Los Obsidianos. Морган Райс
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CAPÍTULO UNO
Oliver sentía que su latido recorría insistentemente su cuerpo. Ester Valentini estaba muriendo. Cada segundo que pasaba era un segundo malgastado. Tenía que salvarla, pasara lo que pasara. La quería demasiado para decepcionarla. Se enfrentaría a cualquier peligro al que tuviera que enfrentarse. No importaba lo pequeña que fuera la posibilidad de éxito, tenía que arriesgarse.
Miró al otro lado de la mesa de centro al Profesor Amatista, que estaba sentado en un maltrecho sofá de piel bebiendo té de una delicada taza de porcelana. El director de la Escuela de Videntes había dado permiso a Oliver para aventurarse en un peligroso viaje atrás en el tiempo para encontrar un invento oculto de videntes que podría salvar la vida de Ester. Pero ahora Oliver necesitaba los detalles exactos para cumplir una misión así.
—Haré todo lo que haga falta —le recordó Oliver una vez más, con voz fuerte y decidida—. No importa lo peligroso que sea, yo salvaré a Ester.
El director de la Escuela de Videntes asintió lentamente.
—Es mi deber como mentor tuyo decirte que esta será una prueba arriesgada. Una que podría muy bien fracasar.
—Cualquier posibilidad es mejor que ninguna —dijo Oliver con firmeza.
El Profesor Amatista dejó su taza de té. Tintineó y el ruido resonó a lo amplio de su despacho en la sexta dimensión.
—Para salvar la vida de Ester —dijo—, debes viajar atrás en el tiempo y encontrar algo llamado el Elixir. Es la única cosa que puede curarla.
«El Elixir» —repitió Oliver dentro de su mente, sintiéndose anonadado. Sonaba muy importante.
—Han escondido el Elixir —continuó el director— porque es muy poderoso. Y muy peligroso.
—¿Dónde lo han escondido, Profesor? —preguntó Oliver.
—Nadie lo sabe. Es un secreto firmemente guardado.
A Oliver se le cayó el alma a los pies. ¿Cómo iba a encontrar el Elixir si estaba escondido? ¿Si nadie sabía dónde estaba?
Justo entonces, vio un pequeño destello en los ojos del director, un brillo que le decía que no todas las esperanzas estaban perdidas.
—Pero creo que he encontrado una manera de encontrar el sitio escondido —le dijo el anciano vidente.
El pecho de Oliver se llenó rápidamente de esperanza.
—¿Ah, sí?
—No te emociones demasiado —dijo el profesor, templando el repentino optimismo de Oliver—. Conozco un portal que podría llevarte hasta allí.
—¿A qué se refiere? —preguntó Oliver, que parecía perplejo. Los portales unían dos lugares creando agujeros espacio-temporales que se entrelazaban entre el espacio y el tiempo. Sin duda alguna, o el portal del que hablaba el profesor llevaba a Oliver allí o no había otra posibilidad.
El director se aclaró la garganta y empezó a explicar.
—No es un portal corriente. Es uno muy especial impregnado de una magia rara. Puede llevarte exactamente a donde tienes que ir.
A Oliver le dio un salto el corazón. ¡Eso era perfecto! Pero entonces ¿por qué el gesto del Profesor Amatista era tan serio?
El anciano vidente continuó:
—Para hacerlo funcionar, debes retener la intención en tu mente cuando entres, de que vas al sitio correcto por el mayor de los bienes. Si no se volverá extremadamente inestable y te expulsará.
A Oliver se le secó la garganta como la mojama. Ahora lo comprendía. Si entraba en el portal sin el corazón puro, sin duda iba a fracasar.
—¿Solo funcionará si mis intenciones son verdaderas? —preguntó.
—Sí —respondió el profesor asintiendo solemnemente—. Si tus intenciones no son puras, te expulsará al vacío del espacio. ¿Entiendes ahora lo arriesgado que es?
Oliver sentía que los escalofríos le recorrían el cuerpo como miniterremotos. Tenía miedo del portal, de si a este le parecería que sus intenciones eran lo suficientemente buenas. Pero tenía que intentarlo. Por Ester. Estaba decidido.
Oliver levantó la barbilla con valentía.
—Estoy preparado.
El Profesor Amatista lo miró larga y fijamente. Después se levantó.
—Ven conmigo.
Oliver hizo lo que le dijo, notando que sus nervios se le aceleraban diez veces más mientras salía de la sexta dimensión tras el director y volvía a la concurrida Escuela de Videntes. Estaban en la planta de arriba del todo, mirando hacia abajo al atrio central y a los cincuenta pisos de pasarelas entrecruzadas llenas de estudiantes, que llegaban hasta abajo al árbol del kapok.
—Todo esto es gracias a ti, Oliver —dijo el Profesor Amatista—. A causa de tus heroicas acciones, de tu voluntad de poner todo por encima de ti mismo, la Esfera de Kandra ha vuelto. La escuela ahora es más fuerte de lo que lo jamás había sido.
Oliver sintió sus mejillas sonrojadas. ¿Por qué le mostraba esto el profesor?
—Es precisamente esta la pureza de corazón que necesitas para enfrentarte a este próximo viaje —explicó el profesor. Sus ojos brillaban con intensidad.
Oliver asintió. Lo comprendía. El profesor quería que sintiera –realmente, que sintiera de verdad- lo que hacía falta, para atravesar el portal; recordarle exactamente lo que estaba en juego y dónde se encontraba su corazón.
Pero Oliver no estaba del todo de acuerdo con lo que le acababa de decir el profesor. Solo no hubiera logrado su anterior misión. Había tenido a sus amigos. Sin que ellos le recordaran lo que era importante, nunca habría tenido éxito en la última misión por salvar a Sir Isaac Newton y rescatar la Esfera de Kandra.
—No lo hice solo —le dijo Oliver al profesor, con un poco de indecisión.
Para sorpresa de Oliver,