Mando Principal. Джек Марс

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Mando Principal - Джек Марс

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sólo tenemos una opción. Necesitamos rescatar a esos hombres. Tan rápido como podamos; si es posible, antes de que comiencen los interrogatorios. También tenemos que hundir ese submarino, eso es primordial. Pero este individuo... tenemos que rescatarlo, o eliminarlo. Mientras esté vivo y en manos de los rusos, tenemos un desastre potencial inminente.

      Pasó un momento antes de que David Barrett volviera a hablar. El general quería rescatar a los hombres, lo que sugería una misión secreta. Pero la razón por la que habían sido capturados en primer lugar era una violación de seguridad. Había habido un fallo de seguridad, así que, ¿vamos a planear más misiones secretas? Era un pensamiento circular, en su máxima expresión. Pero Barrett apenas sintió la necesidad de señalarlo. Con suerte, estaba claro incluso para el imbécil más insensato en esta sala.

      Entonces se le ocurrió una idea. Iba a haber una nueva misión e iba a asignarla, pero no a la CIA o al Pentágono. Ellos eran los que habían provocado este problema, y apenas podía confiar en ellos para resolverlo. Estaría hiriendo susceptibilidades al darle el trabajo a otra persona, pero estaba claro que se lo habían buscado.

      Sonrió por dentro. Tan dolorosa como era esta situación, también le presentaba una oportunidad. Aquí tenía la oportunidad de recuperar parte de su poder. Era hora de sacar del juego a la CIA y al Pentágono, a la NSA, la DIA, a todas estas agencias de espionaje bien establecidas.

      Saber lo que estaba a punto de hacer hizo que David Barrett volviera a sentirse como el jefe, por primera vez en mucho tiempo.

      —Estoy de acuerdo, —dijo. — Los hombres deberían ser rescatados lo más rápido posible. Y sé exactamente cómo lo vamos a hacer.

      CAPÍTULO TRES

      10:55 Hora del Este

      Cementerio Nacional de Arlington

      Arlington, Virginia

      Luke Stone miró a Robby Martínez por la trinchera. Martínez estaba gritando.

      —¡Vienen por todos lados!

      Los ojos de Martínez estaban muy abiertos. Sus armas habían desaparecido. Había cogido el AK-47 de un Talibán y estaba ensartando con su bayoneta a todos los que saltaban la pared. Luke lo miraba horrorizado. Martínez era una isla, un pequeño bote que luchaba contra una ola de combatientes talibanes.

      Y se estaba hundiendo. Luego desapareció, debajo de la pila.

      Era de noche. Sólo intentaban resistir hasta el amanecer, pero el sol se negaba a salir. La munición se había agotado. Hacía frío y Luke iba sin camisa. Se la había arrancado en el fragor del combate.

      Combatientes talibanes con turbante y barba se propagaban sobre las paredes, hechas con sacos de arena, del puesto avanzado. Se deslizaban, caían, saltaban. Había hombres gritando a su alrededor.

      Un hombre saltó la pared con un hacha de metal.

      Luke le disparó en la cara. El hombre yacía muerto contra los sacos de arena, con un agujero abierto donde antes estaba su cara. El hombre no tenía cara y ahora Luke tenía el hacha.

      Se metió entre los combatientes que rodeaban a Martínez, balanceándose salvajemente. La sangre empezó a salpicar, mientras los cortaba en rodajas.

      Martínez reapareció, de alguna manera todavía de pie, apuñalando con la bayoneta.

      Luke enterró el hacha en el cráneo de un hombre. El corte era tan profundo que no podía sacarla. Incluso con la adrenalina atravesando su sistema, no tenía la fuerza necesaria. Tiró de ella, tiró de ella... y se rindió. Miró a Martínez.

      —¿Estás bien?

      Martínez se encogió de hombros. Su cara estaba roja por la sangre. Su camisa estaba llena de manchas de sangre. ¿De quién era la sangre? ¿Suya? ¿De los otros? Martínez jadeó en busca de aire e hizo un gesto hacia los cuerpos a su alrededor. —He estado mejor, te lo puedo asegurar.

      Luke parpadeó y Martínez se había ido.

      En su lugar había hilera tras hilera de lápidas blancas, miles de ellas, subiendo por las bajas colinas verdes a lo lejos. Era un día brillante, soleado y cálido.

      En algún lugar detrás de él, un gaitero solitario tocaba “Amazing Grace”.

      Seis jóvenes Soldados del Ejército llevaban el ataúd reluciente, cubierto con la bandera estadounidense, hacia la tumba abierta. Martínez había sido un Soldado antes de unirse a las Delta. Los hombres parecían severos con sus uniformes verdes y sus boinas color café, pero también parecían jóvenes. Muy, muy jóvenes, casi como niños jugando a disfrazarse.

      Luke miró a los hombres. Apenas podía pensar en ellos. Inhaló profundamente. Estaba agotado. No podía recordar un momento, ni en la academia militar, ni durante el proceso de selección de las Delta, ni en las zonas de guerra, en que se hubiera encontrado igual de cansado.

      El bebé, Gunner, su hijo recién nacido... no dormía. Ni de noche, ni apenas durante el día. Así que él y Becca tampoco conseguían dormir. Además, parecía como si Becca no pudiera dejar de llorar. El médico acababa de diagnosticarle depresión posparto, acentuada por el agotamiento.

      Su madre se había mudado a la cabaña para vivir con ellos. No estaba funcionando, ya que la madre de Becca... ¿Por dónde empezar? Nunca en su vida había tenido un trabajo. Parecía desconcertada cada vez que Luke se iba por las mañanas, para hacer un largo viaje hasta los suburbios de Washington DC, desde Virginia. Parecía aún más desconcertada cuando él no aparecía hasta por la noche.

      La cabaña rústica, bellamente situada en un pequeño acantilado sobre la bahía de Chesapeake, había pertenecido a su familia durante cien años. Había estado yendo a la cabaña desde que era una niña y ahora actuaba como si fuera la dueña del lugar. De hecho, ella era la dueña del lugar.

      Había estado insinuando que Becca y el bebé deberían mudarse son ella, a su casa en Alexandria. La parte más difícil para Luke era que la idea comenzaba a parecer sensata.

      Había comenzado a disfrutar las fantasías de llegar a la cabaña después de un largo día, y que el lugar estuviera en silencio. Casi podía visualizarse a sí mismo. Luke Stone abriendo el viejo y ruidoso frigorífico, cogiendo una cerveza, y saliendo al patio trasero. A tiempo para ver el atardecer, sentándose en una silla de jardín y...

      ¡CRACK!

      Luke casi echa el corazón por la boca.

      Detrás de él, un equipo de fusileros compuesto por siete hombres había disparado una descarga al aire. El sonido hizo eco a través de las laderas. Llegó otra salva, y luego otra.

      Una salva de veintiún cañonazos, siete cada vez. Era un honor que no todos merecían. Martínez era un veterano de guerra, altamente condecorado en dos escenarios de guerra. Muerto ahora, por su propia mano. Pero no tenía que haber sido de esa manera.

      Tres docenas de militares estaban en formación cerca de la tumba. Un puñado de Deltas y exDeltas estaban vestidos de paisanos un poco más lejos. Se podía ver que eran chicos de las Delta porque parecían estrellas de rock. Se vestían como estrellas de rock. Grandes, anchos, con camisetas, chaquetas y pantalones caqui. Barbas espesas

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