El profeta y El jardín del profeta. Khalil Gibran

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El profeta y El jardín del profeta - Khalil Gibran Colección Nueva Era

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      Pues, den ahora que el momento de dar es de ustedes y no de sus herederos.

      Ustedes dicen con frecuencia: “Daría, pero sólo a quien lo merezca”.

      Los árboles de su huerto no se expresan así, tampoco los rebaños de su pradera.

      Ellos dan para vivir, ya que no hacerlo es perecer.

      Con seguridad, todo aquel que merece recibir sus días y sus noches, merece todo lo demás de ustedes.

      Y quien mereció beber el océano de la vida, merece llenar su copa en el pequeño arroyo que les pertenece.

      ¿Y cuál mérito puede ser mayor que aquel que reside en el valor y en la confianza, y no en la caridad de recibir?

      ¿Y quiénes son ustedes, para que los hombres desgarren su pecho y revelen su orgullo para que puedan ver sus valores desnudos y sus orgullos desvergonzados?

      Vean primero si ustedes mismos merecen dar y ser un instrumento del dar.

      Porque, la verdad, es la vida quien le da a la vida, mientras que ustedes que se creen dadores, no son más que testigos.

      Y ustedes los que reciben —y todos ustedes son de ellos— no asuman el peso de la gratitud si no quieren colocar un yugo sobre ustedes y sobre quien les da.

      En cambio, elévense junto al dador en su dar como en unas alas.

      Porque exagerar la deuda es dudar de su generosidad, que posee como madre al libre corazón de la tierra como madre y como padre a Dios».

      El comer y el beber

      Así, un viejo que tenía una posada dijo:

      «Háblanos del comer y del beber».

      Y él respondió:

      «Ojalá puedan vivir del aroma de la tierra y, como una planta en el aire, ser nutridos por la luz.

      Pero ya que deben matar para comer y quitar al recién nacido la leche de su madre para calmar la sed que sienten, hagan de ello un acto de adoración.

      Y hagan que su mesa sea un altar en el que lo puro y lo inocente, el buque y la pradera, sean sacrificados por aquello que es más puro y aún más inocente que el hombre.

      Cuando maten a un animal, díganle con el corazón:

      “El mismo poder que te sacrifica, me sacrifica también a mí. Yo también seré destruido.

      La misma ley que te pone en mis manos me pondrá a mí en manos más poderosas.

      Tu sangre y mi sangre no son más que la savia que alimenta el árbol del cielo”.

      Y cuando muerdan una manzana, díganle con el corazón:

      “Tus semillas vivirán en mi cuerpo.

      Y los botones de tu mañana abrirán en mi corazón. Y tu aroma será mi aliento.

      Y juntos gozaremos a través de todas las estaciones”.

      Y en el otoño, cuando reúnan las uvas de sus vides para el lagar, díganle con el corazón:

      “Yo soy también una vid y mi fruto será llevado al lagar.

      Y como vino nuevo será almacenado en vasos eternos”.

      Y en el invierno, cuando beban el vino, que dentro de su corazón haya un canto para cada copa.

      Y que en ese canto haya un recuerdo para los días de otoño y para la vid y para el lagar».

      El trabajo

      Entonces, le dijo un labrador:

      «Háblanos del trabajo».

      Y él le contestó:

      «Trabajan para seguir el ritmo y el alma de la tierra.

      Porque estar ocioso es transformarse en un extraño en medio de las estaciones y salirse de la procesión de la vida, que avanza majestuosa y en orgullosa sumisión hacia el infinito.

      Cuando ustedes trabajan, son como la flauta a través de cuyo corazón el susurro de las horas se transforma en música. ¿Quién de ustedes querrá ser una caña silenciosa y muda cuando todo canta al unísono?

      Se les ha dicho siempre que el trabajo es una maldición y la labor una desgracia. Pero yo les digo que cuando trabajan, realizan una parte del más distante sueño de la tierra, concedida a ustedes cuando ese sueño fue nacido. Y trabajando, en realidad, están amando la vida.

      Y amarla a través del trabajo, es estar muy cerca del más reservado secreto de la vida.

      Pero si, en el dolor que sienten, llaman al nacer una aflicción y al soportar la carne una maldición escrita en su frente, yo les responderé que nada más que el sudor de su propia frente lavará lo que está escrito.

      También se les ha dicho que la vida es oscuridad y, en la fatiga que sienten, se hacen eco de la voz del fatigado.

      Y yo les digo que la vida, en realidad, es oscuridad cuando no hay un impulso.

      Y todo impulso es ciego si no hay conocimiento.

      Y todo conocimiento es vano si no hay trabajo.

      Y todo trabajo es vacío si no hay amor.

      Y cuando trabajan con amor se unen con ustedes mismos, y con los otros, y con Dios.

      ¿Y qué es trabajar con amor?

      Es tejer la tela con hilos extraídos de su corazón como si su amado fuera a usar esa tela.

      Es levantar una casa con afecto, como si su amado fuera a vivir en ella.

      Es plantar semillas con ternura y cosechar con alegría, como si su amado fuera a gozar ese fruto.

      Es infundir el aliento de su propio espíritu en todas las cosas que hagan.

      Y saber que todos los muertos benditos se encuentran ante ustedes observando.

      A menudo he oído decir, como si fuera en sueños, “El que trabaja en mármol y encuentra en la piedra la forma de su propia alma es más noble que el que labra la tierra”.

      Y “Aquel que se adueña del arco iris, para colocarlo en una tela convertida en la imagen de un hombre, es más que quien hace las sandalias para nuestros pies”.

      Pero yo digo, no en sueños, sino en el desvelo del mediodía, que el viento no le habla más dulcemente a los robles gigantes que a la más pequeña de las hojas de la hierba.

      Y solamente es grande quien cambia la voz del viento en una canción, haciéndola más dulce por su propio amor.

      El trabajo es el amor hecho visible.

      Y si no pueden trabajar con amor,

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