Historia secreta mapuche 2. Pedro Cayuqueo

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Historia secreta mapuche 2 - Pedro Cayuqueo

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de su sangre. Llora, se desespera; pero no, no hay justicia para él, porque es una bestia salvaje, menos que una bestia: es un indio. Arrojadle, dicen unos, golpeadle, dicen otros, y el desgraciado después de agotar sus recursos pidiendo justicia; después de sufrir la risa burlesca de unos, los golpes de los otros, el desprecio de todos, vuelve a su choza soñando con mejores tiempos.

      Periódico El Colono de Angol. 25 de noviembre de 1899.

       EL WALLMAPU DE POSGUERRA

      

      

      Radicación de comunidades en Gulumapu, el país mapuche occidental.

      * Basado en La memoria olvidada. Historia de los pueblos indígenas de Chile (2004).

      Compilación del Informe de Verdad Histórica y Nuevo Trato. Cuadernos del Bicentenario.

– LANZAS CONTRA FUSILES –

      Hay quienes opinan que el Füta Malón o gran levantamiento del año 1881 fue una especie de rito final, un adiós con honor a tres siglos de independencia en el Cono Sur de América.

      Aquella era una guerra que nuestros ancestros, en ambos lados de la cordillera de los Andes, ya no podían ganar. Y lo sabían, especialmente las jefaturas del lado occidental tras el aplastante triunfo chileno frente a Perú y Bolivia en la Guerra del Pacífico.

      Durante meses los lonkos habían seguido las noticias del norte en los periódicos de la Frontera. Una eficiente red de espías los mantenía al tanto de aquello que no se publicaba: compra de armamento, reclutamiento de tropas o llegada de pertrechos a los puertos, datos claves de inteligencia para sus comandancias.

      La información llegaba hasta Angol vía telégrafo y pronto era retransmitida por hábiles y sigilosos mensajeros al interior de la selva mapuche.

      Lo cuento en el libro anterior; es muy probable que el mismo 17 de enero de 1881 los jefes mapuche se hayan enterado de que el pabellón chileno ya flameaba en el centro histórico de Lima. Y que uno de los oficiales al mando de las tropas era nada menos que un viejo conocido: el general Cornelio Saavedra, impulsor desde la década de 1860 del plan de ocupación del territorio mapuche.

      Pero Saavedra no sería el único jefe militar con trayectoria en Wallmapu que destacaba en la guerra del norte.

      Apenas declaradas las hostilidades con Perú y Bolivia, el gobierno designó ministro de Guerra y Marina al comandante en jefe del Ejército del Sur, general Basilio Urrutia Vásquez, oficial fogueado en las campañas contra los mapuche.

      Otro conocido nuestro era el coronel Pedro Lagos, quien se enfrentó a los weichafe de Kilapán en la batalla de Quechereguas (1867), siendo derrotado por el toqui y gran parte de su tropa aniquilada. Una década más tarde, el 7 de junio de 1880, Lagos lideraría a los soldados chilenos en la toma del Morro de Arica, tal vez uno de los episodios más heroicos de aquella guerra.

      El general Gregorio Urrutia Venegas es otro ejemplo.

      Urrutia, mano derecha de Saavedra en la década de 1870 y exgobernador de Lebu, tendría destacada participación en las célebres batallas de Chorrillos y Miraflores, el último obstáculo que los chilenos debieron sortear en su marcha sobre la capital peruana. Y así la lista de viejos conocidos suma y sigue.

      La ocupación de Lima, el hito que marca el fin de la Guerra del Pacífico, ocurrió diez meses antes del último levantamiento mapuche. Debió ser una noticia devastadora para las jefaturas mapuche; demostró a los lonkos que la superioridad militar winka ya no tenía contrapeso.

      Comprender las razones de la derrota militar mapuche frente a los Estados de Chile y Argentina no es trivial. ¿Por qué perdimos finalmente aquella larga y cruenta guerra? La respuesta no es sencilla, pero intentaremos profundizar en ella en este primer capítulo. Sin duda se trató de una suma de factores.

      Uno de ellos fue la particular estructura social mapuche, descentralizada y atomizada en diversos liderazgos (algunos de ellos opuestos militarmente entre sí) frente a un mando político-militar winka unificado y alineado tras un objetivo claro y coherente: la expansión territorial de ambos Estados sobre el país mapuche independiente.

      Por sobre sus diferencias —que las había y pocas no eran—, la élite política, económica y militar winka, tanto en Chile como Argentina, coincidía en el objetivo central de la guerra: arrebatar esos fértiles y extensos dominios al “salvaje”, al “indio”, al “bárbaro”, para consolidar así un proyecto de Estado e insertar su economía en los mercados globales.

      Lo cierto es que más allá de la Confederación de Salinas Grandes, el fallido sueño de Calfucura, tal grado de coincidencia pareció no existir entre la élite mapuche.

      Así al menos lo expone el historiador chileno Leonardo León en su artículo El ocaso de los lonkos y el caos social en Gulumapu (Araucanía) (2008); la sociedad mapuche, en su hora más trágica, estaba dividida y convulsionada:

      Cuando a fines del siglo XIX se produjo la ocupación estatal de los territorios tribales de Argentina y Chile, los mapuche ya no estaban en condiciones de responder con la férrea unidad que mostraron sus antepasados; viejas guerras y antiguas rivalidades políticas, resentimientos profundos y desconfianzas mutuas, habían trazado fronteras internas entre las tribus que fue imposible superar [...] El colapso de los lonkos, causado por la invasión, fue seguido por el caos manifestado por un recrudecimiento de la violencia, las disputas internas y la división de las comunidades (León, 2008:174-175).

      Lo cuento también en extenso en el tomo I; las disputas por el liderazgo político-militar mapuche, el game of lonkos entre los principales futalmapu y las eficientes estrategias de división —vía sesiones de tierras, pago de raciones, nombramientos militares, lo que fuera— impulsadas por las autoridades winka en ambos lados de la cordillera.

      Todo ello complotó contra un pueblo que transformó su principal virtud contra la Corona española —la orgullosa autonomía de cada jefatura, de cada lof, de cada clan territorial— en un fatal talón de Aquiles contra las repúblicas.

      Pero no solo ello explica nuestra derrota.

      Trata de una suma de factores que escapan a los acotados propósitos de esta obra de divulgación histórica. Será tarea de los académicos, en especial de los estudiosos de ciencias sociales mapuche, escudriñar en ello. Por mi parte solo me referiré al factor militar. Existen allí varias aristas dignas de estudio.

      Una de ellas fue el avance en el transporte de tropas y pertrechos, especialmente en lo referido al aprovechamiento de las vías marítimo-fluviales de Wallmapu. Hablamos de los ríos Negro, Neuquén y Limay en Puelmapu; y Biobío, Imperial y Toltén en Gulumapu, utilizados estratégicamente por los mandos militares de Argentina y Chile.

      Hacia 1840 la tecnología de los barcos a vapor marcó un antes y un después en el auge de la navegación fluvial. Permitió a los winka el rápido traslado de grandes volúmenes de mercancías y personas a lugares distantes y de difícil acceso, así como tareas de exploración y de inteligencia frente a un oponente que carecía de fuerza naval.

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