El craneo de Tamerlan. Sergey Baksheev
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El profesor consideró cuidadosamente las oscuras siluetas. Los que lo perseguían, con las armas listas, iban decididos sin poner atención a las figuras expuestas.
– Efremov! Deja de jugar al gato y al ratón! Detente!. – gritó el general de la KGB y pateó la cola de unos huesos antiguos que estaban atravesados en el camino. Los grandes huesos de las vértebras rodaron por el piso con mucho ruido.
A causa del ruido se le contrajo el corazón al profesor. Entonces se dirigió al oscuro y ancho pasillo que llevaba a la puerta de servicio, por la cual, frecuentemente descargaban los hallazgos más grandes. Esa última pequeña esperanza, abrir la puerta y escaparse, le dio fuerzas. Contando con su conocimiento del lugar se apuró en la oscuridad confiando en escapar de sus perseguidores. Pero no consiguió ganar la carrera. No vio una pesada caja que estaba atravesada, se golpeó la rodilla y cayó. Unas manos fuertes lo agarraron por el cuello, lo maltrataron y lo sacaron a la luz en la sala grande.
– Miserable, me engañaste! —
El viejo Averianov dio un fuerte puñetazo en el estómago al profesor mientras Averianov el joven lo sostenía por la espalda para que no cayera.
– Donde está? —
– Allá, donde siempre estuvo. – exhaló el profesor.
– Allá no está! Esa es una falsificación! Donde está el verdadero? —
– Yo no comprendo de que está hablando, camarada gene….. —
– Comprendes muy bien. – Averianov hundió con fuerza el cañón de la pistola en el hígado al científico. – Te voy a golpear, si no hablas. Después volaremos a Samarkanda y si me engañas de nuevo, vas a morir de una muerte horrible. Eso, yo te lo prometo. Ya tenemos especialistas que saben de eso. Entonces, dónde está? —
– Espere un momento. – El profesor consideró si ya Malik Kasimov habría llegado a la oficina y ya habría tenido tiempo de ver las señales que le dejó. Sus cálculos decían que ya debía estar ahí.
– Ningún momento! Habla! —
Un nuevo golpe obligó al profesor a retorcerse. Alexander Simeonovich hizo fuerza para levantar una mirada turbia. En el rincón, desde el techo, colgaba un cráneo blanco de un tigre dientes de sable con dos colmillos opacos, afilados como cuchillos. Un extremo de la cuerda, que sostenía la cabeza, estaba atado a la pared, a tres metros del profesor. Además de la paleontología el profesor conocía bien las leyes de la física y las matemáticas. Estimó la altura y el centro de gravedad del objeto colgado. Calculó el punto en el piso, el tiempo y la distancia. Cuando el cálculo fue comprobado tres veces, el profesor se relajó.
– Suéltenme, les diré todo. —
El general hizo una seña aprobatoria y el teniente aflojó los dedos.
4.– Una clase de ajedrez
Zakolov apartó el periódico e hizo su siguiente jugada en el tablero de ajedrez.
– Curiosa coincidencia. —
– Alfiles en el mismo color? Significa que no hay empate. – Como siempre, cuando Dmitri Kushnir jugaba, solo pensaba en ajedrez.
– Yo me refiero al destape de la tumba de Tamerlán, que coincidió con el comienzo de la Gran Guerra Patria.
– Si eso hubiera sido una simple coincidencia, a mi hermana no la hubieran botado de la universidad y al redactor no lo hubieran botado del periódico. —
– Eso es correcto, – asintió Tikhon. – Además destruyeron todo el tiraje del número. Quien se enteró de esta información es muy peligroso. —
– Para el estado! —
– Por qué tan categórico? —
– Porque se volvieron locos, botaron gente y los órganos de seguridad investigaron! – Dmitri se sobreexcitó y cometió un error en su siguiente jugada.
– Tranquilízate. Si no, vas a perder. —
– Mira la tontería que cometí. Como que me toca rendirme! —
– Nunca hay que entregarse. —
– Pero en esta situación! – Dmitri señaló el tablero, decepcionado.
Tikhon consideró la posición de las piezas e hizo la siguiente proposición:
– Volteemos el tablero, o sea, tu juegas con las mías y yo con las tuyas. —
– Seguro? —
– Seguro! —
– Tú quieres consentirme, no? —
– Yo nunca le limpio los mocos a los bebés. Yo les enseño la vida. – Tikhon volteó el tablero. – Continúa jugando con las blancas. —
Ocho jugadas pasaron en absoluto silencio. Cuando Zakolov hizo su novena jugada, Kushnir saltó como escaldado:
– No me imaginé esta posición! Perdí! Segunda vez que pierdo en la misma partida. —
– Es una lección para ti, Dmitri. Nunca debes rendirte. Inclusive en las situaciones más desesperadas. En primer lugar porque el adversario puede equivocarse. —
– No me equivoqué. Yo jugué de acuerdo a la teoría! —
– Y en segundo lugar, en el último momento, al borde del abismo, tú puedes ver la solución salvadora, la cual no habías notado. —
Tikhon esperó a que el entristecido estudiante de primer año guardara las piezas y cerrara el tablero de ajedrez para preguntarle:
– Ahora dime, para que me mostraste ese artículo prohibido? —
– Para pedirte que ayudes a mí hermana. La juzgaron en una reunión secreta del partido y la expulsaron del Komsomol4. Todos dijeron que ella deformó la historia, que despreció la victoria del pueblo en la Gran Guerra Patria e hizo propaganda de misticismo y religión. —
– Que tiene que ver la religión en esto? —
– No sé. Nadie ha visto el artículo. Del comité local bajaron la orden de buscarlo, pero nada. Hasta las mejores amigas de Tamara la abandonaron. —
– Y que dice el cineasta Kasimov? —
– Se asustó y no dice nada. Teme perder la pensión. Tamara, al principio, se preocupó mucho. Ahora, ella quiere buscar el cráneo de Tamerlán por su cuenta, medir su
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Komsomol: Así se llamaba a la Juventud del Partido Comunista (PCUS) de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).