Historia secreta mapuche 2. Pedro Cayuqueo

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Historia secreta mapuche 2 - Pedro Cayuqueo

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más de kilómetro y medio de alcance, devastadoras ametralladoras y, por si no bastara, los populares y temidos Winchester y Remington del Ejército de los Estados Unidos, las armas que derrotaron a las tribus de las grandes llanuras en las Indian Wars de Norteamérica.

      El equipamiento militar es un aspecto muy poco estudiado a la hora de analizar nuestras propias Guerras Indias del siglo XIX. Lo mismo su implicancia en la derrota mapuche frente a los bien equipados batallones chilenos y argentinos.

      Lo adelantaba en el prólogo: resulta curioso constatar que no existen mayores estudios respecto de esta guerra, solo menciones al pasar de tal o cual armamento en servicio. Es a todas luces una guerra oculta, secreta, tal vez por la vergüenza que provoca.

      En cambio, todo sabemos de la Guerra del Pacífico. ¡Si hasta desfilamos siendo niños en su honor!

      En lo referido a la tecnología militar hay hitos que son claves. Uno de ellos fue la aparición en 1830 del fusil de percusión y su temprana incorporación a los ejércitos chileno y argentino. Este fusil redujo a un mínimo el fallo en los tiros a corta distancia, incluso en las adversas condiciones climáticas que caracterizan el sur del Biobío.

      En la misma década aparecen los primeros fusiles de cerrojo con cargador interno y de los cuales el más famoso llegaría a ser el alemán Mauser 98. Hasta nuestros días los fusiles de cerrojo son las armas favoritas de los francotiradores militares alrededor del mundo.

      A mediados del siglo XIX, la introducción de la bala y el cañón rayado o estriado, perfeccionado en 1849 por el capitán francés Claude-Étienne Minié, resultó una verdadera revolución en los ejércitos de Europa, Norteamérica y Asia; aumentó hasta en quinientos metros la precisión de los disparos.

      El fusil Minié, como fue llamado en honor al oficial francés, resultaría clave en la Guerra Civil de Estados Unidos y sobre todo en la Guerra Boshin de Japón, aquella que marcó el fin de su viejo orden feudal. Su llegada a Chile se produjo el año 1866 y de inmediato pasó a formar parte del arsenal del ejército de Frontera comandado por Cornelio Saavedra.

      El militar se aprestaba por entonces a fundar su línea de ocho fuertes sobre el río Malleco: Cancura, Huequén, Lolenco, Chiguaihue, Mariluán, Collipulli, Peralco y Curaco. Estos abarcaban desde el primer cordón de los Andes a la cordillera de Nahuelbuta en la costa. Un verdadero “cerco” de cañones y fusiles sobre los mapuche de la actual provincia de Malleco.

      Estanislao del Canto, general chileno, héroe de la revolución de 1891 y que prestó servicios junto a Saavedra siendo un joven oficial, relata en su libro Memorias militares la llegada de los fusiles Minié a la Frontera.

      A mediados del mes de diciembre de 1866 habían llegado por tierra a Talcahuano los nuevos fusiles franceses, llamados Carabina Minié, para reemplazar al fusil de pistón y de ánima lisa que hasta entonces teníamos. Como los fusiles llegaron primero a Concepción donde yo me encontraba destacado, tuve ocasión de examinar dicha carabina que era rayada y con bayoneta o sable, y aún hacer con ella algunos disparos […] resultó que el fusil era magnífico, un arma inmejorable (Del Canto, 2004:25).

      Del Canto no tardaría en pasar de las prácticas de tiro a las incursiones con su fusil al interior del territorio mapuche.

