sinfonía de luz y de color. Una gran sinfonía de vibraciones. Hasta el aroma de las flores, hasta el olor del rocío, hasta el zumbido de los juguetones insectos se fundían en una infinita orquesta de vida. Todos en armonía. Todos en perfecta sincronización.

      —A ti te preocupa el por qué tú has sido elegido para conquistar la cumbre de la montaña, para iniciarte en los misterios de la vida y la muerte, para despertar del sueño del yo, para iluminarte, y yo te digo que mires a todos quienes has dejado atrás y veas cómo ellos se preocupan de por qué han sido ellos escogidos por el destino para sufrir de enfermedades, de hambre, de pobreza, de pérdidas, de tristeza, de dolor y de muerte. Porque lo primero que tienes que descubrir en ti es que ni tú has sido escogido por mí ni aquellos han sido escogidos por el destino para vivir lo que tienen que vivir.

      Las palabras del Alto Sacerdote seguían teniendo la suavidad y la dulzura de antes, pero estaban investidas también de una gran firmeza. Una firmeza congruente con su caminar pausado pero seguro. Y mientras continuamos caminando tranquilamente, sin rumbo aparente, por el inmenso jardín, el viejo siguió hablando.

      —Debes saber que el único que tiene poder de elección en la existencia de cada uno es uno mismo. En tu caso solo tú has elegido tu realidad, y en el caso de ellos solo ellos pueden haber elegido. Desde el comienzo mismo del tiempo tú elegiste un camino, y lo elegiste porque ese camino te enseñaría algo de ti, te permitiría conocerte aún más a ti mismo, te permitiría autorrealizarte. Solo que ahora has olvidado que fuiste tú mismo quien realizó esa elección. Has entrado en un profundo sueño. Ahora crees que eres la experiencia en sí que tú mismo has elegido vivir. Pero no me malinterpretes, puesto que hasta ese sueño tú lo has elegido. Ahora estás eligiendo despertar. Y créeme que despertarás.

      —Pero, por qué habría de elegir miseria y dolor cuando, según lo que me dices, puede uno elegir lo que uno quiera —le pregunté al anciano—. Por qué no habría uno de elegir riqueza y prosperidad para disfrutar de la vida.

      —¡Ah! Porque lo que tú llamas disfrutar de la vida es justamente el aferrarte a lo que en verdad no es real, es el aferrarte al sueño del que te hablo, que en lugar de ser la realidad es solo una experiencia de aprendizaje, y que insisto, tú mismo has elegido.

      —Entonces ¿cuál es la realidad? —pregunté un poco aturdido.

      —¡Calma guerrero! Todo a su debido tiempo. Veo que estás haciendo un esfuerzo sincero por seguirme y comprender, pero te sugiero que no hagas esfuerzo alguno. No hace falta que aprendas lo que te estoy diciendo, puesto que en verdad ya lo sabes. No hace falta que compares y relaciones lo que estas escuchando con lo que consideras tu conocimiento presente, puesto que no existe comparación alguna de la Verdad con algo que en realidad no es más que un sueño. Mejor libérate de tu conocimiento y recibe esto que te ofrezco como si fueras un recipiente vacío. No trates de comprender lo que a partir de ahora descubrirás, porque lo que de mí recibas no se puede comprender con la razón sino con el sentimiento.

      »Vamos, entonces, a lo de tu proceso de aprendizaje. En este universo que tú conoces, al menos por ahora, existe solo una fuerza. Los hombres de ciencia se han quemado el cerebro tratando de entender la realidad y de darle forma, y han creado fórmulas y teorías, leyes y principios. Han tratado de darle forma a su universo a través de las fuerzas que han creído descubrir en él. Ellos seguirán haciendo esto hasta que decidan despertar, pero tú debes saber que fuerza solo existe una, así como una sola es la Ley. Los místicos y sabios de este planeta, a falta de palabras para poder expresar la magnitud de esta fuerza única, la han denominado Amor.

      »Pero no confundas el Amor, la fuerza única, la verdad única, con el amor que siente el hombre por la mujer, o la mujer por el hombre. Ni lo confundas con el amor que siente la madre o el padre por sus hijos. Ni lo confundas con el amor que sienten los amigos entre sí. No lo confundas con ningún amor terrenal, puesto que ninguno de ellos es el Amor. El estado de Amor, del Amor Universal, del Amor Verdadero si así prefieres llamarlo, es un estado de Unidad, es un estado de Gozo y Alegría, de Paz y Serenidad. A estos llamaremos de ahora en adelante tus estados esenciales, puesto que el Amor es la esencia misma de la vida.

      —Cuando hablas de Unidad, ¿te refieres a unidad con todos los seres humanos?

      —¡Sí! Y también me refiero a la Unidad con los animales y las plantas, con los insectos y los microbios, con las piedras y las montañas, con la lluvia y los mares, con el viento y la noche, con la luna y los planetas, con las constelaciones y las galaxias, con lo que conoces y con lo que no conoces, porque todo está vivo, y todo surge de la Fuente Única, el Amor. Tú eres parte de ese Amor y con él estás eternamente conectado, y a través de él estás conectado con el resto de la creación. Tu esencia es la misma esencia que la de la montaña ¿recuerdas que tú y la montaña son uno? Tu esencia es la misma que la de los planetas, la tierra, los mares, las selvas, las bestias, y por supuesto que la de los aldeanos que conociste en tu viaje hacia la montaña.

      —¿Quieres decir que esos aldeanos miserables y asustados y yo somos uno?

      —¡Sí y no! Son uno puesto que su esencia y la tuya vienen de la misma fuente, pero cada uno es una manifestación única del Amor.

      —¿Cuál es la fuente?, ¿cuál es el origen?

      —¡Ah! Ahí era a donde yo quería que llegaras, puesto que ahí se encierra la razón misma de tu existencia.

      El Absoluto

      El paseo nos llevó, entre árboles y flores, hasta la base de una cristalina caída de agua que fluía desde una de las

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