El craneo de Tamerlan. Sergey Baksheev
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– Me di cuenta de un detalle importante. En 1942 no regresaron todos los restos a la tumba. El cráneo de Tamerlan fue re-enterrado más tarde, a final de 1944. Yo estoy convencido de que el demonio de la guerra estaba concentrado, justamente, en él. Después de eso nuestra victoria ya fue inevitable. —
– De nuevo taparon el ataúd? – enseguida supe que era una pregunta tonta.
El camarógrafo se sonrió enigmáticamente y me hizo atravesar la puerta.
En mi casa y durante mucho tiempo me puse a ver las ilustraciones en el libro de historia. Desde un pequeño dibujo, me miraba el rostro terrible del todopoderoso emir Tamerlan. Rostro reconstruido por el antropólogo Guerasimov, a partir del cráneo hallado.
Sería posible que esa fuerza maligna del conquistador de Asia se conservara hasta después de su muerte?
Y en la siguiente página del libro de historia aparecían unas reproducciones del cuadro de Vasily Vereschaguin “Apoteosis de la guerra”, el cual pintó en Asia Media después de estudiar las guerras de Tamerlan. En el cuadro se representa una enorme pirámide de cráneos humanos y muchos cuervos volando sobre ella.
Yo había visto ese cuadro en la Galería Tretyakov. En su marco se puede leer la frase: “Se dedica a todos los grandes conquistadores: los del pasado, los del presente y los del futuro”.
3.– El Instituto de Paleontología. 1962
El paleontólogo, profesor Alexander Simeonovich Efremov, se movía nervioso dentro de la estrecha oficina. En los vidrios redondos de sus anteojos se reflejaba, o la luz de la lámpara de escritorio, o los ángulos del marco de la ventana. La punta de la barba canosa y bien arreglada le tocaba el pecho con frecuencia y en la frente había arrugas de preocupación.
La razón de la creciente intranquilidad de Alexander Simeonovich fue una llamada telefónica tempranera que lo regresó instantáneamente al lejano año 44, cuando él, junto al, entonces, mayor de la seguridad Grigori Averianov cumplía un encargo secreto para Stalin. Hoy, Grigori Averianov es general y le exigió que lo acompañara en un viaje corto a Samarkanda para un asunto conocido de los dos. Examinando las noticias de los periódicos acerca de la crisis de los misiles en el Caribe entre la URSS y USA y ligándolas con la llamada inesperada, el profesor comprendió completamente. Para no ir, había convencido al general de que estaba enfermo, pero lo tranquilizó diciéndole que no tendría ningún problema en recuperar el Talismán deseado. En eso quedaron.
Pero el profesor sabía que la prórroga que había obtenido era por un día nada más.
Ese era el tiempo que tenía para pasarle el misterio peligroso a una persona de confianza. Los familiares y colegas no contaban, ellos serían los primeros sospechosos. Podía ser una persona casual, pero tal, que no fuera necesario explicarle sobre la terrible fuerza de ese objeto no común. Las ideas se le movían a chispazos. Hacia el mediodía Alexander Simeonovich recordó al operador de cine Malik Kasimov de Uzbekistan a quien había conocido durante las excavaciones en Gur Emir en Junio del 41. Ellos no se habían visto desde aquellos tiempos, pero Kasimov lo había llamado hacía poco desde Tashkent para pedirle una entrevista para alguna revista. Él informó que pronto vendría a Moscú en una comisión e inclusive dejó el número de teléfono del estudio de cine donde iba a estar.
El profesor encontró el papel con el número de teléfono y llamó desde una caseta telefónica de la calle. Mientras llamaban al operador de cine, Efremov, nerviosamente, miraba a todos lados y recordaba, asombrado, la sangre fría que tuvo entonces, en el 44, cuando pudo engañar, él solo, a la todopoderosa KGB. Malik Kasimov se alegró por la llamada y se excusó por no haber llamado antes, pero, hasta el día anterior había estado muy ocupado en el estudio de cine. Alexander Simeonovich le dijo que lo esperaba e hizo mención a un secreto importante y que, por lo tanto, le pedía que viniera solo. Al profesor le convenía completamente que ya hubiera anochecido, porque todos los colegas ya habían abandonado el edificio del instituto de paleontología.