      Un episodio en particular quedaría grabado en su memoria. Aconteció en 1867 y tuvo como protagonista a su batallón, el Séptimo de Línea, acuartelado en Angol y encargado de enviar divisiones armadas para subyugar a los mapuche rebeldes. Lo cuenta también en su libro, en detalle:

      El 15 de julio de 1867 hicimos una internación que duró cuatro días por las orillas del río Huequén. La división tenía por objeto reducir al cacique Huechún que era el osado que venía hasta cerca de Angol y cometía las mayores depravaciones. Acompañaba a la división el señor Manuel Bunster y varios otros. Íbamos en grupos de seis a ocho personas cuando llegamos a la casa del cacique y notamos que los moradores huían y trataban de internarse a un pequeño bosque. Entonces el señor Bunster me dijo: “Vamos a ver. Ayudante Canto, cace aquel indio”. Yo me desmonté y le dije que era preciso pegarle en la cabeza y disparado el tiro cayó en el acto. Corrimos hacia él y cuando llegamos notamos que seis u ocho mujeres y una cantidad de niños estaban rodeando al cacique y lloraban amargamente. El cuadro me fue muy enternecedor porque yo había causado aquella verdadera desgracia. Como se tenía la orden de llevar prisioneros, hombres, mujeres y niños, me dirigí al señor comandante para suplicarle dejara libre a esa gente y tuvo a bien acceder a mi petición (Del Canto, 2004:26).

      Catorce años estuvo el oficial en la Frontera, participando bajo el mando de Saavedra y más tarde del general José Manuel Pinto de campañas que no duda en calificar de “inhumanas y rudas”, evocando los días en que partían al interior de las selvas y reductos mapuche mientras sus jefes les daban fósforos a soldados y oficiales, obligándolos a prender fuego a las rucas, a los bosques y a devastar todos los sembradíos.

      “Más de una vez —comenta el oficial en sus memorias— ante aquella crueldad e injusticia inaudita estuve tentado a pasarme al lado de los araucanos y hacerme solidario con ellos en su defensa de la tierra y de sus derechos que nosotros les íbamos a arrebatar”.

      No fueron solo palabras de buena crianza.

      Tras un duro artículo publicado en el periódico La Patria y dirigido contra el general José Manuel Pinto, su jefe directo y responsable de la infame guerra de exterminio contra los mapuche, Del Canto terminó destinado a la Baja Frontera, la actual provincia de Arauco.

      Allí tuvo a su cargo delinear el pueblo de Cañete, siendo el primer gobernador de dicho departamento. Mismo cargo ejercería en el puerto de Lebu, donde además fundó el periódico El Araucano. También participó activamente en la fundación de los fuertes de Contulmo, Purén y Lumaco.

      Años más tarde destacaría como uno de los oficiales chilenos más prestigiosos en la Guerra del Pacífico y como comandante en jefe del Ejército Constitucional que derrotó al presidente Balmaceda en la guerra civil de 1891. Su nombre incluso circularía como eventual candidato presidencial en las contiendas políticas de fines del siglo XIX.

      Pero no nos perdamos; volvamos al análisis de la superioridad militar chileno-argentina sobre los guerreros mapuche.

      El historiador José Bengoa, en su monumental Historia del pueblo mapuche (1983), da cuenta de otro hecho técnico-militar de gran trascendencia en el desarrollo de las campañas: el cambio realizado en el verano de 1871 por la caballería del ejército chileno de la carabina Minié a la de repetición Spencer.

      Ello, a su juicio, cambió para siempre el curso de la guerra.

      Así lo pudo comprobar el millar de guerreros al mando de Epuleo, hermano del toqui Kilapán, que el 25 de enero de aquel año atacó el fuerte y poblado de Collipulli, sin éxito.

      Ocurrió que en el referido combate con el mayor David Marzán, donde hubo tantas bajas mapuches, se usaron por primera vez estas armas. Al primer disparo de los soldados los mapuches salieron de sus escondites y se abalanzaron al cuerpo a cuerpo. La costumbre preveía que allí los soldados debían recargar; el pánico fue grande cuando vieron que no había recarga, sino disparo continuo. Esta arma cambió la guerra. Un grupo pequeño de soldados podía contener a una gran cantidad de mapuches premunidos de lanzas y boleadoras (Bengoa, 1983:246).

      Otro avance clave de la época fueron los fusiles de retrocarga y de repetición, destacando entre ellos el fusil Remington Rolling Block, un arma excepcional capaz de disparar hasta siete tiros por minuto con un alcance máximo de dos mil metros.

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