Mando Principal. Джек Марс

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Mando Principal - Джек Марс

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      No había nadie en la habitación. Bueno, tampoco nadie, pero no mucha gente. Cinco personas, para ser exactos. Con Luke y Ed, hacían siete.

      —Aquí están los hombres que todos hemos estado esperando, —dijo Don Morris, no estaba sonriendo. A Don no le gustaba esperar. Tenía un aspecto formidable, con una camisa y unos pantalones. Su lenguaje corporal era relajado, pero sus ojos eran agudos.

      Un hombre se paró frente a Luke. Era un hombre condecorado con cuatro estrellas, alto y delgado, con un impecable uniforme verde. Su cabello gris estaba recortado hasta el cuero cabelludo. No había rastro alguno de bigote en su cara limpia y recién afeitada: ningún bigote le desafiaba. Luke nunca había visto a ese hombre, pero en el fondo sabía quién era. Hacía su cama todas las mañanas, antes de hacer ninguna otra cosa. La hacía tan bien que incluso se podrían hacer rebotar monedas en ella. Probablemente lo hacía, sólo para asegurarse.

      —Agente Stone, Agente Newsam, soy el General Richard Stark, Jefe del Estado Mayor Conjunto.

      —General, es un honor conocerle.

      Luke le estrechó la mano, antes de que el hombre se acercara a Ed.

      —Estamos muy orgullosos de lo que hicieron ustedes hace un mes. Ambos son el orgullo del Ejército de los Estados Unidos.

      Otro hombre estaba parado allí. Era un hombre calvo, de unos cuarenta y tantos años. Tenía una barriga grande y redonda y dedos pequeños y regordetes. Su traje no le quedaba bien: demasiado apretado por los hombros, demasiado apretado alrededor de la cintura. Tenía la cara pastosa y la nariz bulbosa. A Luke le recordó a Karl Malden haciendo un anuncio de televisión sobre el fraude con tarjetas de crédito.

      —Luke, soy Ron Begley, de Seguridad Nacional.

      También se dieron la mano. Ron no mencionó la operación del mes anterior.

      —Ron, me alegro de conocerle.

      Nadie mencionó nada sobre la cara de Luke. Eso fue un alivio. Aunque estaba seguro de que Don le diría algo después de terminar la reunión.

      —Chicos, ¿no os sentáis? —dijo el general, agitando una mano en la mesa de conferencias. Fue muy amable por su parte invitarles a sentarse en su propia mesa.

      Luke y Ed se sentaron cerca de Don. Había otros dos hombres en la habitación, ambos con traje. Uno era calvo y tenía un auricular que desaparecía dentro de su chaqueta. Lo miraron impasiblemente. Ninguno de los dos dijo una palabra. Nadie los presentó. Para Luke, eso significaba suficiente.

      Ron Begley cerró la puerta.

      La gran sorpresa era que no había nadie más del Equipo de Respuesta Especial en la sala.

      El general Stark miró a Don.

      —¿Listo?

      Don abrió sus grandes manos como si fueran flores abriendo sus pétalos.

      —Sí. Esto era todo lo que necesitábamos. Haz lo que quieras.

      El general miró a Ed y a Luke.

      —Caballeros, lo que estoy a punto de compartir con ustedes es información clasificada.

      * * *

      —¿Qué no nos estás contando? —dijo Luke.

      Don levantó la vista. El escritorio detrás del cual estaba sentado era de roble pulido, ancho y reluciente. Había dos trozos de papel en la mesa, un teléfono de oficina y un viejo y maltratado portátil Toughbook, con una pegatina en la parte posterior de la pantalla, representando la punta de una lanza roja con una daga, el logotipo del Mando de Operaciones Especiales del Ejército. Don era el tipo de persona que mantenía su escritorio limpio.

      En la pared detrás de él había varias fotografías enmarcadas. Luke identificó a uno de los cuatro jóvenes Boinas Verdes sin camiseta en Vietnam: Don era el de la derecha.

      Don hizo un gesto hacia las dos sillas frente al escritorio.

      —Tomad asiento. Tomaos un descanso.

      Luke lo hizo.

      —¿Cómo está tu cara?

      —Duele un poco, —dijo Luke.

      —¿Cómo te lo has hecho, estrellándote con la puerta del coche?

      Luke se encogió de hombros y sonrió. —Me encontré con Kevin Murphy en el funeral de Martínez esta mañana. ¿Te acuerdas de él?

      Don asintió con la cabeza. —Claro, era un soldado decente como son los de las Delta, con un poco de frustración, supongo. ¿Qué aspecto tenía... después de que te encontraras con él?

      —Lo último que vi es que todavía estaba en el suelo.

      Don asintió nuevamente. —Bien. ¿Cuál era el problema?

      —Él y yo somos los últimos hombres con vida de aquella noche en Afganistán. Hay algunos resentimientos. Él piensa que podría haber hecho algo más para abortar la misión.

      Don se encogió de hombros. —No estaba en tu mano abortar esa misión.

      —Eso fue lo que le dije. También le di mi tarjeta de visita. Si me llama, me gustaría que consideraras contratarlo para trabajar aquí. Está entrenado para las Delta, experimentado en combate, tres misiones, que yo sepa, no se acobarda cuando empieza a faltar el abrigo.

      —¿Está fuera de servicio?

      Luke asintió con la cabeza. —Sí.

      —¿Qué está haciendo?

      —Robo a mano armada. Ha estado desvalijando a capos de la droga en varias ciudades.

      Don sacudió la cabeza. —Jesús, Luke.

      —Todo lo que pido es que le des una oportunidad.

      —Lo hablaremos, —dijo Don. —Siempre y cuando llame.

      Luke asintió con la cabeza. —Suficiente.

      Don le acercó uno de los trozos de papel que había sobre su escritorio. Se puso unas gafas de lectura negras en la punta de la nariz. Luke lo había visto hacer esto varias veces y el efecto desentonaba. El súper humano Don Morris llevaba gafas para leer.

      —Ahora, vamos con las cosas un poco más urgentes. Lo que no se ha mencionado en la reunión es lo siguiente: esta misión viene directamente del Despacho Oval. El Presidente la alejó del Pentágono y de la CIA porque cree que hay una filtración en alguna parte. Si los rusos logran encontrar una debilidad en el tío de la CIA que han capturado, quién sabe lo que podría salir por su boca. Nos encontramos ante un gran y potencial contratiempo, las cosas tienen que moverse muy rápido y, entre nosotros, el Presidente está furioso.

      —¿Es por eso por lo que estamos solos?

      Don levantó un dedo. —Tenemos amigos. Nunca vas totalmente por libre en este tipo de asuntos.

      —Mark

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