El craneo de Tamerlan. Sergey Baksheev

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El craneo de Tamerlan - Sergey Baksheev

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la acción de un virus desconocido por la ciencia. Un virus que se había conservado en las momias. —

      – La medicina moderna no encontró nada. —

      – Por lo menos, después de la extracción de los faraones no hubo guerras. —

      – Y la primera guerra mundial? Las principales excavaciones en Egipto fueron hechas en la víspera del año 14. Y quienes fueron esos faraones? Unos ricos esclavistas que dirigían solo una parte del Egipto moderno. Pero Tamerlán fue el gran amo de la enorme Asia! Otra escala de personalidad. —

      – Y, por lo tanto, un alto nivel de maldad en sus restos? —

      – Claro! – Tamara se tranquilizó un poco y elaboró otro argumento. – Está bien, santo Tomás incrédulo. Estos son los ejemplos de las influencias negativas en la gente. Te voy a mostrar otros hechos. Recuerda el cristianismo. En muchos templos y monasterios se guardan los cuerpos embalsamados de hombres santos, los cuales, hasta ahora, tienen fuerza milagrosa. Esos lugares donde yacen esos cuerpos están cubiertos con un aura particular y se llaman santos. No es así? —

      – Puede ser. Pero es necesario entender cuál es la causa primera: el templo o los huesos santos guardados en él. —

      – Obviamente, son restos de personalidades únicas! A veces llevan esos cuerpos embalsamados a otros países. Los creyentes van a esos sitios. Hay cientos de casos conocidos de curación de personas que tocaron las manos de esos santos los cuales, cuando estuvieron vivos se dieron a conocer por hechos milagrosos. —

      Tikhon, pensativo, dijo:

      “Hay tantas cosas en el Cielo y la Tierra, amigo Horacio, que no pueden explicarse.”

      – Exacto! Por lo menos le tienes respeto a Shakespeare. —

      – Hay algo en todo eso. —

      – Por fin! —

      Zakolov se pasó la palma de la mano extendida por la frente y se frotó los ojos cerrados con los dedos. Si Evtushenko, en este momento, hubiera mirado hacia la habitación se habría dado cuenta que Tikhon trataba de organizar sus ideas dispersas y era mejor no molestarlo. Pero Tamara Kushnir era de naturaleza impaciente. Entonces le dio un ligero golpecito a Tikhon con el pie.

      – Zakolov, no te duermas. —

      Sin abrir los ojos, Tikhon se puso a razonar en voz alta:

      – Supongamos que hubo gente que tenía una enorme energía destructiva: crueles faraones, emperadores, conquistadores o como el mismo Tamerlán. Llamémoslos los seres de la oscuridad. Después de su muerte, su energía, de acuerdo a la ley de conservación, no puede desaparecer simplemente. Ya Kasimov lo mencionaba. Ella debe transformarse en otro tipo de energía o conservarse en los restos. Lo mismo sucede con la energía beneficiosa de los santos. Es la misma ley. Si se conocen casos de efectos de restos de santos, procesos análogos deben suceder con los esqueletos de los guerreros. Pero los restos de los santos se conservan abiertamente, su energía se consume constantemente. A diferencia de ellos, los cuerpos de los grandes guerreros se ponen en profundas tumbas de piedra con lápidas pesadas y en grandes mausoleos. Los restos de Napoleón están escondidos en seis sarcófagos, uno dentro de otro. A los faraones los metían en pirámides grandiosas o bajo piedras enormes. Es posible que no fuera casualidad. La humanidad a nivel del instinto de conservación guardaba muy bien la energía mala, poniéndole obstáculos para su salida. Y si alguien exponía los restos, toda esa energía se dispersaba hacia afuera y entonces…. —

      – Que manera tan culta de explicar todo eso. – Tamara no se aguantó. – Lo único que le faltaba a mi artículo era ese toque científico! —

      Zakolov abrió los ojos y apretó los puños.

      – Eso es muy improbable. Es mejor olvidarse de esa teoría. Es peligrosa. —

      – Pero es correcta. —

      – No sé. A mí me interesa más cómo vas a hacer para medir el campo energético de Tamerlán. —

      – Yo estoy pensando en que la vamos a sentir en nuestro pellejo. —

      – Y si no se siente? —

      – Tengo un conocido, estudiante de física. Él inventó un aparato, que a lo mejor ni sirve. La gente ni siquiera cree en el aparatico. —

      – Bueno, agarra ese aparato.. y al mausoleo. —

      – Está encerrado en el instituto de máquinas calculadoras. No se puede sacar.

      Tamara recogió las piernas, se inclinó hacia Tikhon y le dijo: – Además no te he dicho lo más importante. —

      – Que? —

      – Malik Kasimov me habló de un hecho importante. —

      – Yo entiendo que él tiene relación con el entierro. —

      – Directamente. Kasimov se deja llevar por los recuerdos y se puso a hablar. Enseguida se preocupó y calló, pero ya era tarde. Y lo único que hizo fue pedirme que no le contara a nadie. —

      – Curioso. —

      – En el artículo, de todos modos, hice algunas alusiones, aunque él me advirtió que eso era peligroso. Pero yo no le creí. —

      – Y ahora? —

      – Ya tú sabes lo que sucedió. A mí y al redactor principal nos corrieron. —

      – Y tú, de que te enteraste? —

      La muchacha miró hacia la ventana abierta y dijo en un susurro:

      – Kasimov dijo que el cráneo de Tamerlán… —

      En eso Evtushenko entró en la habitación, maliciosamente miró a la pareja de jóvenes sospechosamente cercanos y sonriendo dijo:

      – Epa!, conversadores. Vamos a comer? —

      Tamara preguntó, escéptica:

      – Pudiste preparar algo con mi exiguo almacén? —

      – Macarrones con queso. —

      – Comida internacional, pero siempre que esté caliente. – dijo Zakolov y se dirigió a la cocina.

      7.– Por mi honor!

      El general, furioso, le dio un manotazo a la polvera que estaba en el escritorio de Efremov, volteó las cajas pesadas y desparramó todos los papeles. Una búsqueda rápida en la oficina del profesor no produjo ningún resultado. Cuando salía, el viejo Averianov le echó un vistazo a las tontas pinturas que estaban colgadas en las paredes.

      – Un disidente secreto. – Dijo, entre dientes, el general.

      Con el ánimo oscurecido se sentó en el auto. El hijo, temiendo equivocarse de más, con temor esperó la decisión del padre:

      – Al Kremlin. – resignado ordenó el general.

      Veinte

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