Mando Principal. Джек Марс
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Audrey y Lance nunca lo habían aceptado como su yerno. Habían sido una influencia tóxica en esta relación, desde mucho antes de que él y Becca intercambiaran sus votos. Su presencia aquí iba a hacer mucho más complicado el hablar con Becca sobre esta última misión.
—Hola, Audrey, —dijo Luke, tratando de sonar alegre.
Acababa de entrar. Se había quitado la corbata y se había desabrochado los dos primeros botones de su camisa, pero hasta ahora ese era su único gesto de estar en casa. Metió la mano en el frigorífico y sacó una cerveza fría.
Era pleno verano y el clima era bueno. Los alrededores de por aquí eran hermosos. Él y Becca estaban viviendo en la cabaña de la familia de ella, en el Condado de Queen Anne. La casa había pertenecido a la familia durante más de cien años.
El lugar era antiguo y rústico, ubicado en un pequeño acantilado, justo encima de la bahía. Tenía dos pisos, todo de madera, que crujía y chirriaba por todos lados. La puerta de la cocina se accionaba con un resorte y se cerraba de golpe. Había un porche cubierto frente al agua y un patio de piedra más nuevo, con impresionantes vistas hacia el acantilado.
Habían comenzado a sustituir gradualmente los muebles de las generaciones antiguas, para hacer el lugar más adecuado para la vida cotidiana. Había un sofá nuevo y sillas nuevas en la sala de estar. Un sábado por la mañana, por las buenas o por las malas, y por pura voluntad animal, Luke y Ed Newsam habían logrado insertar una cama de matrimonio en el dormitorio principal de arriba.
Incluso con esas mejoras, lo más resistente de la casa seguía siendo la chimenea de piedra de la sala de estar. Era casi como si la vieja e imponente chimenea hubiera estado allí, mirando a lo largo de la bahía de Chesapeake, desde tiempos inmemoriales y alguien con sentido del humor hubiera construido una pequeña cabaña de verano a su alrededor.
Realmente era un lugar increíble. A Luke le encantaba. Sí, estaba lejos de su oficina. Sí, si el trabajo en el Equipo de Respuesta Especial realmente funcionaba, y parecía que así iba a ser, tendrían que acercarse. Pero, ¿por ahora? El paraíso. El viaje a casa de noventa minutos no parecía tan malo, sabiendo que esta era la recompensa al final.
Miró por la ventana. Becca estaba en el patio, amamantando al bebé. A Luke le hubiera encantado sentarse allí con ellos, contemplar el agua y el cielo, y simplemente quedarse allí hasta que se pusiera el sol. Pero eso no iba a pasar. Desafortunadamente, tenía que hacer las maletas para su viaje. Y antes de comenzar, tenía que hacer lo más difícil: anunciar que se iba a ir.
—¿Te han pegado en el trabajo? —dijo Audrey.
Luke se encogió de hombros. Aunque podía sentirlos lo suficientemente bien, casi había olvidado el rasguño en su mejilla y la línea de la mandíbula hinchada. El dolor era un viejo amigo. Cuando no era insoportable, apenas podía sentirlo. Había algo casi reconfortante en él.
Abrió la cerveza y le dio un trago. Estaba helada y deliciosa. — Algo así. Pero deberías ver al otro tipo.
Audrey no se rio. Emitió una especie de medio gruñido y subió las escaleras.
Luke estaba cansado. Había sido un día largo, con Martínez enterrado, la pelea con Murphy y todo lo demás. Y realmente, sólo estaba comenzando. Tenía la intención de estar aquí durante una hora, antes de regresar a la ciudad; de allí a Turquía, y luego, si todas las señales eran favorables, a Rusia.
Salió fuera. Becca cuidando del bebé era como una pintura impresionista, su suéter rojo brillante y su sombrero contra la hierba verde, y la vasta extensión de cielo azul pálido y el agua oscura. Había una réplica de un barco de doble mástil a toda vela en la distancia, moviéndose lentamente hacia el oeste. Si pudiera presionar STOP y congelar este momento, lo haría.
Ella levantó la vista, lo vio y sonrió. Su sonrisa lo iluminó. Estaba tan bonita como siempre. Y una sonrisa era algo bueno, especialmente en estos días. Tal vez la oscuridad de esta depresión posparto comenzaba a desaparecer.
Luke respiró hondo, suspiró en voz baja y sonrió.
—Hola, preciosa, —dijo.
—Hola, guapo.
Se inclinó y compartió un beso con ella.
—¿Cómo está hoy el bebé?
Ella asintió. —Bien. Ha dormido tres horas, mamá no le quita el ojo de encima e incluso he podido echarme una siesta. No quiero prometer nada, pero podríamos haber empezado a mejorar por aquí. Eso espero.
Una larga pausa se extendió entre ellos.
—Has vuelto temprano, —dijo ella. Esa era la segunda vez en los últimos cinco minutos que alguien le decía eso. Se lo tomó como un mal presagio. —¿Cómo te ha ido el día?
Luke se sentó frente a ella en la pequeña mesa redonda y le dio un sorbo a su cerveza. Como siempre, él creía que cuando los problemas se estaban gestando, lo que había que hacer era ir directamente al grano. Y, si podía superar lo peor, tal vez esto sucedería lo suficientemente rápido, antes de que Audrey viniera y empeorara las cosas.
—Bueno, tengo una tarea.
Se dio cuenta de que lo estaba esquivando. No la llamó misión. No la llamó operación. ¿Qué tipo de tarea era? ¿Iba a entrevistar a un artesano local para el periódico semanal? ¿Tal vez era un proyecto de ciencias de la escuela secundaria?
Al instante, ella se mostró cautelosa.
Sus ojos miraban profundamente los de él, buscando algo. —¿De qué se trata?
Él se encogió de hombros. —Es algo diplomático jodidamente aburrido, la verdad. Los rusos mantienen prisioneros a tres arqueólogos estadounidenses y confiscaron su pequeño submarino. Estaban buceando en el Mar Negro, buscando los restos de un viejo barco comercial de la antigua Grecia. Estaban en aguas internacionales, pero los rusos creen que estaban demasiado cerca de su territorio.
Sus ojos nunca vacilaban. —¿Son espías?
Luke le dio otro sorbo a su cerveza. Soltó un sonido, una corta carcajada. Ella era buena en esto, tenía mucha práctica y fue muy franca.
Sacudió la cabeza. —Sabes que no puedo contarte eso.
—¿Y vas a ir a dónde y a hacer qué?
Él se encogió de hombros. —Voy a Turquía, a ver si podemos conseguir que los suelten. —la declaración era verdad, en la medida de lo posible, pasando por alto todo un continente, digno de detalle. Era un pecado por omisión.
Y ella también lo sabía. ¿A ver si podemos conseguir que los suelten? ¿Quiénes somos nosotros?
Ahora era una partida de ajedrez. —Los Estados Unidos de América.
—Vamos, Luke. ¿Qué es lo que no me estás contando?
Le dio otro sorbo a la cerveza y se rascó la cabeza. —Nada importante, cariño. Los rusos están reteniendo a tres tipos y voy a Turquía. Me quieren allí porque tengo experiencia en el tipo de misiones que desembocan en esto. Si los rusos están dispuestos a negociar, probablemente ni siquiera me tenga