Los Obsidianos. Морган Райс
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—¿Qué pasa? —preguntó.
Hazel señaló a la brújula que Oliver tenía en las manos.
—Las manecillas de la brújula, han cambiado todas de repente.
Con el ceño fruncido, Oliver se acercó la brújula a la cara para interpretarla mejor.
Todos se amontonaron para poder mirar también. Algunas de las manecillas habían cambiado de posición, aunque la manecilla principal continuaba señalando decididamente a la puerta.
—Todavía nos lleva hasta el portal —explicó Oliver—. Pero parece que ahora quiere que vayamos por otro camino.
Entrecerró los ojos, intentando descifrar los símbolos y lo que le mostraban ahora.
—No lo entiendo —murmuró frustrado—. Ahora señala a un árbol, una pared de ladrillos, una llave y… —Puso la brújula del revés para intentar encontrarle el sentido al último símbolo— …¿una boca de incendio?
—Oh —se oyó la voz de Hazel—. ¿Quieres decir como estas?
Oliver levantó la cabeza de inmediato y vio que Hazel señalaba al otro lado de la calle. En efecto, había una boca de incendio delante de un gran roble. Un poco por detrás de ellos, había una pared alta de ladrillos rojos. En la pared había una puerta vieja de madera con el ojo de la cerradura grande y oxidado.
Oliver se quedó sin respiración. La brújula debió de haberlo dirigido hacia la fábrica para llevarlo hasta este lugar concreto.
—¿Piensas que la puerta es el portal? —preguntó Hazel.
Oliver se volvió a meter la brújula en el bolsillo.
—Solo hay un modo de averiguarlo.
Llevó a los demás al otro lado de la calle hasta la puerta. Alzaron la mirada hacia ella. Parecía completamente normal. Sin ninguna señal de que fuera un portal.
Walter probó el pomo.
—Está cerrada con llave.
Entonces la inspiración le vino como un rayo a Oliver. Recordó el símbolo de la llave en la brújula. Se agachó y colocó su ojo en el ojo de la cerradura para mirar a través.
Al otro lado, un vórtice lila y negro giraba en remolino, con unos rayos de un blanco brillante que se bifurcaban y golpeaban su superficie.
Estupefacto, Oliver dio un grito ahogado y se encogió hacia atrás de forma tan violenta que cayó justo sobre su trasero.
—¿Qué viste? —preguntó Hazel, agarrándole el brazo para parar la caída.
David le cogió del otro brazo con la misma rapidez.
—Un portal… —tartamudeó Oliver—. Ese es el portal.
Mientras David y Hazel ayudaban a Oliver a ponerse de pie, Walter fue corriendo a toda prisa emocionado hacia el ojo de la cerradura y miró dentro. Cuando se giró para mirarlos, tenía una amplia sonrisa en la cara.
—¡Esto es una locura! —exclamó.
Él siempre era el más entusiasta de los amigos de Oliver, aunque también era propenso a los ataques de mal genio. Hazel era la lista. Ella había ayudado a Oliver a desactivar la bomba atómica de Lucas.
Hazel se apresuró a ser la siguiente en mirar por el ojo de la cerradura. Pero cuando se dio la vuelta, su expresión era bastante diferente a la de Walter.
—Parece un poco aterrador.
Oliver asintió lentamente. Se sentía igual que Hazel. Las luces lilas que daban vueltas en remolino y el largo túnel interminable eran más que intimidatorios. Pensar en entrar allí lo aterrorizaba. Ya había atravesado los suficientes como para saber lo extraño y desagradable que resultaba viajar a través de un portal. Pero sabía que no le quedaba elección. Tenía que ser valiente por Ester y por la escuela.
—¿Y cómo entramos? —preguntó David, agitando el pomo.
A diferencia de los demás, no parecía interesado en mirar el portal a través del ojo de la cerradura.
—Necesito intenciones puras —explicó Oliver—. Eso me conectará a donde sea que tenga que ir —Miró a sus amigos que estaban tras él—. Y todos me seguiréis.
Oliver sabía que existía un modo de asegurarse de que sus intenciones eran puras. Miró en el amuleto de zafiro.
En la superficie del reluciente ónix negro, podía ver que Ester estaba durmiendo. Estaba igual de guapa que siempre. Pero parecía preocupada, como si estuviera sufriendo un dolor terrible.
A Oliver le dio una sacudida el corazón. Tenía que salvarla.
—Estoy preparado —dijo.
Cogió el pomo y lo giró. Pero la puerta estaba atascada.
—¡No funcionó! —dijo Oliver.
Su pecho palpitaba. ¿Sus intenciones no eran lo suficientemente puras después de todo? La duda empezó a apoderarse de él. Quizá el Profesor Amatista había cometido un error mandándolo a esta misión. Quizá no tenía un corazón suficientemente puro a fin de cuentas.
—Déjame probar —dijo Hazel—. Ester también es mi amiga.
Ella también agitó el pomo. Pero no se abrió.
Walter fue el siguiente en probar. Él también fracasó.
A Oliver se le cayó el estómago a los pies. ¡No podían caer en el primer obstáculo! Y el reloj haciendo tictac dentro del tubo hueco del cetro era un recordatorio constante de que el tiempo de Ester era finito, de que estaban en una carrera por salvarla. Tenían que darse prisa.
Justo entonces, David dio un paso adelante. Oliver sabía que David, que no tenía para nada ninguna intención hacia Ester, pues no la conocía, no podía ser de ninguna manera el que abriera la puerta al portal. Pero se habían quedado sin opciones, así que él también podía probar.
David parecía contemplativo mientras examinaba la puerta de madera que tenía delante, inclinando la cabeza de izquierda a derecha. Después dio un par de pasos hacia atrás, clavó los pies firmemente en el suelo y le dio una fuerte patada a la puerta con la suela de su bota. Usó la fuerza de un boxeador.
Para sorpresa de todos, la puerta se abrió de golpe.
El portal giraba delante de ellos, una bestia enorme y rugiente como un violento remolino agitado. Oliver soltó un grito ahogado cuando una enorme ráfaga de viento parecía intentar tragárselo hacia dentro.
Pero incluso ahora con acceso, no podía deshacerse de la sensación de ser un fracaso. ¿Por qué la puerta no se había abierto para él? ¿Por qué David?