Los Obsidianos. Морган Райс

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Los Obsidianos - Морган Райс

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el vidente italiano, guiaba a los cuatro amigos a través de la pared de ladrillos encantada. Cuando aparecieron al otro lado a través del velo, Oliver soltó un grito ahogado al ver lo que les aguardaba.

      Nunca había visto nada parecido. La versión italiana de la Escuela de Videntes era el lugar con el aspecto más extravagante que había visto. Al contrario que la escuela de la Hermana Judith en Inglaterra, que tenía el ambiente de un monasterio, y su propia escuela en los EE. UU., que a veces daba la sensación de ser una nave espacial futurista, esta tenía el ambiente de un palacio real. De alguna manera esperaba ver a un rey entrando a sus anchas por las enormes puertas, o a una fila de músicos con corneta para anunciar su llegada.

      —Por aquí —dijo David, informándoles de lo que Gianni estaba diciendo.

      Entraron a toda prisa dentro de la enorme escuela. Aquí, la opulencia no hacía más que aumentar. Había columnas de mármol y estatuas por todas partes, por no hablar del techo abovedado y pintado con gran detalle. Esto hizo pensar a Oliver en los artistas de la época Renacentista, como da Vinci y especialmente Miguel Ángel, que pintaban enormes murales en los techos de edificios religiosos. Se preguntaba si algunos habían visitado la escuela.

      Mientras iban a toda prisa por los pasillos, Oliver sintió que una extraña sensación de déjà vu se apoderaba de él. No podía entenderlo, pero le daba la sensación de que él ya había estado allí.

      —¿Estás bien? —preguntó Hazel.

      Oliver asintió.

      —He tenido una sensación extraña, eso es todo. Como si yo ya hubiera estado aquí.

      Entre las cejas de Hazel apareció un ceño fruncido.

      —Tal vez has estado. Otro tú, quiero decir. De una línea temporal diferente.

      Oliver reflexionó sobre sus palabras. Evidentemente, era posible que una versión diferente de sí mismo hubiera estado antes en este lugar, pero esto no justificaba la extraña sensación de familiaridad que estaba teniendo Oliver. Cualquier Oliver diferente de una línea temporal diferente tendría recuerdos diferentes. No había manera de que él pudiera acceder a ellos.

      Era un completo misterio. Y aun así, a cada paso que daba, más tenía la sensación de que él ya había hecho este camino.

      Oliver se sacudió los pensamientos de la cabeza. Era imposible. Debía de haber estado pensando en un libro de historia que había leído o en un documental que había visto. Tal vez estaba recordando un sueño. En cualquier caso, no tenía tiempo que perder pensando en ello. Tenía que concentrarse en Ester, en encontrar el Elixir para salvarle la vida.

      Gianni los llevó hasta una gran puerta barnizada y la golpeteó con los nudillos. Giró la cabeza y le dijo algo a David. David pasó el mensaje en inglés a los demás.

      —Esta es la oficina de la directora.

      Oliver tragó saliva. No podía evitar sentirse nervioso cada vez que conocía a otro vidente poderoso y venerado. Respetaba al Profesor Amatista más que a nadie en el universo y conocer a sus homólogos a lo largo de la historia siempre era una experiencia aleccionadora y estresante.

      Gianni abrió la puerta y los hizo pasar dentro del despacho. Era enorme, parecía más el salón de baile de un palacio que el despacho de la directora. Había cuadros grandes con marcos de oro por todas las paredes de color verde oscuro y una enorme chimenea de mármol. Del techo colgaban unos candelabros y el olor a almendras cortaba el aire.

      Cuando se adentraron más, Oliver vio un gran escritorio, detrás del cual estaba sentada una mujer de aspecto sumamente elegante. Aunque era mayor, era extremadamente glamurosa y en su mirada había una energía juvenil. Tenía la misma piel color oliva y los mismos ojos oscuros que Gianni. Sobre un hombro caía el pelo largo y negro en ondas de forma sensual.

      —¿Oliver Blue? —preguntó, con voz suave y rítmica, en un marcado acento italiano.

      —Sí —tartamudeó él, un poco abrumado por su fuerte presencia.

      —Por favor. Sentaos —Señaló con la mano una fila de sillas y sonrió, sus dientes eran blancas, su sonrisa seductora—. Todos.

      Oliver se sentía desconcertado por todo, pero hizo lo que le dijeron. Sus amigos se sentaron junto a él en solidaridad.

      —Soy la directora de la Escuela de Videntes de Roma —anunció la mujer—. Lucia Moretti. En primer lugar, dejad que os dé la bienvenida.

      —Gracias —tartamudeó Oliver. Se sentía un poco aturdido en presencia de una mujer tan elegantemente poderosa.

      La directora continuó:

      —Entiendo que pudiste activar el antiguo portal que se decía que lleva al Elixir. Debo decir que me sorprende bastante que te llevara hasta aquí —Había un destello de emoción en su mirada—. Y pensar que la clave para encontrar el Elixir has estado todo el tiempo en el umbral de mi puerta —Sonrió a Oliver—. No me sorprende que después de todos estos siglos, fueras tú de entre todos el que consiguiera activar el portal, Oliver Blue.

      Oliver frunció el ceño, confundido. ¿Qué significa eso?

      —No lo entiendo —dijo—. ¿A qué se refiere con “de entre todos”?

      —¡Pues que tú eres el hijo de Margaret Oliver y Theodore Blue! —exclamó—. ¿No es así?

      Al oír el nombre de sus padres, Oliver sintió que su corazón empezaba a latir con fuerza. Walter y Hazel dieron un tirón visiblemente en sus asientos. Como dos de los amigos más cercanos de Oliver, sabían a la perfección que él había estado buscando a sus padres desesperadamente.

      —¿Conoce a mis padres? —preguntó Oliver, con una voz que parecía sin aliento por la conmoción.

      —Por supuesto que sí —respondió la directora. Esta frunció un poco el ceño—. Son bastante famosos por esta zona. Pero tú ya lo sabes todo.

      —En realidad no —se apresuró a decir Oliver—. Mis padres me dieron en adopción. No sé nada de ellos —Ahora aceleró la voz, como si intentara ir a toda prisa con la conversación para llegar más rápido a la conclusión—. ¿Están aquí? ¿En Roma? ¿Sabe dónde puedo encontrarlos?

      Lucia Moretti puso cara de decepción.

      —Lo siento. Creo que he hablado cuando no debía.

      —Para nada —respondió Oliver rápidamente—. Por favor, cuénteme lo que sabe. No tengo nada para continuar. Solo sus nombres y que estudiaron en Harvard. Ah, y un cuaderno que era de mi padre.

      La directora levantó lentamente las cejas hacia la frente.

      —¿Un cuaderno? —preguntó—. ¿Puedo verlo?

      —Por supuesto —Oliver cogió el cuaderno de Hazel, que lo tenía guardado en su mochila y se lo pasó rápidamente. Si sabía algo de sus padres, él quería saberlo.

      La Señorita Moretti hojeó el libro.

      —Oliver, ¿sabes qué es esto?

      Él negó con la cabeza.

      —Es

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