El craneo de Tamerlan. Sergey Baksheev
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу El craneo de Tamerlan - Sergey Baksheev страница 11
– Esa pregunta se la hice a Kasimov. Estuvo indeciso un rato pero yo le insistí. A mí me pareció que tenía dos sentimientos encontrados. La idea obsesiva de su culpa particular en el comienzo de la gran guerra y el enorme deseo de compartir con alguien el peligroso secreto. —
– Curioso. —
– Y como! A mí, como periodista me pareció mucho más curioso. Y entonces lo provoqué. —
– Lo provocaste? —
– Bueno, no literalmente. Hay diferentes truquitos periodísticos. —
“Y también femeninos”, mentalmente añadió Tikhon. Y preguntó en voz alta:
– Y entonces, de que te enteraste? —
– El científico, al cual encomendaron preparar el entierro, se enteró de la fuerza maligna del cráneo de Tamerlán y no quiso que ese cráneo, alguna otra vez, se utilizara para desencadenar una guerra, aunque fuera victoriosa. Él consiguió esconderlo de todos en un lugar completamente desconocido. Este científico quiso compartir el secreto con Kasimov pero no logró hablar con él. El científico murió antes de ese encuentro y, probablemente, no sin la ayuda de miembros del KGB. —
– Se ve esperanzador el comienzo. Como buscamos el escondite? —
– Aparentemente, el científico dejó una pista para que las futuras generaciones llegaran a ese lugar. Pero no es cualquiera que puede desenmarañar esa pista. —
– Eso te lo dijo Kasimov? —
– Si, y él está convencido de eso. Pero él no sabe dónde buscar estas pistas. Aunque es posible que esté ocultando algo. A mí me pareció que él mismo quiso hallar el cráneo, pero dudó de su convicción. Él piensa que para emprender esa búsqueda, solo el cerebro no es suficiente. Se necesita también valentía, decisión, velocidad de reacción y suerte. Ahora entendiste por qué pensé en ti? —
– Gracias. Pero en ese examen, una mala calificación puede ser perder la cabeza. —
– Zakolov, por lo que veo, parece que tienes miedo. —
– En esa oscuridad no se puede ver nada. No siquiera desde cerquita. – Disimuladamente, Tikhon se había separado del contacto estrecho de la muchacha. – Déjame cerrar la ventana y prendemos la luz. —
El estudiante se levantó del cómodo diván, se dirigió a la ventana y descorrió la cortina. Entonces quiso hacer una fuerte aspiración de aire fresco. La mano se estiró hacia el batiente abierto pero se detuvo inesperadamente. Abajo sonaron piedrecillas, a la derecha se percibió una sombra y se escucharon pasos apurados. Tikhon se asomó mejor y logró notar una silueta oscura que desaparecía en la esquina. No quedaban dudas que alguien había estado bajo la ventana y había escuchado la conversación.
Ese descubrimiento no le gustó a Tikhon, pero no dijo nada. Ya Tamara estaba suficientemente asustada. En vez de eso, dijo con gran satisfacción: -Que bien se está aquí. Ya es Noviembre y todavía no hace frío. —
– Esto es Tashkent. – respondió Tamara.
Antes de cerrar la ventana, Zakolov comprobó que un hubiera nadie en el patio. Cerró las cortinas dejando una delgada línea abierta, y encendió la luz.
– Donde sugieres tú comenzar la búsqueda? – preguntó Tikhon, parado de lado hacia la ventana, en el centro de la habitación.
– Zakolov, yo pensé que tú ibas a tener alguna idea! —
– Hmmm. La información es poca. Me gustaría hablar con Malik Kasimov. Necesito otra versión. Se puede organizar un encuentro con él? —
– Puedo tratar. Pero va a ser difícil. Después del asunto del artículo, también vinieron donde él. Él se cerró y niega todo. Ahorita lo llamo. – Tamara levantó la bocina telefónica, marcó el número y después de dos repiques cortó la conexión. Colgó la bocina. – Vamos a hacer lo siguiente: Mañana le caemos donde él, tempranito. No podrá esconderse. —
– Kasimov se levanta temprano? —
– Sí. La entrevista que le hice fue en la mañana. —
– Perfecto. En cuanto nos despertemos vamos para allá. —
– Crees que él no me contó todo? —
– Afortunadamente para ti, no todo. – Tikhon notó que en la rendija que había dejado entre las cortinas se escondía una mancha oscura. Él tomó un tono sombrío. – De todas maneras te contó bastante. —
Zakolov pronunció la última frase en voz baja, se levantó con cuidado y se pegó a la pared al lado de la ventana.
Tamara, perpleja, frunció los labios. Tikhon, cuidadosamente, separó la cortina y vio la punta de una nariz grande pegada al vidrio. El resto de la cara del tipo estaba tapada con un capuchón gris. El plan de Zakolov funcionó, ya que el espía misterioso regresó. Quedaba por saber quién los estaba siguiendo.
Le hizo la seña a Sasha Evtushenko de que conversara con Tamara. Evtushenko comprendió rápidamente y comenzó a hablar de la historia del traslado de Tamerlán. Tikhon se agachó y, sin ruido, se acercó a la antesala. Tamara levantó las cejas asombrada y quiso preguntar algo, pero Evtushenko se le adelantó:
– Yo estoy seguro de que el misterio de Tamerlán se puede resolver sin tomar en cuenta lo actual. Es suficiente con estudiar, cuidadosamente, la historia de los últimos años de la vida del emir. Tú no crees? —
– Yo? —
Mientras tanto, Zakolov ya había llegado a la puerta de salida. Y decidió hacer un movimiento extremo.
Tikhon empujó la puerta que daba al patio, salió del pasillo, giró y se lanzó hacia el tipo que estaba escondido bajo la ventana. Pero ese, mostrando una agilidad asombrosa, en dos saltos ya había doblado la esquina.
“No escaparás”, pensó Tikhon, aumentando la velocidad. El desconocido, que era un tio robusto de baja estatura y con chaqueta deportiva gris, cruzó el patio, atravesó el arco y salió a la calle. En el silencio que había se oían sus pasos.
“En línea recta te alcanzo. Los enanos no pueden correr rápido”, bromeando consigo mismo, pero acelerando.
A alta velocidad llegó al arco. Quiso agarrarse del borde de la pared para cruzar más rápido, pero vio, abajo en su camino, una pierna atravesada. El intento ineficaz de saltar el obstáculo inesperado solo agravó la situación. Se tropezó con la rodilla del tipo, voló sobre el pavimento y cayó sobre el pasillo polvoriento.
En pocos segundos quedó completamente indefenso ante el astuto contrincante.
9.– Averianov, el joven, va tras una pista
Durante mucho tiempo, el oficial de seguridad Grigori Averianov, el joven, recordó con estremecimiento el terror vergonzoso y pegajoso que lo poseyó durante la primera semana después de la muerte de su padre. El joven fue separado del servicio y se mantuvo en su casa, poniéndose tenso cada vez que sonaba el teléfono o un carro frenaba frente al edificio donde vivía. Su madre