Antes De Que Anhele. Блейк Пирс
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La cuestión sobre si Claire Locke había experimentado inanición o deshidratación en algún grado durante el tiempo que pasó en la consigna fue respondida en el momento que Mackenzie la vio. Aunque Mackenzie no fuera una experta en la materia, las mejillas de la joven tenían un aspecto hueco. Puede que también hubiera algo similar en el estómago, pero no ere evidente debido a la incisión que había hecho el forense.
La mujer que le recibió en la morgue era una señora enorme y extrañamente agradable llamada Amanda Dumas. Saludó cálidamente a Mackenzie y se apoyó sobre una mesa de acero que estaba decorada con las herramientas de su gremio.
“En base a tu examen”, dijo Mackenzie, “¿dirías que la víctima experimentó hambre o deshidratación graves antes de morir?”
“Sí, aunque no sé hasta qué punto, exactamente”, dijo Amanda. “Hay muy poco ácido graso en su estómago, prácticamente nada. Eso, además de algunos signos de deterioro muscular, indican que experimentó al menos los primeros pinchazos de la inanición. Hay cosas que también indican deshidratación, aunque no puedo estar segura de que ninguna de ellas fuera lo que le mató”.
“¿Crees que se desangró antes?”.
“Así es, y con toda franqueza, eso hubiera sido una bendición para ella”.
“En base a lo que has visto con el cadáver, ¿crees que estaba viva cuando la dejaron en la consigna de almacenamiento?”.
“Oh, sin lugar a dudas. Y también diría que fue en contra de su voluntad”. Amanda dio un paso al frente y señaló las laceraciones en la mano derecha de Locke. “Parece que opuso algo de resistencia y que, en algún momento, hizo todo lo que pudo por escaparse”.
Mackenzie vio los cortes y notó que uno de ellos parecía bastante magullado. Podría haber llegado allí por obra del pasador con ranura sobre el que se deslizaba la puerta de la consigna. También vio la uña que se le había roto.
“También hay moratones en la parte de la nuca”, dijo Amanda. Utilizó un peine para retirar el cabello de Claire a un lado. Lo hizo con un respeto y consideración que rezumaban amor. Cuando hizo esto, Mackenzie pudo ver un morado intenso en la base superior de su cuello, donde se le unía el cráneo.
“¿Algún indicio de que estuviera drogada?”, preguntó Mackenzie.
“Ninguno. Todavía queda otro análisis químico que tengo que recibir, pero en base a todo lo demás que he visto, no espero nada de él”.
Mackenzie supuso que el moratón que tenía en la nuca junto con la mordaza que habían encontrado sobre su boca fueron más que razón suficiente para que Claire Locke no montara ningún lío o alarma cuando le llevaron a su consigna de almacén. Pensó de nuevo en las cintas de video, segura de que el conductor de uno de esos coches era el responsable de su asesinato, y de la muerte de la otra persona que habían encontrado la semana anterior, según los informes.
Mackenzie volvió a mirar el cadáver con el ceño fruncido. Sentir cierto remordimiento por alguien a quien habían asesinado era una reacción natural, pero Mackenzie estaba sintiendo un grado más intenso de tristeza con Claire Locke. Quizá fuera porque podía imaginarla completamente sola en esa consigna de almacén, incapaz de moverse apropiadamente o de pedir ayuda.
“Gracias por la información”, dijo Mackenzie. “Mi compañero y yo vamos a estar en la ciudad unos días. Dinos si aparece cualquier cosa en ese informe químico”.
Salió de la morgue y regresó al piso principal. De camino a la diminuta oficina desde la que estaban trabajando Ellington y ella, de detuvo en el mostrador de comunicaciones y pidió una copia del archivo actual sobre Claire Locke. Lo tenía en la mano dos minutos después y se los llevó a la oficina.
Se encontró a Ellington mirando fijamente al monitor, reclinado en su butaca.
“¿Encontraste algo?”, le preguntó ella.
“Nada concreto. He visto otros siete vehículos entrar y salir. Uno se quedó unas seis horas antes de salir. Quiero comprobar con el departamento de policía para ver con quiénes de estas personas ya han hablado. Para que Claire Locke acabara en esa consigna, alguien que aparece en estas cintas ha tenido que llevarla hasta allí”.
Mackenzie asintió para mostrar su acuerdo y empezó a examinar el archivo. Locke no tenía antecedentes criminales en absoluto y no es que los detalles personales ofrecieran gran cosa. Tenía veinticinco años, graduada de la UCLA hace dos años, y había estado trabajando como artista digital con una empresa de marketing local. Padres divorciados, su padre vive en Hawái y su madre en alguna parte de Canadá. No tiene marido, ni hijos, pero había una anotación al final de los detalles personales que afirmaba que habían informado a su novio de su muerte. Le habían llamado el día anterior a las tres de la tarde.
“¿Cuánto tiempo te queda con eso?”, le preguntó.
Ellington se encogió de hombros. “Otros tres días más, por lo visto”.
“¿Estás bien aquí mientras yo me voy a hablar con el novio de Claire Locke?”.
“Supongo”, dijo con un suspiro jocoso. “Llega la vida de casados, será mejor que te acostumbres a verme sentado delante de una pantalla todo el tiempo, sobre todo en temporada de fútbol”.
“Está bien”, dijo ella. “Siempre y cuando no tengas problema con que yo salga por ahí y haga mis cosas mientras tú lo haces”.
Y, para demostrale lo que quería decir, volvió a salir por la puerta. Le gritó mientras se iba corriendo: “Dame unas cuantas horas”.
“Sin duda, pero no esperes tener la cena preparada cuando regreses”.
El humor que compartían le hacía increíblemente feliz de que McGrath les hubiera permitido trabajar juntos en este caso. Entre la lluvia y las nubes que había afuera y la peculiar tristeza que sentía hacia Claire Locke, no sabía si hubiera sido capaz de manejar este caso adecuadamente por su cuenta. Sin embargo, con Ellington a su lado, sentía como si llevara un trozo de su hogar con ella, un lugar al que regresar si el caso se ponía demasiado abrumador.
Volvió a salir afuera. Había caído la noche y a pesar de que la lluvia había vuelto a estabilizarse en forma de leve sirimiri, Mackenzie no pudo evitar pensar que se trataba de una especie de señal de mal agüero.
CAPÍTULO SIETE
Mackenzie no sabía nada sobre el novio, ya que no había nada acerca de él en las notas. Lo único que sabía era que se llamaba Barry Channing y que vivía en 376 Rose Street, Apartamento 7. Cuando llamó al timbre del Apartamento 7, le respondió una mujer que parecía tener cincuenta y muchos años. Parecía cansada y entristecida, y obviamente no le hacía ninguna gracia tener una visita después de las nueve de una noche lluviosa de domingo.
“¿Les puedo ayudar en algo?”, preguntó la mujer,
Mackenzie casi vuelve a comprobar el número sobre la puerta, pero en vez de eso dijo, “estoy buscando a Barry Channing.”
“Yo soy su madre.