El craneo de Tamerlan. Sergey Baksheev

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El craneo de Tamerlan - Sergey Baksheev

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y yo iremos en una semana a Tashkent. Trataremos de ayudar a tu hermana. —

      – Bien!! Tamara los recibirá y les contará todo. —

      – Estoy intrigado. Quiero ver yo mismo si los restos de Tamerlán tienen esa fuerza sobrenatural. —

      – Lo importante es ayudar a mi hermana. —

      5.– El cráneo del tigre dientes de sable

      El profesor Efremov frotó sus manos acalambradas, miró hacia los toscos oficiales de la KGB que estaban de pie a su lado y trató de sonreír.

      – Y entonces? – lo apuró el general.

      – Ahorita. Déjeme coger aliento. —

      Efremov lanzó una rápida mirada a la mueca carnívora del cráneo y a los colmillos inclinados del tigre dientes de sable. Una vez más comprobó el cálculo mentalmente. El recordaba bien el peso de esa pieza colgante. Donde estaba su centro de gravedad y el punto donde estaba atado el cable. Todo debe resultar bien. Por si acaso, el profesor trató de mover la rodilla lastimada. El dolor agudo pasó a la fase de dolor sordo, pero la pierna respondió.

      – No tengo tiempo! – el general apenas se contenía. – Te estás burlando de nosotros? —

      El profesor respondió con decisión:

      – Está aquí. Ya se los voy a enseñar. —

      Y entonces caminó hacia la cuerda que sostenía el cráneo de la bestia y soltó el nudo del gancho. En un instante sus piernas dieron dos saltos hacia el centro de la sala y el profesor se lanzó boca abajo al punto escogido, se volteó, y abrió los brazos. La pesada cabeza del tigre dientes de sable dio una vuelta completa y las dos prehistóricas y agudas hojas entraron, con un crujido, en el pecho y estómago de Efremov. Mientras los oficiales desconcertados veían el cráneo blanco del carnívoro fósil, el profesor, con sus últimas fuerzas, sacó los colmillos de su cuerpo. Una sangre burbujeante salía a borbotones de las heridas abiertas. Ahora nadie podría salvar la vida de Alexander Simeonovich Efremov

      Con los labios extendidos en una sonrisa de satisfacción, cerró los ojos. El último cálculo del profesor, como siempre, fue correcto.

      El cineasta Malik Kasimov se asomó por la puerta abierta de la oficina de Efremov y se extrañó de no encontrarlo ahí. Pensó que, probablemente, había salido un momento y entró. Apenas había traspasado el umbral cuando desde el fondo de la sala se oyó un grito desgarrador. El camarógrafo de guerra no necesitó explicarse el origen del grito, en el frente él había visto demasiadas muertes.

      Solo por reflejo Kasimov continuó hacia dentro de la oficina hasta que se encontró con el escritorio del profesor. El libro grueso atrajo su mirada, también la hoja de papel donde estaba su nombre. Kasimov se inclinó hacia ellos y su mano quiso apartar la polvera abierta pero se detuvo. Que hacía un objeto femenino en el escritorio del anciano profesor? En el espejito oval se reflejaba un rectángulo del extraño cuadro. Un rectángulo? Justo ese símbolo lo dibujó Efremov con los dedos, significativamente, en la ventana y le mostraba algo a la espalda.

      “Un rectángulo en la espalda! Qué quiso decir con eso?”

      El cineasta sacó la hojita de papel y sus ojos recorrieron las líneas escritas atropelladamente: – Malik. Tome el libro y fotografíe lo que vieron sus ojos Eso lo llevará a la meta. Y váyase rápido. —

      Kasimov preparó la cámara fotográfica y su mirada se paseó por la oficina.

      “Que fotografiar? Qué?”

      Su oído capturó el ruido de pasos en la escalera de piedra. “Lo que vieron sus ojos”, decía la nota.

      “No yo, los ojos. Yo estaba parado de espalda a la pared, y los ojos vieron en el espejito…”

      Levantó el objetivo, sus dedos enfocaron rápidamente y el obturador de la cámara cliqueó.

      El ruido de pasos que llegaba a la puerta se hacía más claro.

      “Y váyase rápido”.

      Malik Kasimov agarró el libro y salió al corredor oscuro. Las destrezas que había obtenido en el frente no le fallaron y logró llegar a la escalera sin ser notado.

      6.– Encuentro en Tashkent

      Tamara Kushnir resultó ser una muchacha alta de ojos negros y una cabellera oscura y exuberante de pelo rizado, como un diablillo. Ella se dirigió a Zakolov, segura de haberlo diferenciado entre la abigarrada multitud de pasajeros que llegaron a la estación de trenes de Tashkent esa tarde del 5 de noviembre de 1979.

      – Hola Tikhon. Yo soy Tamara Kushnir. – Con viveza se presentó la muchacha, casi sin ponerle atención al acompañante Alexander Evtushenko.

      – Buenas tardes. Como me reconoció? —

      – Yo soy periodista. Le hice las preguntas apropiadas a mi hermano Dmitri y tengo tu retrato en mi cabeza como si lo tuviera en un álbum. —

      – La envidio. Yo necesito ver los rasgos del rostro para recordar bien a una persona. —

      – Te dedicas a eso ahora? – La muchacha se sonrió y, coquetamente, se recogió un mechón de cabellos.

      – Usted es una chica que no pasa desapercibida. – Tímidamente, Tikhon paseó la mirada desde la punta de la nariz y la barbilla ligeramente alargada hasta el busto redondo y la cintura delgada y bajó los ojos a los jeans apretados y, de acuerdo con la moda, desteñidos. La elegante figura de la muchacha le gustó.

      – Tikhon Zakolov ya está bueno de llamarme de usted. Nosotros somos casi de la misma edad. A partir de este momento solo “tú”, ok? —

      – Objeciones no hay. —

      – Entonces ven conmigo. —

      – No estoy solo. —

      – Yo sé. Tu compañero de curso se llama Alexander Evtushenko. Ustedes son amigos desde los pupitres escolares. —

      – Y hasta eso sabes! —

      – Nos enseñaron a recoger información antes de un encuentro importante. – Tamara respondió y sin voltearse tomó la plataforma hacia la salida a la ciudad. – Ahorita nos vamos para mi casa. Para su excursión turística faltan cerca de 24 horas. Ese tiempo hay que utilizarlo con eficiencia. —

      Tikhon se maravilló de la manera decidida de la elegante muchacha. Ninguna frase insípida: “como estuvo el viaje?, ya han estado en Tashkent?, que les parece el clima?”, no, de una vez agarra el toro por los cuernos. En la plaza externa de la estación ella se detuvo frente a un kiosko de vidrio de “Prensa Nacional”. Y por una mirada lateral de Tamara, Tikhon se dio cuenta que ella no estaba interesada en las revistas del kiosko. Kushnir utilizaba la superficie de vidrio como un espejo.

      – Acaso temes que te sigan? —

      – Me siento en peligro, pero me estoy acostumbrando. —

      – Después

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