Sujetos en la burocracia. Vincent Dubois

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Sujetos en la burocracia - Vincent Dubois

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sobre la institución –y en particular sobre los agentes de atención al público– su amargura social.

      Estas diferencias actitudinales vinculadas a las “carreras” de los beneficiarios pueden ser ilustradas por los casos de dos personas entrevistadas en Béville la jornada del 7 de agosto de 1995. Sylviane de Ribécourt tiene sesenta años. Su porte elegante y su hexis corporal un tanto rígido se destacan en la sala de espera. Sentada de manera distanciada del resto, marca en el espacio la distancia que la separa del resto de beneficiarios. Acepta responder a mis preguntas, pero su tensión es evidente y sus respuestas secas. Cuando le pregunto el objeto de su visita, ella responde lacónicamente: “Es por mi expediente. Vengo a ver mis derechos”. Dice no saber a qué prestaciones puede acceder. Una ligera insistencia la conduce a ser un poco más locuaz. “Antes, yo era propietaria. Ahora soy beneficiaria, con un ingreso modesto. Digamos que es un cambio de situación”. Insisto todavía más, le pido que sea más precisa. “Yo era CEO de una SA en el sector de la confección. Eso se terminó. Hace tres años que me encuentro inválida. Solo percibo una pensión por discapacidad incompatible con la pensión de la Seguridad Social”. La sociedad de la Sra. de Ribécourt ha entrado en bancarrota. Se encuentra sin recursos, y desde entonces ha podido acceder a una prestación de adulto con discapacidad. Desde su descenso social ha acumulado un fuerte resentimiento que se manifiesta hacia “el sistema” y en este caso hacia la CAF.

      A partir del momento en que usted cuenta con 3.000 francos [450 €] por mes, se dice que usted puede vivir. No es vivir, es sobrevivir. Después de haber cotizado durante cuarenta años quizás pueda pretender algo más, ¿no? He cotizado personalmente, y como empleadora. Pero las leyes son tan raras… no tiene sentido. Estoy en contra de la injusticia. El gobierno cambió, pero no ha cambiado gran cosa. Soy una mujer que no está del todo satisfecha con los derechos humanos. Por eso he venido. Espero explicaciones. He escrito porque no tengo derecho a nada. Me han respondido. Pero no veo ninguna explicación. Con 3.000 francos [450 €] no hacemos nada. Creo que se ayuda a gente pendenciera. Aquellos a los que se teme. He escrito a Sarkozy [entonces ministro de Presupuesto] por mis impuestos. No me prestaron atención. No es el mismo gobierno, pero no cambió estrictamente en nada.

      Personalmente muy afectada, busca los responsables de su desgracia. “Los extranjeros” le sirven de chivo expiatorio. “El gobierno no cambia nada. Aparte de los metros que estallan [se pone a llorar]. Mi hermanastra estaba en uno. Hizo falta que estalle una bomba para que nos demos cuenta del número de extranjeros que se encuentran aquí ilícitamente. Algunos de ellos reciben prestaciones, en sus países, en tres departamentos diferentes. Entonces no veo por qué un francés no puede”. Su encuentro con el agente de atención al público, tal como pude observarlo desde el exterior del box, fue más bien tenso. Duras palabras, voces bajas. La interacción fue breve: la Sra. de Ribécourt no vino estrictamente a hablar por un problema de expediente. Intenta poner al agente contra las cuerdas –y hacerlo corresponsable de la injusticia de la cual se siente víctima–. Este acepta escucharla durante algunos minutos, pero corta el encuentro rápidamente. A continuación, le pregunto al agente sobre el encuentro: “Esta mujer quiere el oro y el moro. Ha tenido de todo y no quiere entender que no podamos darle nada más”.

