Diario de Corea del Norte. Michael Palin
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The Daily Telegraph
«Este libro desvela la realidad de uno de los últimos puntos ciegos
del mundo.»
Irish Independent
Introducción
2016
Había pasado buena parte del año esperando recibir luz verde para lo que, posiblemente, sería uno de los papeles más exigentes y agotadores —pero también más apasionantes— de toda mi vida. Había aprendido a montar a caballo, pasado horas aprendiendo español con el curso de Michel Thomas, me había dejado crecer el vello facial adecuado e incluso había pedido que me fabricasen una nariz postiza a medida. Y todo esto para interpretar el papel protagonista en el último intento de Terry Gilliam de rodar la película que se había convertido en el proyecto de su vida, El hombre que mató a Don Quijote. Pero, por diversos motivos, el rodaje se había pospuesto en repetidas ocasiones. En un principio, se suponía que debía empezar en julio y, luego, en octubre, pero más tarde resultó que tampoco sería en octubre. A medida que los problemas contractuales frustraban cualquier posibilidad de progreso, las explicaciones sobre mi barba y mi bigote se volvieron cada vez menos convincentes, al igual que mis motivos para rechazar otras ofertas.
Al final, llegó el momento de tomar el toro por los cuernos y, una mañana de otoño a primera hora, sumido en la tristeza y abatido por los remordimientos, me senté y escribí un correo electrónico a Terry para comunicarle mi renuncia al papel e hice clic en el botón de «enviar».
En cuanto el correo hubo salido, llegó otro a la bandeja de entrada. Era de un tal Dan Grabiner, de ITN Productions, y en el asunto se leía: «Hoy tengo una propuesta inusual para usted». Estoy acostumbrado a lo inusual, pero esta era realmente muy inusual. Se trataba de una petición para que considerara presentar una serie documental, para ITN y Channel 5, en Corea del Norte.
Mi filosofía sobre los viajes, construida en base a mis experiencias, es que cuanto más difícil es llegar a un lugar, mayor es la recompensa que aguarda a quien consigue llegar hasta allí. Pero si la recompensa era Corea del Norte, descubrí que mi esposa no compartía mi entusiasmo, como tampoco lo hacían algunos de mis amigos. Para muchos de ellos, visitar el país era ir demasiado lejos. Visitar desconocidos lugares conocidos es una cosa, pero ir a aquellos desconocidos lugares desconocidos es algo muy distinto.
Tampoco es que se pueda afirmar que Corea del Norte es un país completamente desconocido. Se han escrito libros sobre él y se han emitido numerosas crónicas de desertores por radio y televisión. Por desgracia, casi todas estas describen un Estado cruel, ateo y hermético cuyos habitantes viven oprimidos y en la pobreza bajo el yugo de una implacable dictadura que se autoperpetúa en el poder. No era un viaje fácil de vender a aquellos que albergaban dudas.
En el momento en que ITN Productions se puso en contacto conmigo, Kim Jong Un, el actual dirigente, un joven con una excéntrica tonsura, llevaba en el poder los cinco años transcurridos desde la muerte de su padre, Kim Jong Il, quien, a su vez, había heredado en 1994 las riendas del país de su padre, Kim Il Sung, el fundador de la RPDC: la República Popular Democrática de Corea.
Los norcoreanos tienen pocos amigos en el mundo exterior. Los rusos los ayudaron durante un tiempo, pero, tras el hundimiento del comunismo en 1991, se retiraron y permitieron que los chinos se convirtieran a regañadientes en los nuevos pagadores de Corea del Norte. La desconfianza que sentían otros países hacia los norcoreanos creció cuando estos subieron las apuestas mediante el impulso de la política Songun, que ponía a los militares en el mismo corazón de la existencia del país. Esto condujo a las pruebas de explosivos nucleares y a la construcción de misiles balísticos intercontinentales cada vez mayores. Uno tras otro, todos los intentos de reconciliación con Occidente fracasaron, lo cual aseguró que Corea del Norte permaneciera cómodamente instalada en el «eje del mal» del presidente George W. Bush.
A pesar de esta tan poco prometedora imagen internacional, seguí mi instinto y curiosidad natural, y respondí a ITN que sí, que estaba interesado en su propuesta y que me gustaría saber más.
Tras una serie de reuniones iniciales, el proyecto perdió impulso. La situación internacional empeoró y la idea de un diario de viaje por Corea del Norte parecía cada vez menos factible. Además, mi esposa iba a someterse a una operación de artroplastia de rodilla y yo debía quedarme con ella para ayudarla durante el proceso de recuperación. Por lo tanto, decidí confinarme a otro proyecto, que me permitiría quedarme más cerca de casa: seguiría mi redescubierto entusiasmo por la extraordinaria historia de un barco llamado HMS Erebus y lo convertiría en un libro.
Parece que tomé la decisión correcta. Las noticias procedentes de la República Popular Democrática de Corea eran nefastas. Kim Jong Un estaba amenazando al mundo entero, jactándose de que su país había acumulado un arsenal de misiles y de que disponía de sesenta cabezas nucleares para armarlos. La reacción inmediata del recién electo presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, no fue precisamente positiva. Llamó «loco» al líder norcoreano y prometió que se respondería a Corea del Norte «con un fuego y una furia como el mundo no ha visto jamás». «Este hombre cohete está llevando a cabo una misión suicida», se mofó Trump. Kim Jong Un contraatacó, y calificó a Trump de «anciano senil con problemas mentales».
Las probabilidades de que me permitieran rodar en el Reino Ermitaño disminuían con cada insulto. A mi esposa le alegró que los planes del viaje se desbarataran y yo me resigné a no visitar el que habría sido mi nonagésimo octavo país.
Pero ITN y Channel 5 no se dieron por vencidos. A lo largo de todos esos meses de beligerantes descalificativos, la productora y el canal de televisión británico habían mantenido la relación con su contacto principal, un agente de viajes inglés llamado Nick Bonner, un hombre que había organizado viajes a la RPDC durante veinticinco años y que conocía el país a fondo.
A principios de 2018, Bonner percibió que Corea del Norte mostraba señales más prometedoras. Aunque advirtió que «todo Estados Unidos está al alcance de nuestras armas nucleares», en su discurso de Año Nuevo, Kim Jong Un extendió una rama de olivo sin precedentes al presidente de Corea del Sur y, por extensión, a todo el mundo exterior. Mientras yo estaba sumido en la desaparición del HMS Erebus en el hielo ártico, parecía que en otra parte muy distinta del mundo se estaba produciendo un deshielo.
La República Popular Democrática de Corea, retratada desde hace tanto tiempo como el viejo huraño gruñón de la política internacional, se había embarcado en lo que recibía el nombre de una «ofensiva de seducción». No solo iban a enviar un equipo a los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebrarían en Corea del Sur, sino que —y esto fue una astuta decisión— también habían decidido enviar a Kim Yo Jong, la fotogénica hermana de Kim Jong Un, a que posara junto al robótico vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, para demostrar que los viejos gruñones estaban en Washington, no en Pyongyang.
De forma casi increíble, menos de un mes después de las Olimpiadas, la Casa Blanca anunció un posible encuentro entre el Líder Supremo y el presidente de Estados Unidos. Unas pocas semanas después, Kim Jong Un salió de Corea del Norte por primera vez desde que había asumido el poder en 2011 y tomó un tren a Pekín para reunirse con el presidente chino.
Avivadas por la cálida brisa de la reconciliación, se generaron grandes expectativas en torno al proyecto. Se estableció una oficina de producción. Empezaron a llegarme libros sobre