Historia secreta mapuche 2. Pedro Cayuqueo

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Historia secreta mapuche 2 - Pedro Cayuqueo

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indios que vinieron fueron de Angol, Guadaba, Purén, Imperial, Villarrica y Valdivia; y aseguro a V.S. que yo he visto mucha caballería y muy buena, que más lindos caballos, ni más ligeros, ni de mejores tallas no he visto nunca, que confiados en esto se atreven a tanto... Estos indios andan tan desvergonzados y libres que no hay ninguno que no nos venga a provocar”.

      Los mapuche, queda claro, se habían transformado, gracias al caballo, en enemigos imbatibles. Y en ambos lados de los Andes.

      Da cuenta de ello en sus memorias el ingeniero militar inglés Francis Bond Head. En 1825 fue nombrado gerente en Argentina de la Río de la Plata Mining Company y realizó dos célebres viajes de exploración minera desde Buenos Aires hasta la cordillera de los Andes, cruzando la parte norte del Wallmapu trasandino.

      Sus impresiones aparecen en el libro Las Pampas y los Andes, todo un clásico de la literatura de viajeros, publicado por primera vez en 1918. Cuenta el militar respecto de los jinetes “pampas” o “araucanos”:

      Los indios de quienes más oí fueron los que habitan las vastas y desconocidas llanuras de las Pampas, todos jinetes o, más bien, que pasan la vida a caballo. El arma principal es una lanza de dieciocho pies de largo; la manejan con gran destreza y pueden imprimirle un movimiento vibratorio que a menudo ha hecho saltar la espada de la mano de sus adversarios europeos [...] Son de admirar mucho como nación militar y su sistema de pelear es más noble y perfecto en su índole que el de cualquier nación del mundo. El país entero provee pasto para sus caballos y donde se les antoje parar no tienen más que carnear algunas yeguas [...] los gauchos, que también cabalgan lindamente, todos declaran que es imposible seguir al indio, pues sus caballos son superiores a los de los cristianos y también tienen tal modo de apurarlos con alaridos y un movimiento especial del cuerpo, que aun si cambiaran caballos los indios los batirían. Todos los gauchos parecían temer muchísimo las lanzas indias. Decían que algunos cargan sin freno y en pelo, y en algunos casos se cuelgan casi bajo la barriga del caballo (Head, 1918:37).

      Tales acrobacias, usuales de ver en los viejos westerns de Hollywood protagonizados por navajos, cheyenes y comanches, lejos están de ser solo ocurrencias del viajero inglés. El historiador José Bengoa también da cuenta de ellas en su libro Mapuche, colonos y Estado nacional (2014).

      Allí describe las habilidades de los jinetes mapuche-wenteche y cómo estas sorprendían al ejército expedicionario del sur.

      En alguna parte leí o me contaron que cuando se paraban a descansar los soldados chilenos les pedían a los arribanos, conocidos como diestros jinetes, que hicieran sus demostraciones. Venían corriendo al galope tendido y se tiraban al suelo, quedando tiesos como muertos. Galopaban agarrados al caballo de tal modo por el costado contrario a quienes los observaban, que parecía que los animales anduvieran solos, sin jinetes. Se subían y bajaban de los caballos por la cabeza, por la cola y hacían cientos de piruetas que fascinaban a los soldados criollos. Era un tiempo de caballos, se admiraban los animales diestros y los buenos jinetes. Los mapuche quedaron en la historia popular chilena como los mejores (Bengoa, 2014:65).

      Agrega que más tarde, ya en el siglo XX, gran parte de las pruebas del Cuadro Verde de Carabineros de Chile —el equipo de demostraciones ecuestres de la institución policial— provendrían de las proezas de los jinetes mapuche, míticas desde la Colonia.

      El francés Claudio Gay cuenta que tales ejercicios, por su espectacularidad y disfrute a la vista, fueron incluso tempranamente integrados al protocolo de los parlamentos, las juntas diplomáticas. En ellas los mejores jinetes de cada parcialidad o lof asombraban al gobernador español y sus soldados.

