El profeta y El jardín del profeta. Khalil Gibran

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El profeta y El jardín del profeta - Khalil Gibran Colección Nueva Era

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style="font-size:15px;">      Porque si hornean el pan con indiferencia estarán horneando un pan amargo que solo saciará a medias el hambre del hombre.

      Y si se quejan al apretar las uvas, su resentimiento destilará veneno en el vino.

      Y si cantan, aunque sea como los ángeles, pero no aman el cantar, estarán ensordeciendo los oídos de los hombres para las voces del día y las voces de la noche».

      La alegría y el dolor

      Entonces, una mujer dijo:

      «Háblanos de la alegría y del dolor».

      Él le respondió:

      «Su alegría es su dolor sin máscara.

      Y la misma fuente de donde surge su risa, muchas veces fue llenada con sus lágrimas.

      ¿Cómo puede ser de otro modo?

      Mientras más profundo penetre el dolor en su corazón, más alegría podrá contener.

      ¿No es la copa que contiene su vino la misma copa que estuvo fundiéndose en el horno del alfarero?

      ¿Y no es el laúd que calma su espíritu la misma madera que, con cuchillos, fue tallada?

      Cuando estén contentos miren en el fondo de su corazón y encontrarán que solo aquello que les produjo dolor es lo que les produce alegría.

      Cuando estén tristes miren de nuevo en su corazón y verán que están llorando, en verdad, por aquello que fue su deleite.

      Algunos de ustedes dicen: “La alegría es mayor que el dolor” y otros dicen: “No, el dolor es más grande”.

      Pero yo les digo que son inseparables.

      Ambos vienen juntos y, cuando uno de ellos se siente con ustedes en su mesa, recuerden que el otro está durmiendo en su cama.

      En verdad, ustedes están suspendidos —igual que una balanza—, entre su alegría y su dolor.

      Solo cuando ustedes estén vacíos estarán quietos y equilibrados.

      Cuando el tesorero se levanta para pesar su oro y su plata, es necesario que su alegría o su dolor suban o bajen».

      Las casas

      Entonces, un albañil se adelantó y dijo:

      «Háblanos de las casas».

      Y él respondió, diciendo:

      «Levanten una enramada en el bosque con su imaginación, antes que una casa dentro de los muros de la ciudad.

      Porque, así como tendrán huéspedes en su crepúsculo, así, el peregrino dentro de ustedes se orientará siempre hacia la distancia y la soledad.

      Su casa es su cuerpo grande.

      Crece bajo el sol y duerme en la serenidad de la noche, y sueña.

      ¿No es verdad que sueña? ¿Y que al soñar deja la ciudad por el bosque o la colina?

      ¡Ojalá pudiera reunir sus casas en mi mano e, igual que un sembrador, regarlas por el bosque y la pradera!

      Los valles serían sus calles y los senderos verdes las alamedas y se buscarían el uno al otro a través de los viñedos, para regresar con la fragancia de la tierra en sus vestiduras.

      Pero todo eso aún no puede ser.

      En su miedo, sus antepasados los pusieron demasiado juntos. Y ese miedo durará un poco más. Por un tiempo más, los muros de su ciudad separarán su corazón de sus campos.

      Y díganme, pueblo de Orfalese, ¿qué tienen en esas casas? ¿Qué guardan con puertas y candados?

      ¿Tienen paz, el quieto empuje que muestra su poder? ¿Tienen evocaciones, los arcos resplandecientes que unen las cumbres del espíritu?

      ¿Tienen belleza, que orienta al corazón desde las casas hechas de madera y piedra hasta la montaña sagrada?

      Díganme, ¿tienen eso en sus casas?

      ¿O solo tienen comodidad y el deseo de comodidad? ¿Esa cosa sigilosa que entra en la casa como un huésped y luego se convierte en dueña y después en ama y señora?

      ¡Ay! y termina siendo un domador que con látigo y garfio juega con sus más grandes deseos.

      Aunque sus manos sean suaves, su corazón es férreo.

      Y arrullará sus sueños solo para acostarse con ustedes en su lecho y ofender la dignidad de sus cuerpos.

      Y hace mofa de sus sentidos y los arroja en el cardal como frágiles vasos.

      En verdad, les digo que el apetito de comodidad mata la pasión del alma y luego camina haciendo muecas en el funeral.

      Pero ustedes, seres del espacio, ustedes, inquietos en la quietud, no serán atrapados ni domesticados.

      Su casa no será un ancla, sino en cambio será un mástil.

      No será la cinta reluciente que cubre la herida, sino el párpado que resguarda el ojo.

      Ustedes no plegarán sus alas para poder pasar a través de las puertas, ni agacharán la cabeza para que no toque su techo, ni tendrán miedo de respirar por temor a que sus paredes se resquebrajen o se derrumben.

      No vivirán en tumbas hechas por muertos para los vivos.

      Y aunque magnífica y esplendorosa, su casa no se adueñará de su secreto, ni encerrará su anhelo.

      Porque, lo que en ustedes es ilimitado mora en la mansión del cielo, cuya puerta es la neblina de la mañana y cuyas ventanas son los cantos y los silencios de la noche».

      El vestir

      Y un tejedor dijo:

      «Háblanos del vestir».

      Y él le respondió, diciendo:

      «Sus vestidos esconden mucho de su belleza, pero no cubren lo que no es bello.

      Y aunque ustedes busquen en sus trajes sentirse libres en la intimidad, pueden encontrar en ellos un arnés y una cadena.

      ¡Ojalá pudieran enfrentar al sol y al viento con más de vuestra piel y menos de sus ropajes!

      Porque el aliento de la vida se encuentra en la luz del sol y la mano de la vida se halla en el viento.

      Algunos de ustedes han dicho: “Es el viento del norte quien ha tejido las ropas que usamos”.

      Y yo les digo: ¡Ay! Fue el viento del norte.

      Pero la vergüenza fue su telar y la debilidad de carácter quien le dio sus hilos.

      Y cuando terminó su trabajo, se rio en el bosque.

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