Historia secreta mapuche 2. Pedro Cayuqueo

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Historia secreta mapuche 2 - Pedro Cayuqueo страница 9

Автор:
Серия:
Издательство:
Historia secreta mapuche 2 - Pedro Cayuqueo

Скачать книгу

toda la industria de armamentos a escala mundial. También resultaría clave en la etapa inicial del avance norteamericano hacia el oeste y su infame guerra contra las tribus.

      Por su popularidad, el Remington no tardó en interesar a los ejércitos sudamericanos.

      En 1873 el ejército argentino incorporó a su arsenal los modelos 1866/71 y 74, haciendo desaparecer con ello el antiguo fusil a chispa o de pistón en servicio desde las guerras de independencia. El modelo 1866, procedente de Estados Unidos, tuvo su debut en la represión que aplastó el movimiento del caudillo entrerriano López Jordán.

      Durante la mal llamada Campaña del Desierto (1879-1881, presidencia de Nicolás Avellaneda) el general Julio Argentino Roca reforzó a las tropas con diez mil fusiles Remington modelo 1879, bautizados en Argentina como Remington Patria, nombre que recibía todo material adquirido por el Estado para el ejército.

      Sería el modelo reglamentario de la infantería hasta 1891, año en que fue reemplazado por los fusiles y carabinas Mauser. Por su parte, la artillería y la caballería usaban las tercerolas o carabinas conocidas como Remington Colí (‘corto’ en guaraní), de menor tamaño y peso, apropiadas para las actividades de ambos cuerpos.

      Se trataba en verdad de un Remington con el cañón y la culata recortada, posible de usar por los soldados como un pistolón. Fue un arma célebre entre gauchos; así lo prueban sus referencias en la música folclórica trasandina.

      Junto al Remington en Argentina fueron utilizados también los fusiles y carabinas Wernal modelo 1867. Eran de origen austríaco y similar cartucho. Estas dos armas fueron las que utilizaron las cinco divisiones del ejército de Roca durante el avance final sobre el Wallmapu oriental.

      Esta superioridad no pasó desapercibida para los cronistas militares de la época. En 1878, en su célebre obra apologista de la guerra escrita a pedido del propio general Roca, La conquista de quince mil leguas, Estanislao Zeballos da cuenta de un escenario nada auspicioso para los guerreros mapuche:

      El poder militar de los bárbaros está totalmente destruido porque el Remington les ha enseñado que un batallón de la República puede pasear la pampa entera, dejando el campo sembrado de cadáveres de los que osaran acometerlo. ¿Qué esperanza alentaría a los indios al persuadirse de que se avanza resueltamente sobre ellos con todo el poder militar del país? Nuestra convicción y el conocimiento que tenemos nos inducen a creer que los diez mil bárbaros que merodean en el fondo de la pampa van a deponer las armas a discreción en presencia del cerco de bayonetas que los oprimirá al este, al oeste y al centro. Ellos no aventurarán una batalla en que el Remington los diezmaría; y por otra parte, ¿qué pueden hacer mil chuzas [lanzas] que les quedan contra seis mil bocas de fuego, manejadas por un ejército regular? (Zeballos, 1986:412).

      Pero a todos estos avances tecnológicos debemos sumar el arma que definió, sin lugar a duda, el resultado de ambas guerras: la temida ametralladora, invención del estadounidense Richard J. Gatling durante la Guerra Civil norteamericana.

      Su primera versión, que data del año 1861, podía disparar doscientos tiros por minuto y era operada por cuatro soldados. Una década más tarde, hacia 1871, la ametralladora Gatling podía disparar, de forma segura, la devastadora cifra de cuatrocientas balas por minuto. Esta arma fue incorporada por Argentina y Chile a sus arsenales de guerra en la década de 1870.

      Llegó a ser la ametralladora más usada por la artillería chilena en aquel tiempo y sus unidades eran fabricadas por la compañía inglesa Armstrong. Las Gatling adquiridas por Chile tenían calibre de 11 mm, una cadencia de cuatrocientos tiros por minuto y podían también usar municiones para fusiles Comblain.

