El craneo de Tamerlan. Sergey Baksheev
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La búsqueda del hijo de los Ashmuratov duró cerca de seis meses. El capitán Averianov encontró a Bakhtliar, ya de veintiocho años de edad, en la colonia Tobolskaia, un penal de máxima seguridad. A Ashmuratov, recientemente lo habían condenado a una segunda sentencia carcelaria por asalto a mano armada con lesiones corporales.
El delincuente reiterado, con cuello de toro y bíceps de acero, recibió al oficial de la KGB con gesto esperanzador pero, sabiendo que se trataba de los hechos del año 44, rápidamente se desentendió, bajó la mirada y decayó su ánimo.
– Jefe, dame un cigarrillo. – hoscamente pidió Bakhtliar, largo tiempo aspiró el cigarrillo y después, mirando al piso, dijo: – Yo recuerdo al tío Simeon. Así lo llamaba mi papá. Cuando él se instaló en la casa, mi mamá enseguida empezó a pelear con mi papá, porque aquel, de Moscú, venía a buscar la Ciudad de los Muertos. —
– La Ciudad de los Muertos? Que es ese lugar? —
– No sabes? Eso es raro. Yo pensé que tú venías por eso. Muchos quisieran ir allá. —
– Para…? —
– No sé. – Bakhtliar miró despreciativamente y calló.
– Ashmuratov, contesta la pregunta. – No se contuvo el oficial. – Que sabes de la Ciudad de los Muertos? —
– Está bien, jefe. Fue mi mamá quien me habló de eso. Muchos siglos atrás, el gran emir Tamerlán atacó a Khorezm. Él vino con su ejército a nuestra tierra varias veces. Khiva siempre mostró una resistencia desesperada, algunas veces hasta pagó rescate pero, de todos modos, fue tomada por los ejércitos de Tamerlán. El kan local y sus hijos habían construido un escondite subterráneo con entradas secretas y se escondió ahí. Tamerlán encontró una entrada y envió allí una escuadra armada. No regresó ninguno de sus soldados. Entonces Tamerlán envió una cantidad triple de sus soldados al subterráneo y no volvió ninguno tampoco. Entonces Tamerlán reunió una cantidad quíntuple de sus soldados de élite y, otra vez, los envió al estrecho túnel. Además, les ofreció, por la cabeza del kan, todos los tesoros que encontraran en el escondite subterráneo. Tamerlán esperó tres días, pero nadie volvió. Entonces, el furioso emir, ordenó liquidar una cantidad diez veces más de ciudadanos que sus soldados desaparecidos. Entonces llenó ese túnel de entrada con arcilla y todas las cabezas de los ejecutados para que nunca nadie pudiera salir de ahí. Desde ese entonces, a esos túneles bajo Khiva, los llaman la Ciudad de los Muertos. —
– Ok. Y entonces? —
– Al kan y a sus hijos no los vieron más nunca. Se dice que murieron en las trampas que ellos mismos ordenaron construir. Mi madre contaba que siempre hubo desesperados que querían hallar los tesoros que escondió el kan. Algunos hicieron aberturas entre el montón de cráneos, otros buscaron diferentes caminos, pero todo aquel que cayó en la Ciudad de los Muertos despareció sin dejar rastro.
– Y el tío Simeon de Moscú, también se dirigió hacia allá? —
– Él dijo que a él no le interesaba ningún tesoro. Él es un gran especialista de huesos y quería comprobar una vieja leyenda. Mi padre le mostró la vieja entrada al subterráneo la cual, Tamerlán, llenó con las cabezas cortadas. Pero este lugar, hace muchos años, lo habían tapiado con cemento, para quitarle la costumbre a todo el mundo de venir a probar suerte. Simeón simuló olvidarse de ese cometido, pero no fue así. Yo estaba pequeño y a mí me gustaba seguirlo. Él estudió todas las construcciones antiguas en la ciudad y, con frecuencia, llevaba instrumentos extraños, pero regresaba sin ellos. Algunas él fue al cementerio con mi papá y preguntaba cosas sobre las tumbas. Una vez fue, quien sabe dónde, y regresó con una caja pequeña metálica. Él estaba muy nervioso. Esa caja estuvo toda la noche en la casa. Yo recuerdo ese día. Esa fue la primera vez que mi papá le pegó a mi mamá. —
Bakhtliar calló. Averianov le dio un nuevo cigarrillo.
– De qué tamaño era la caja? —
– Ah? La caja? Como una caja para enviar cosas por correo, pero bien hecha. Era como un pequeño ataúd. Con una abrazadera arriba y una presilla por un lado. —
– Él la abrió? —
– No. Enseguida la metió bajo la cama. —
– Que más recuerdas de Simeón? —
– Al día siguiente, tomó la caja y se fue a la ciudad. En la casa había tristeza y yo, por costumbre, me fui tras él. Él se metió en una vieja torre de la fortaleza, yo no quise esconderme y entré también. Pero entonces sucedió algo extrañísimo. En la torre había una sola entrada. Simeón no salió por ahí, pero adentro tampoco estaba. Las paredes peladas, una escalera para subir; subí y llegué a un espacio techado y con almenas, no había nadie! El científico había desaparecido. —
– Pudo haber saltado. —
– Una persona no cabe por las almenas. —
– Y no lo viste más? —
– Claro que lo vi! Simeón volvió pero por otro lugar. En la mañana yo estaba en la casa y en la tarde fui al cementerio, donde mi padre. Yo quería que mis padres se contentaran. Mi papá salió del cementerio de último, cuando me lo llevé a casa. Nosotros ya estábamos cerca de la salida cuando, de repente, Simeón, desde adentro, nos alcanzó. Él estaba sin la caja y todo lleno de tierra, como si hubiera salido de una tumba. Mi padre estaba disgustado y no puso atención a eso, pero Simeón sonrió y dijo que ya había cumplido su asunto y se iría al día siguiente.
– Se fue? —
– Si, al día siguiente. Yo me quedé pensando: “Como llegó al cementerio?”. Desde la ciudad no podía llegar, está en el otro extremo. Yo recordaba la dirección, desde la cual, él llegó a las puertas. Ahí, en una esquina, estaba una cripta abandonada. Yo fui hasta allá, la lápida estaba ladeada, miré el interior y, en vez de un muerto lo que había era un vacío negro. —
– Como que un vacío? —
– Un hueco! El fondo no se veía. Yo creo que era una entrada a la Ciudad de lo Muertos. —
Averianov ladeó la cabeza para mirar a Bakhtliar y, por supuesto, le preguntó:
– Claro que entraste ahí, no? —
– Al principio me dio miedo entrar, pero al mes fui ahí de nuevo, moví la lápida y miré el foso profundo, parecido a un pozo. No quería bajar solo y se me ocurrió algo. Nosotros teníamos una perra, Zhulia, la cual tirábamos en cualquier lado, pero ella siempre volvía a casa. Yo la bajé a la fosa. Los primeros días ladraba, mirando hacia arriba. No le dí ni agua ni comida así, que tuvo que meterse más adentro. Yo pensé que si ella encontraba otra salida, volvería a casa. Era una perra muy inteligente. Si ella volvía al pozo, yo la hubiera sacado. Y la esperé una semana, pero Zhulia no volvió. —
– Y tú no te arriesgaste? —
– Nooo, jefe. Yo recordaba muy bien los cuentos terribles de mi mamá sobre la Ciudad de los Muertos. –