Los Obsidianos. Морган Райс
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Empezó a intentar golpear, intentando encontrar a Malcolm desesperadamente, para intentar acertar con cualquiera de sus golpes. Pero fallaba. Solo estaba sacudiendo brazos y piernas. La vergüenza se apoderó de él.
Llegó un tercer golpe. Este le alcanzó en la garganta. El dolor fue tan horrible que Chris sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
Respirando entrecortadamente, cayó de rodillas sobre el suelo empapado. Después se desplomó hacia el lado, sin poder ya sostener su cuerpo, que estaba debilitado por una tos angustiosa. Su cara impactó contra el suelo. Mientras jadeaba, probó el sabor del barro.
Los pies de Malcolm aparecieron a su lado. Cuando alzó la mirada hacia su silueta enmarcada por gotas de agua, el chico sonrió diabólicamente.
Después el Coronel Caín dio un paso adelante y miró hacia abajo a Chris.
—Sí —dijo el Coronel Caín, asintiendo con la cabeza—. Creo que vosotros dos haréis un buen equipo.
CAPÍTULO CINCO
Oliver notó la extraña sensación de que tiraban de su cuerpo al cruzar el portal. No importaba cuántos portales atravesara, nunca se acostumbraría a esa sensación. Parecía que le separaran los átomos y se los volvieran a juntar.
Las parpadeantes luces lilas del portal pasaban zumbando por delante de él, con un brillo cegador, que aumentaba su malestar general. Notaba que las náuseas le revolvían el estómago.
Oliver no podía evitar sentir lástima por sus amigos. Ni Walter ni Hazel habían viajado jamás a través de un portal y este era particularmente salvaje, especialmente teniendo en cuenta que no había ninguna garantía de que consiguieran llegar al otro lado. Solo podía rezar para que fuera capaz de llevarlos a salvo a su destino deseado. Pero si sus intenciones no habían sido lo suficientemente puras, todos serían expulsados al espacio. Contemplar ese pensamiento era demasiado horroroso.
Después de lo que parecieron horas, Oliver oyó un extraño ruido de succión, como agua escurriéndose por un desagüe. A continuación, con un pum como cuando explota un globo, todas las luces intermitentes y las sensaciones de tirón desaparecieron.
Oliver sintió que volaba por los aires como si lo lanzaran con una catapulta. Fue a parar al suelo violentamente y se quejó de dolor.
Por detrás de él se oyeron tres claros golpes secos y Oliver supo que era el ruido de cada uno de sus compañeros al ir a parar al suelo.
Miró hacia atrás. Todos parecían aturdidos y desaliñados. A David se le había deshecho la cola durante el viaje y el moño de Hazel se veía revuelto y torcido. Una vez más, Walter era el que menos se había inmutado. Se levantó de un salto y lanzó un puño al aire.
—¡Ha sido genial!
Oliver se puso de pie con dificultad rápidamente.
—¡Chss! —dijo, corriendo hacia Walter—. No sabemos dónde estamos. ¡No llamemos mucho la atención!
Llegó a Walter a la vez que Hazel y David.
—Lo que lleva a la pregunta —dijo Hazel—. ¿Dónde estamos?
Todos empezaron a mirar alrededor. Estaban rodeados de una serie de edificios que parecían estar en diferentes estados de abandono. Era evidente que en algún momento habían sido iglesias extremadamente decoradas y extravagantes, con escalones de piedra, altas columnas blancas y tejados abovedados, pero algo las había deteriorado. ¿El tiempo? ¿La guerra? Incluso parecía posible que se hubieran llevado los materiales de los edificios. En general, parecía que todo estaba a punto de derrumbarse.
Las calles también estaban sucias. El ganado salvaje deambulaba por ahí, dejando caer excrementos a su paso y algunos zorros entraban y salían a toda prisa de las iglesias.
Oliver se estremeció.
—Algún lugar de Europa. Pero dónde y cuándo exactamente, no tengo ni idea. Vamos a buscar pistas.
Empezaron a pasear por las calles. No había ningún coche, pero sí un montón de estiércol de caballo, lo que les ayudó a restringir la época a antes de la invención del automóvil. Había muy poca gente desperdigada por ahí, principalmente mendigos, lo que hacía que el lugar pareciera un poco una ciudad fantasma.
—Me da la sensación de que la población debe de haberse reducido hace poco —dijo Hazel—. Parece que hay demasiada poca gente para todos estos edificios.
—Así que quizás estemos en algún tipo de ciudad antigua que ha perdido a su gente por alguna razón —sugirió Oliver—. Eso explicaría por qué los edificios parecen tan deteriorados.
—¡Mirad allí! —dijo Hazel, señalando hacia una zona rectangular rodeada por unos grandes edificios que parecían importantes—. Eso parece un foro romano. Solo que está lleno de ganado y mercados —Tenía los ojos muy abiertos por la emoción—. Creo que podríamos estar en Roma. Justo en el umbral del Renacimiento.
—¿De qué? —preguntó Walter.
—El momento en el que Europa marca la transición de la Edad Media a la época moderna —respondió con entusiasmo—. Cuando prosperaron el arte, la arquitectura y la filosofía. ¿No te suena la era de los descubrimientos?
A Walter se le escapó una risa burlona.
—Eres una empollona.
Pero Hazel estaba en racha. Ignoró por completo a Walter y parecía cada vez más emocionada.
—Por eso están cayendo todos los edificios. En el siglo catorce, la economía se desplomó a causa de la guerra y la plaga además de la hambruna por una pequeña edad de hielo. La población se redujo entre un veinticinco y un cincuenta por ciento.
—Así que esto debe ser principios del siglo dieciséis —respondió Oliver.
—Creo que sí —dijo Hazel asintiendo.
Justo entonces, pasaron dos mujeres charlando por delante de ellos. Oliver no entendía el idioma. Pero David estaba escuchando con atención, como sí él tal vez lo entendiera.
Oliver miró a David con las cejas levantadas con esperanza.
—¿Y bien? ¿Las entendiste?
David asintió lentamente.
—Sí. Yo hablo varios idiomas. Quizás esta sea otra razón por la que me envió el Profesor Amatista.
—¿Y? —preguntó Oliver—. ¿Tenemos razón? ¿Estamos en Italia?
David asintió.
—Estamos en Italia.
Oliver no pudo evitar exclamar:
—¡Italia!
Hazel también parecía completamente fascinada por donde