      Su configuración consistía en diez cañones montados en forma circular. Con ese diseño, mientras un cañón era disparado, los otros nueve estaban enfriándose. Los cañones giraban en torno a un eje central accionados manualmente por medio de una manivela. Los cartuchos eran alimentados desde un cargador montado en la parte superior.

      Por su peso, la Gatling iba montada sobre una cureña y era arrastrada por mulas o caballos, tal como los cañones de artillería, o bien era cargada a lomo de mula y se montaba sobre un trípode. Las primeras se denominaban de campaña y las segundas, de montaña.

      Tendrían activa participación en las campañas de la Guerra del Pacífico. Decretada la ocupación de Antofagasta, el gobierno chileno encargó a su ministro plenipotenciario en Europa, Alberto Blest Gana, la urgente adquisición de nuevas Gatling para equipar al Ejército. Las gestiones resultaron exitosas, y Chile compró en 1879 otras ocho ametralladoras, completando catorce en su arsenal.

      Pero no solo eso. El listado de las adquisiciones chilenas en Europa y Estados Unidos incluyó además 62 cañones Krupp (24 de montaña y 38 de campaña), 12 cañones de montaña Armstrong, 39.000 fusiles (entre Comblain II, Beaumont, Gras y Snider) y 5.000 carabinas Winchester de repetición para las fuerzas de caballería y artillería.

      La gestión para adquirir las populares Winchester recayó en Francisco Astaburuaga Cienfuegos, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Estados Unidos. Hablamos de un poderoso arsenal que causaría estragos entre las tropas peruanas y bolivianas en el norte. Y también en la selva de Wallmapu.

      Lo subraya el historiador Rafael Mellafe, miembro de la Academia de Historia Militar y experto en la Guerra del Pacífico: “El armamento empleado por la infantería chilena en ese periodo era el más moderno que se podía adquirir en Europa, fusiles todos del mismo calibre, lo que simplificó el reparto de municiones. Lo mismo sucede con la artillería, todas piezas de última generación y de probada fiabilidad”.

      Varias de aquellas piezas aún pueden verse empotradas como “recuerdos” en plazas públicas y miradores de ciudades como Angol, Mulchén, Collipulli y otras del sur de Chile.

      Cañones, fusiles, rifles, revólveres, ametralladoras, nuevas armas que no solo revolucionan la industria mundial de armamentos; también cambian para siempre el arte de la guerra al aumentar la eficacia de la infantería y relegar a segundo plano las tradicionales cargas de caballería. La guerra estaba cambiando en el mundo y en la segunda mitad del siglo XIX lo hacía a escala industrial.

      Hablamos de una brecha tecnológica insalvable para las jefaturas mapuche y frente a la cual los célebres jinetes y lanceros de antaño poco y nada podían hacer.

      Ya en tiempos del toqui José Santos Kilapán, a fines de 1860, las cargas de caballería mapuche habían demostrado su ineficacia ante el creciente poder de fuego de los soldados atrincherados en los fuertes del Malleco. Ello a pesar de la victoria de Quechereguas en abril de 1868, donde la emboscada por sorpresa resultó clave frente a las tropas del comandante Pedro Lagos.

      A juicio del académico Fernando Lobos, un análisis más minucioso de las tácticas de combate empleadas por Kilapán en Quechereguas permite advertir que estas no habían cambiado en varios siglos.

      Grupos de gateadores provistos de lanzas que avanzaban arrastrándose por el follaje para caer encima de la infantería, unidades a pie provistas con boleadoras que tenían por objeto distraer a la infantería chilena y, finalmente, un grupo de caballería con lanzas, destinado a realizar escaramuzas, romper las filas y a perseguir a las tropas en retirada. En consonancia con lo anteriormente expuesto, puede decirse que el despliegue y estilo de combate de las fuerzas mapuche no cambió diametralmente desde los planteamientos tácticos empleados por Lautaro en la Batalla de Tucapel de 1553 (Lobos, 2017).

Скачать книгу