      Habib Daoud presenta el caso opuesto. Con treinta y cuatro años, es desde hace poco jefe de equipo en una fábrica. Parece estar feliz de haber encontrado este empleo, aunque se queja de la deshonestidad del patrón, que lo hace trabajar más de lo que debería. M. Daoud es casado, tiene un hijo, y sus prestaciones (ayuda a la vivienda y subsidio por el niño) no son demasiado significativas, aunque antes solían serlo: se encuentra “saliendo” del sistema RMI. Viene precisamente a regularizar este expediente: debe entregar una declaración trimestral de recursos para recibir el pago de algunos meses. En fase de ascenso social (de “reinserción” exitosa), se siente de alguna manera en deuda con la institución que lo ha ayudado. También adopta un perfil bajo en sus encuentros con los agentes de atención al público. Así narra su anterior visita por el problema del RMI:

      Hay momentos en que no nos entendemos. He venido una vez, he visto a la señora y luego el asunto estaba arreglado. Luego me han pedido lo mismo. Entonces he regresado. Pasé con ella. Le había dicho que estaba arreglado. Que era ella a quien había visto y que ella me había dicho que “estaba bien”. Ella me dijo “no, no es posible, jamás le he dicho eso”. Ella comenzó a enojarse y todo. Yo estaba seguro que había sido ella, de lo que me había dicho. No estoy loco. Pero nunca encontré el papel que ella me había dado. Normalmente guardo todo, pero esta vez no lo encontré. Ella se enojó… yo no dije nada. No reaccioné. No me iba preocupar por eso. Entontes he vuelto una vez más y he traído todos los papeles. [Me muestra los papeles que trae consigo]. No hay problema, no sé qué le ha sucedido, si había mal comido o mal dormido, ¡no lo sé! [Risas].

      La relación con la institución se diferencia, pues, según las posiciones de los visitantes y de sus carreras institucionales. Sin embargo, una tendencia dominante se desprende más allá de esta diversidad, lo que hace de la oficina un lugar donde convergen múltiples formas de resentimiento social.

      La expresión del resentimiento social

      La gente experimenta las lúgubres salas de espera, los gerentes y los asistentes sociales, y las oficinas de desempleo. No experimentan “la política social americana”… en otras palabras, es en su experiencia cotidiana que toman forma sus reclamos, que se establecen sus demandas, y que son designados los objetivos de su cólera100.

      Las oficinas de las CAF constituyen hoy en día un lugar donde se expresan expectativas y decepciones, el sufrimiento social, los celos o la hostilidad hacia aquellos que son étnica o socialmente diferentes. Tal como las oficinas americanas de ayuda a los desempleados estudiadas por Gabriel Almond y Harold Lasswel en el marco de la crisis de los años treinta101, estas pueden en efecto ser vistas por los visitantes como la materialización de un “sistema” –término genérico frecuentemente empleado para designar de manera un poco confusa la jerarquía social, el gobierno y la administración– del cual se sienten víctimas.

      Esta expresión del rencor sobrepasa los clivajes sociales y emana de los sectores para los cuales las cajas de subsidios familiares son las instituciones más directamente accesibles102. Proviene también de grupos socialmente bien integrados que, si bien disponen de otras vías de expresión, vienen igualmente a las oficinas a poner el grito en el cielo por sentirse la vache à lait (“vaca lechera”) del sistema. De esta manera, es comprensible que las reclamaciones de los beneficiarios sean dirigidas hacia los objetivos más fáciles y al alcance de todos. Los funcionarios se encuentran entre estos blancos fáciles.

      “¡Ah, ustedes, los funcionarios! ¡No tenéis nada que hacer en todo el día!”. ¡Todas las críticas que se pueden escuchar sobre los funcionarios! “Ustedes dejan el trabajo a las 16:00 horas, ganan tanto por no hacer nada, las vacaciones, están siempre de vacaciones…”. Son los prejuicios sobre la administración, compartidos tanto por las personas más desfavorecidas como por los otros. Diría incluso que las personas favorecidas son aun más dañinas103.

      Los extranjeros conforman otro blanco, agravado en la medida que la población de las salas de espera constituye la “prueba” de los prejuicios negativos que sostienen que los inmigrantes “se aprovechan” de las ayudas que les serían preferencialmente acordadas.

      Un hombre nacido en 1940, muy sucio, con la mirada perdida, relata la letanía de su degradación social: era un trabajador independiente, ha perdido su trabajo, ha realizado prácticas de inserción, ha percibido el RMI. Un problema de expediente ha conducido a la suspensión de pagos. “No tengo nada. Tengo tres niños, debo darles de comer […]. Es duro, eh. Usted sabe, se hacen muchas cosas por los extranjeros. Ellos obtienen todo de inmediato. ¡Deberían pensar un poco en los franceses, eh!104.

      Dos ejemplos permiten ilustrar los diversos orígenes sociales y formas de expresión de este resentimiento. El primero se trata de agentes sociales desposeídos

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