El encuentro no llegó a realizarse. Alexander Simeonovich Efremov se acercó una vez más a la ventana y miró a través de ella cuando oyó el frenazo de un automóvil. Del “Volga” negro brillante saltó un hombre en uniforme de general, el cual miró con rabia hacia la única ventana iluminada que había en el instituto. El profesor retrocedió. Por la mirada de desconfianza característica él enseguida reconoció al funcionario de la KGB Grigori Averianov.
“Rápido, los aviones despegan.” – se dijo el profesor con abatimiento, se retiró penosamente y, cansado, bajó a su puesto de trabajo.
Desgraciadamente, Kasimov se retrasó. Ya todo había terminado. El general llegó antes y en tres minutos estaría aquí. Si el secreto terrible lo obtienen los militares se desencadenará una gran guerra por el dominio mundial. La KGB puede sacarle secretos a la gente. El profesor estaba consciente de que su cuerpo era demasiado débil para resistir mucho tiempo a esos profesionales. Ellos podían exprimirle todo. Y después, la catástrofe mundial! El único chance que había para evitar todo era su propia muerte.
Efremov se acomodó los lentes y entró en agitación. Y si me lanzo por la ventana? Volvió a la ventana y, cuidadosamente, ponderó la situación. No es muy alto. Las probabilidades de morir inmediatamente son muy pocas.
Al otro lado de la calle vio la alta y delgada silueta de Malik Kasimov con la bandolera de la cámara de cine atravesada en el pecho. Él notó al profesor en la ventana y levantó la mano para saludarlo. El cineasta se retrasó solo unos minutos!
“Pronto estará Kasimov aquí. Puede ser una oportunidad!”
El cerebro del científico trabajaba con furia.
“Yo no debo llevarme el gran secreto. Estoy obligado a dejar una pista, con la cual, una mente curiosa puede alcanzar la meta”
Ahora no podía gritar. El profesor hizo gesticulaciones enfáticas hacia Kasimov y se volteó. Los ojos del profesor miraron amorosamente el cuadro que estaba colgado detrás de su sillón. Él mismo lo había pintado justo después de su regreso, hacía dieciocho años, de Asia Central. El cuadro estaba colgado, especialmente, entre otros igualmente extraños, de tal manera, que ninguno se destacaba particularmente. El profesor se alegraba de que nadie comprendiera su pintura abstracta. A la única persona sobre la tierra que él quería explicar su significado hoy, era a Malik Kasimov. Pero no tenía tiempo.
“Todavía tengo unos minutos. No puedo explicárselo personalmente, pero si dejarle una pista.”
Efremov se lanzó hacia los estantes de los libros y tomó el libro que necesitaba. Tomó un lápiz y trazó en la portada unas líneas rectas que se cortaban entre sí. El profesor quedó satisfecho con el gráfico y puso el libro en el centro de la mesa pero antes colocó una nota, con el nombre del cineasta, dentro de él. Después se lanzó hacia la mesita de la laboratorista, hurgó en la gaveta y volvió con una polvera. Alexander Simeonovich la abrió y la puso sobre el libro de tal manera que su amada pintura se reflejara en el espejito redondo de la polvera.
Por los pasillos del instituto se oían las pisadas resueltas de las botas gruesas.
“Tengo que distraer a los vinieron a buscarme.”
Alexander Simeonovich Efremov salió de la oficina. El camino hacia la salida principal estaba bloqueado por dos siluetas oscuras, en uniforme militar, que venían caminando por el pasillo. El anciano profesor se dirigió