Mando Principal. Джек Марс

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Mando Principal - Джек Марс

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que, entre mi hermana y yo le compramos un pequeño bungalow a seis manzanas del viejo edificio de apartamentos donde vivíamos. Una parte de mi paga de cada mes va destinada al pago de la hipoteca. Justo en el viejo barrio donde solía arriesgar mi vida para intentar sacarla de allí.

      Suspiró profundamente. —Por lo menos hay comida en la nevera y las luces están encendidas. Supongo que es todo lo que importa. Ella dice: “Nadie va a meterse conmigo. Ellos saben que eres mi hijo y vas a venir a verme si lo hacen.”

      Luke sonrió, Ed también lo hizo y esta vez la sonrisa fue más genuina.

      —Ella es imposible, tío.

      Ahora Luke se echó a reír. Después de un momento, también lo hizo Ed.

      —Escucha, —dijo Ed. —Me gusta tu plan. Creo que podemos lograrlo. Un par de chicos, los correctos... —él asintió con la cabeza. — Sí, es factible. Necesito echar una cabezada y tal vez se me ocurra algo que añadir.

      —Suena bien, —dijo Luke. —Estoy deseando, p refiero no tener a nadie en nuestro equipo asesinado por ahí.

      —Especialmente nosotros, —dijo Ed.

      CAPÍTULO SIETE

      26 de junio

      6:30 Hora del Este

      Centro de Actividades Especiales, Dirección de Operaciones

      Agencia Central de Inteligencia

      Langley, Virginia

      —Parece que el Presidente ha perdido la chaveta.

      —¿Eh? —dijo el viejo que fumaba un cigarrillo. Parecía que tuviera que aclararse la garganta. Sus dientes eran de color amarillo oscuro. La retracción de las encías hacía que parecieran más largos. Parecían hacer chasquidos cuando hablaba. El efecto era horrible. —Cuéntamelo.

      Estaban en lo más profundo de las entrañas de la sede. En la mayoría de los lugares dentro del edificio, fumar ahora estaba prohibido. ¿Pero aquí, en el santuario interior? Todo estaba permitido.

      —Estoy seguro de que ya lo has oído, —dijo el Agente Especial Wallace Speck.

      Se sentó en un amplio escritorio de acero al lado del viejo. No había casi nada en el escritorio. Ni teléfono, ni ordenador, ni hoja de papel o un lápiz. Sólo había un cenicero de cerámica blanca, repleto de colillas de cigarrillos apagados.

      El viejo asintió. —Refréscame la memoria.

      —Ayer sugirió que la tripulación del Nereus se pudriera en manos de los rusos. Lo dijo delante de veinte o treinta personas.

      —Sáltate la parte fácil, —dijo el viejo. Estaban en una habitación sin ventanas. Dio una calada profunda a su cigarrillo, lo sostuvo y luego soltó una columna de humo azul. El techo estaba al menos a cuatro metros y medio de sus cabezas y el humo se elevaba hacia él.

      —Bueno, luego lo suavizó, pero nos ha dejado fuera del operativo de rescate, a nosotros y a nuestros amigos, en favor de nuestro nuevo hermano pequeño del FBI.

      —Sáltatelo, —dijo el viejo.

      Wallace Speck sacudió la cabeza. Tratar con el viejo era un infierno. ¿Cómo es que seguía vivo? Había estado fumando cigarrillos en cadena desde antes que naciera Speck. Su rostro era como un periódico antiguo, volviéndose casi tan amarillo como sus dientes. Sus arrugas tenían arrugas. Su cuerpo no tenía tono muscular en absoluto. Su carne parecía estar colgando de los huesos.

      La idea le produjo a Speck un breve recuerdo de una vez que comió en un restaurante elegante. — ¿Cómo está el pollo esta noche? —le preguntó al camarero. —Exquisito, —dijo el camarero. —Se desprende del hueso.

      La carne del anciano era cualquier cosa menos exquisita. Pero sus ojos seguían tan afilados como cuchillas de afeitar, tan concentrados como láseres. Era lo único que le quedaba.

      Esos ojos miraban a Speck. Querían el morbo. Querían las partes que a la gente como Wallace Speck le preocupaban. Podría desenterrar lo más sucio, y lo hacía. Ese era su trabajo, pero a veces se preguntaba si el Centro de Actividades Especiales de la CIA no estaba abusando de su autoridad. A veces se preguntaba si las actividades especiales no equivalían a la traición.

      —El tío tiene problemas para dormir, —dijo Speck. —Parece que no ha superado el secuestro de su hija. Confía en el Zolpidem para dormir y a menudo se diluye la píldora en una copa de vino, o dos. Eso es un hábito peligroso, por razones obvias.

      Speck hizo una pausa. Podría darle al viejo el papeleo, pero el hombre no quería mirar el papeleo. Sólo quería escuchar, y Speck lo sabía. —Tenemos cintas de audio y transcripciones de una decena de llamadas telefónicas a su rancho familiar en Texas durante los últimos diez días. Las conversaciones son con su esposa. En cada llamada, expresa su deseo de dejar la presidencia, regresar al rancho y pasar tiempo con su familia. En tres de esas llamadas, se echa a llorar.

      El viejo sonrió y dio otra profunda calada al cigarrillo. Sus ojos se convirtieron en rendijas. Su lengua salió disparada. Había un trozo de tabaco allí en la punta. Parecía un lagarto. —Bien. Más.

      —Tiene una especie de obsesión por el culto al héroe con Don Morris, nuestro pequeño rival advenedizo del Equipo de Respuesta Especial del FBI.

      El viejo hizo un movimiento con la mano como una rueda que gira.

      —Sigue.

      Speck se encogió de hombros. —El Presidente tiene un perro, como ya sabes. Ha comenzado a caminar por los terrenos de la Casa Blanca a altas horas de la noche. Se enfada si se tropieza con cualquier Agente del Servicio Secreto mientras está fuera. Hace unas noches, se encontró con dos en diez minutos y tuvo un berrinche. Llamó a la oficina de supervisión nocturna y les dijo que hicieran retirarse a sus hombres. Ya no parece comprender que los hombres están allí para protegerlo, piensa que están allí para molestarle.

      —Hmmm, —dijo el viejo. —¿Intentaría huir?

      —Diría que parece inverosímil, —dijo Speck. —Pero con este Presidente, nunca se sabe lo que va a hacer.

      —¿Qué más?

      —El grupo de acción política ha comenzado a buscar opciones para retirarlo del cargo, —dijo Speck. —La destitución es inviable debido a la división en el Congreso. Además, el portavoz de la Casa Blanca es un aliado cercano de David Barrett y está de acuerdo con él en la mayoría de las cuestiones. Es muy poco probable que siga con el proceso de destitución o permita que suceda bajo su supervisión. Retirarlo del cargo bajo la Vigésimoquinta Enmienda parece estar fuera de lugar también. Barrett probablemente no va a admitir su incapacidad para desempeñar sus funciones y si el vicepresidente trata de...

      El viejo levantó la mano. —Lo entiendo, sáltatelo. Dime una cosa: ¿tenemos Agentes del Servicio Secreto en operaciones nocturnas en los terrenos de la Casa Blanca? ¿Hombres que nos sean leales?

      —Los tenemos, —dijo Speck. —Sí.

      —Bien. Ahora dame detalles sobre la operación

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