      La llegada del gobernador era recibida con aclamaciones de la multitud. Se dirigía luego hacia la morada que le habían preparado, pasando en medio de las dos filas de caciques con las lanzas alzadas que hacían retumbar el aire con sus ya, ya, ya. Sus capitanes y conas se quedaban atrás, dando gritos, alzando sus lanzas y haciéndolas chocar entre sí. Luego comenzaban las evoluciones militares en esas especies de torneos que ejecutaban con igual elegancia que habilidad; invitaban a competir a los chilenos que, aunque eran excelentes jinetes, no podían imitar estos ejercicios, ni mucho menos desplegar esa elegante postura y ese sostén que han hecho de estos indios unos cabalgadores de primer orden (Gay, 2018:109).

      Pero no solo el Cuadro Verde de Carabineros de Chile se nutre hoy en día de esta rica historia.

      También lo hace la Escuadra Ecuestre Internacional Palmas de Peñaflor, la misma que en 2012 llegó a presentarse en el Castillo de Windsor en Londres, en honor a la reina Isabel II. En su espectáculo incluye una serie de pruebas ecuestres propias de nuestra caballería, con jinetes vestidos y armados con lanzas, a la usanza de aquella época.

      Otro ejemplo lo constituye la doma india, método de amanse de caballos basado en la cultura ecuestre de los mapuche de la pampa trasandina.

      Popular hasta nuestros días entre los gauchos, destaca por lograr un fuerte vínculo de confianza y lealtad con el animal al respetar el domador su personalidad, carácter e imitar su lenguaje corporal. Se trata de un método único entre los pueblos originarios de América y sin influencia foránea conocida.

      La importancia del caballo llevó incluso a algunos estudiosos argentinos de comienzos del siglo XX a plantear la existencia en las pampas de un complejo ecuestre, similar al observado en las tribus de las llanuras norteamericanas.

      Si bien sobre ello no existe consenso académico, resultan innegables las transformaciones que la introducción del caballo produjo en la cultura e identidad de nuestro pueblo: en la vestimenta (aparición de la bota de potro y la chiripa), en el armamento (adopción de la lanza y boleadoras, en detrimento del arco y la flecha), en el comercio (arreo y crianza de animales, desarrollo de la orfebrería ecuestre, la cacería), en el transporte (los viajeros-nampulkafe, la vida en las tolderías de cuero), en la estructura social (surgimiento de castas de guerreros y de hombres ricos, ülmen) y, por supuesto, en la cosmovisión (ritos religiosos y funerarios).

      Tal es parte del rico legado de nuestra cultura ecuestre, desconocido hoy para tantos y que por largos siglos fue pieza clave de un poderío económico y militar sorprendente.

      Los caballos y sus acrobáticos jinetes. Y junto a ellos siempre el waiki, la temida lanza de coligüe (Chusquea culeou) o quila (Chusquea quila) de tres metros, endurecida al humo por más de un año. La lanza era un arma que los weichafe operaban con la destreza de un arte marcial. De allí tal vez el desprecio cultural que sentían por las armas de fuego utilizadas por los winka.

      Orgullosos, altaneros y fieros, para ellos la bravura y el honor se demostraba en el combate cuerpo a cuerpo, no en el traicionero disparo a distancia. Era allí, sobre el campo de batalla, donde se probaba la real valentía de un combatiente.

      “Compenetrados en esta idea, reprochan a los chilenos el uso del fusil diciendo que un arma que mata a distancia es buena solo para hombres cobardes y sin honor; no pocos jefes araucanos han provocado con fiereza en armas iguales a los jefes militares chilenos, mostrando una valentía digna de los tiempos heroicos”, relata Gay en su obra ya citada.

      Era la vieja escuela militar mapuche, aquella que llevó al mismísimo Pedro de Valdivia a escribir en 1550 que “ha treinta años que sirvo a Vuestra Majestad y he peleado contra muchas naciones, nunca tal tesón de gente he visto jamás en el pelear”.

      Pero aquella legendaria tradición guerrera hacía mediados del siglo XIX tenía sus días contados. Pasa que la guerra en el mundo estaba cambiando, fruto

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