Los Obsidianos. Морган Райс
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Los Obsidianos - Морган Райс страница 4
Oliver abrió los ojos como platos por la sorpresa.
—¿Ah, sí? ¿Quiénes?
Ester lo había acompañado en su última misión, y ahora yacía moribunda en el ala médica. Ralph también había ido en su ayuda y casi se ahoga en el Río Támesis por sus problemas. Llevar a la gente atrás en el tiempo era muy peligroso. Oliver odiaba pensar en poner a alguno de sus otros amigos en peligro.
Oliver oyó el ring del ascensor desde la otra punta del pasillo. Echó un vistazo cuando se abrieron las puertas.
Se le alegró el corazón al reconocer a quienes estaban saliendo. Eran Hazel Kerr, con el pelo color de dulce de azúcar y mantequilla recogido en un moño alto, y Walter Stroud, que llevaba una camiseta retro de un juego de ordenador, el color amarillo vivo complementaba su oscura piel. Eran dos de sus amigos más cercanos. Pensar en que ellos le acompañarían en esta misión era muy reconfortante.
Pero mientras sus dos amigos íntimos iban andando hacia él, Oliver vio que una tercera persona salía por las puertas. Esta persona era desconocida para Oliver. Era un chico alto con la piel bronceada y el pelo oscuro y ondulado que le caía hasta la barbilla.
—¿Quién es ese? —le preguntó Oliver al profesor.
—Dejaré que se presente él mismo —respondió el director.
Los tres estudiantes llegaron hasta Oliver. Hazel le dio su golpe de hombro de costumbre. Walter le dio golpecitos en la espalda, como hacía a menudo. Oliver hizo un saludo con la cabeza a los dos, agradecido por tenerlos a su lado. Pero dirigió su mirada al tercer estudiante, al que no conocía.
—Me llamo David Mendoza —dijo el chico, ofreciendo la mano a Oliver para que se la diera—. Soy de segundo curso.
—Ah —respondió Oliver, dándole la mano—. ¿Vas a venir conmigo?
El profesor habló más alto.
—David está altamente entrenado en el combate. El mejor de la escuela. Quiero que tengas protección en tu viaje. Piensa en él como la fuerza para el cerebro de la Señorita Kerr y el corazón del Sr. Stroud. Con estos tres compañeros a tu lado, tendrás las mejores posibilidades de triunfar.
Oliver asintió. Confiaba en el Profesor Amatista –su mentor todavía no lo había decepcionado- pero no conocía de nada a David Mendoza. No sabía si podía confiar en él.
—Aquí tienes algunas cosas que necesitarás —continuó el profesor. Sacó un amuleto del bolsillo—. Es un amuleto de zafiro. Puedes usarlo para ver cómo está Ester. Él te la mostrará.
Se lo pasó a Oliver.
Oliver miró la extraña joya negra con el ceño fruncido. Solo podía distinguir la hermosa cara de Ester Valentini brillando en su superficie, como si la hubieran dibujado con carbón. Tenía los ojos cerrados y parecía gravemente enferma. A Oliver le dolía el corazón al verla.
—¿Esto es a tiempo real? —preguntó Oliver.
El director asintió.
—Sí. Te ayudará a mantener tu corazón puro. Si alguna vez dudas, mira el amuleto y recuerda por qué estás en ese viaje.
Oliver se puso el valioso amuleto alrededor del cuello. Lo guardaría como un tesoro, su conexión con Ester.
A continuación, el Profesor Amatista le pasó un cetro enjoyado. Oliver lo miró con asombro. Tenía un tubo interior hueco por el que corría arena y no importaba las veces que Oliver girara el cetro, la arena continuaba corriendo en la misma dirección y a la misma velocidad, como si estuviera encantado.
—¿Qué es esto? —preguntó Oliver.
—Cuando golpees el cetro, este creará una luz brillante que causa ceguera temporal. Así que úsalo sabiamente. La arena de dentro te muestra lo que le queda de vida a Ester.
Oliver se quedó sin aliento, el miedo se apoderó de él. Una sensación nauseabunda lo recorrió mientras observaba el cetro.
El director lo cogió por los hombros, interrumpiendo sus pensamientos.
—No solo se trata de Ester —explicó—. Ella está destinada a morir. Tú cambiarás el destino para salvarla. Como tú bien sabes, esto tendrá un efecto colateral. Habrá otros cambios que no podemos prever. Pero yo he mirado a través de muchas líneas temporales y, si Ester muere, el resultado será peor.
A Oliver le dio un vuelco el estómago.
—¿Qué quiere decir?
—Su vida está unida a la escuela, Oliver. Su muerte tendrá una reacción en cadena a través del tiempo. Pero no puedo decir nada más específico que esto. Sabes que no puedo revelar lo que he visto en líneas temporales alternas.
Oliver lo entendía. Pero pensar que aquí había más en juego que Ester le causaba una gran ansiedad. De algún modo, la escuela también estaba en peligro.
Miró de nuevo el temporizador de arena que había dentro del cetro. Cada segundo que pasaba permitía que otro granito de arena se colara.
—Del mismo modo, también pasará si sobrevive —continuó el profesor—. El Elixir no solo curará a Ester, también permitirá a todos los videntes viajar a momentos difíciles en el tiempo y regresar a salvo, para cumplir misiones urgentes según sea necesario. Este tipo de viaje ilimitado en el tiempo es arriesgado. Así que ahora ya ves, Oliver, por qué esto es tan importante.
Oliver sintió que los nervios le subían a la garganta y la apretaban como si la estrujara una boa constrictor. Había mucho más en juego de lo que él había pensado.
Miró a Walter y Hazel, sus mejores amigos, y después a David, su nuevo compañero. Finalmente, miró al Profesor Amatista.
—No le decepcionaré —dijo.
El Profesor Amatista asintió con rotundidad. Le dio un golpecito en el hombro.
—Entonces quizás ahora sea el momento de decir adiós.
Oliver asintió.
—Sí. Pero primero, necesito ver a Ester.
—Por supuesto.
El profesor guió a Oliver hasta el ascensor y este los llevó hasta el ala del hospital. Al entrar, Oliver examinó la sala en busca de Ester. Cuando la encontró, vio que había una persona encorvada a su lado. Se le tensó el pecho. Era Edmund.
Edmund se giró bruscamente cuando Oliver se acercó. Le lanzó una mirada asesina y, a continuación, se puso de pie de un salto, furioso.
—¿Qué está haciendo él aquí? —preguntó Edmund al profesor, señalando con un dedo acusatorio a Oliver—. Él es la razón por la que Ester está en este estado.
Sus palabras atravesaron a Oliver como un rayo de dolor. Era cierto. Para empezar, que Ester contrajera la enfermedad del viaje en el tiempo fue culpa suya.
Pero el Profesor