Los Obsidianos. Морган Райс
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Chris parpadeó conmocionado. A su alrededor, oía el ruido de los otros estudiantes obsidianos revolviéndose en sus asientos. Las palabras de la Señorita Obsidiana les cogieron a todos por sorpresa.
—¿Entrenarlo? —soltó Malcolm—. ¿Y qué tal castigarlo?
La Señorita Obsidiana ignoró su arrebato. Su mirada seguía fijada en Chris.
—¿Entrenar? —repitió Chris.
—Sí. Como es debido. Tus poderes son demasiado como para que cualquiera de los profesores de la Escuela de los Obsidianos puedan manejarlos.
La directora chasqueó los dedos y la puerta de detrás suyo se abrió de golpe. Un hombre entró en el despacho. Iba vestido con una larga túnica negra que cubría la totalidad de su rostro y también todo su cuerpo. Las únicas cosas que se veían eran sus brillantes ojos azules, los ojos azul chillón de un vidente canalla.
—Este es tu nuevo entrenador —le dijo la Señorita Obsidiana a Chris—. El Coronel Caín.
Chris reconoció al hombre al instante. Era uno de los luchadores del ejército oscuro que había luchado contra la Hermana Judith junto a él en la Inglaterra de los años 1690.
Su corazón empezó a latir con fuerza. Se sentía mareado por la emoción. Unos segundos atrás esperaba un duro castigo, ¡pero ahora en su lugar descubría que lo entrenaría un soldado del ejército oscuro! Era un cambio bastante grande el que tenía que hacer su mente.
A pesar de todos sus intentos por mantener un gesto inexpresivo, Christopher sintió que una sonrisa aparecía en la comisura de sus labios. Cuando estuvo en Inglaterra en los años 1690, luchando junto al ejército oscuro, había sentido una llamada hacia ellos, una especie de señal que le decía que él encajaba mucho más en el ejército que en la escuela obsidiana. Ahora su deseo se estaba haciendo realidad.
—Será extremadamente duro —gritó la Señorita Obsidiana, forzando su atención de nuevo hacia ella y alejándolo de su pensamientos.
Chris asintió apresuradamente varias veces y habló con voz rápida:
—Lo entiendo. Trabajaré duro para usted, señora.
La directora se quedó parada, sus labios fruncidos en una fina línea mientras lo observaba durante un par de segundos.
Chris notó que se le retorcían las entrañas. La Señorita Obsidiana tenía ese efecto en la mayoría de las personas. Por extraño que pareciera, su miedo por ella no hacía más que incrementar su admiración y deseo de complacerla.
—Más te vale —dijo por fin, colocándose de nuevo en su trono—. Pues no habrá una tercera oportunidad.
Las palabras golpearon a Chris como un rayo. No necesitaba que la Señorita Obsidiana le explicara lo que eso significaba. Había fallado una vez. Esta era su última oportunidad para demostrarle lo que valía. Si volvía a fracasar, se acababa.
Por el rabillo del ojo, veía que el aviso –no, mejor dicho, la amenaza- de la Señorita Obsidiana había convertido la mirada fulminante de Malcolm Malice en una malvada sonrisa de placer. La visión de su estúpida cara hizo que la determinación creciera en el estómago de Chris.
—No la decepcionaré —dijo Chris contundentemente, con la atención dirigida a la Señorita Obsidiana como un dardo a una diana—. Cueste lo que cueste. Me mande donde me mande. Sea quien sea quien usted quiera que mate. Lo haré.
La Señorita Obsidiana levantó la barbilla, con la mirada clavada en la suya. Chris vio el brillo que había detrás de sus ojos que le decía que creía en él.
Se le quitó la tensión en su pecho. Se sentó un poco despatarrado en su silla, agotado por el estrés de todo aquello, pero aliviado por saber que tenía fe en él. Su aprobación lo significaba todo para Chris.
—Bien —dijo la Señorita Obsidiana asintiendo bruscamente con la cabeza una vez—. Porque no hay tiempo que perder.
Se inclinó hacia delante apoyándose en sus codos y pasó la mano por encima de el cuenco de las visiones que estaba en la mesa que tenía enfrente. Era su artilugio para espiar, el que usaba para vigilar a sus rivales en la Escuela de Videntes de Amatista. Normalmente había una imagen dentro, pero esta vez no había nada a excepción de un manchón borroso, como una nube oscura de tormenta.
—Desde vuestras correrías fallidas en la Inglaterra de los años 1690, la Escuela de Videntes de Amatista se ha fortalecido aún más —explicó—. Ya no puedo ver dentro. Pero no os preocupéis. Tengo gente trabajando para nosotros desde dentro.
—¿Se refiere a un topo? —preguntó Madeleine, la vidente pelirroja.
Era la primera vez que alguno de los estudiantes obsidianos a excepción de Malcolm o Chris se había atrevido a hablar.
La Señorita Obsidiana la miró y sonrió.
—Sí.
Madeleine parecía encantada. Aplaudió.
—Qué emocionante. ¿Quién es? ¿Un estudiante? ¿Un profe…?
Pero antes de que Madeleine pudiera acabar su frase, la Señorita Obsidiana movió la mano en el aire simulando el movimiento de cerrar algo con cremallera. En un abrir y cerrar de ojos, los labios de Madeleine desaparecieron, dejando solo una capa carnosa donde tenía la boca.
Chris se encogió de miedo en su asiento. La visión de Madeleine sin boca le perturbaba. Pero lo que le perturbaba aún más era por qué la Señorita Obsidiana había decidido exhibir sus poderes de ese modo. Chris se dio cuenta de que era una advertencia. Una advertencia para él. Esto, o algo parecido, era el destino que le esperaba si metía la pata en la misión.
Madeleine tenía los ojos abiertos como platos por el susto mientras apretaba las manos contra la boca. Ahora su voz no era más que un ruido ahogado.
—¿A alguien más le apetece interrumpir? —preguntó la Señorita Obsidiana, recorriéndolos a todos con su mirada fulminante.
Todos se quedaron callados.
La directora continuó como si no hubiera pasado nada.
—Las fortificaciones que tapan mi habilidad para ver solo abarcan los terrenos de la escuela. Lo que significa que en el segundo en el que Oliver Blue traspase los límites de la escuela, podré seguirlo de nuevo.
Al oír el nombre de su hermano, Chris se incorporó y se puso más erguido en su asiento. Su deseo de matar a ese mocoso de una vez por todas creció aún más en su interior, aumentando hasta un extremo asesino que resonaba en sus oídos como un tambor tribal.
—Y en el segundo en el que lo haga —continuó la Señorita Obsidiana, con voz maliciosa—, os mandaré a vosotros tras él.
Dio un puñetazo sobre la mesa y todos pegaron un salto. Pero su mirada solo estaba clavada en la de Christopher.
Tragó saliva mientras la intensidad de su mirada quemaba en su interior.
Su voz se hizo más fuerte, más seria, más ansiosa.
—Esta