La reina de los caribes. Emilio Salgari
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Читать онлайн книгу La reina de los caribes - Emilio Salgari страница 5
—¡Por cien mil diablos! —exclamó Carmaux—. ¡Este me ha tomado por algún gobernador! ¡Excelencia! ¡Oh!
—¡Silencio, hablador! —gruñó el Corsario—. Vamos, ¿adónde ibas?
—En busca de un médico, señor —balbuceó el jorobado—. Mi mujer está enferma.
—¡Mira que si me engañas te hago colgar del palo mayor de mi nave! Te juro…
—Deja los juramentos, y responde. ¿Conoces a don Pablo Ribeira?
—Sí, señor.
—¿Administrador del duque Wan Guld?
—¿El ex gobernador de Maracaibo?
—Sí. Le conozco personalmente.
—Pues bien; llévame a su presencia.
—Pero… señor…
—¡Llévame! —gritó amenazadoramente el Corsario—. ¿Dónde vive?
—Aquí cerca, señor… excelencia…
—¡Silencio! ¡Adelante, si estimas tu pellejo! Moko, sujeta a este hombre y cuida de que no se te escape!
El negro cogió al español en brazos, a pesar de sus protestas, y le preguntó:
—¿Dónde es?
—Al final de la calle.
—¡Pues vamos allá! Así no te cansarás.
La pequeña caravana se puso en marcha. Procedía, sin embargo, con cierta precaución, deteniéndose a menudo en los ángulos de las calles transversales, por temor a caer en alguna emboscada o a recibir una descarga a quemarropa.
Wan Stiller vigilaba las ventanas, pronto a descargar su mosquete contra la primera persiana que se hubiese abierto o contra la primera esterilla que se hubiese alzado. Carmaux, a su vez, no perdía de vista las puertas. Llegados al final de la calle, el jorobado se volvió hacia el Corsario, y señalando una casa de buen aspecto, edificada en piedra y coronada por un torreón, le dijo:
—Aquí es, señor.
—¡Bien está! —repuso el Corsario.
Miró atentamente la casa, se acercó a las dos esquinas para cerciorarse de que nadie se escondía en las calles adyacentes, y acercándose a la puerta la golpeó con el pesado aldabón de bronce que de ella pendía. Aún no había cesado el ruido de la llamada cuando se oyó abrir una persiana y una voz desde el último piso que preguntaba:
—¿Quién eres?
—¡El Corsario Negro! ¡Abrid, o prendemos fuego a la casa! —gritó el capitán haciendo brillar su espada a la lívida luz de un relámpago.
—¿A quién buscas?
—A don Pablo de Ribeira, administrador del duque Wan Guld.
En el interior de la casa se oyeron pasos precipitados, gritos que parecían de espanto; luego, nada.
—Carmaux —dijo el Corsario—, ¿tienes la bomba?
—Sí, capitán.
—Colócala junto a la puerta. Si no obedecen le prenderemos fuego, y nos abriremos paso nosotros mismos.
Se sentó sobre un guardacantón10que se encontraba a pocos pasos, y esperó atormentando la guarda11 de su espada.
1. Bordada: camino que hace una embarcación cuando navega, virando para ganar o adelantar hacia barlovento (o parte de donde viene el viento).
2. Bricbarca: navío de tres o más palos sin vergas de cruz en la mesana.
3. Bandazo: movimiento o balance violento que da una embarcación hacia babor o estribor (izquierda o derecha mirando de popa a proa).
4. Carena: parte sumergida del caso de un buque.
5. Arboladura: conjunto de árboles y vergas de un navío.
6. Toldilla: cubierta parcial (o piso) que tienen algunos buques a la altura de la borda (o canto superior del costado de un buque), desde el palo mesana (el más cercano a popa de los tres palos) al coronamiento de popa.
7. Tabardo: especie de gabán sin mangas, de paño o de piel.
8. Engolfar: dicho de una embarcación, entrar muy adentro del mar. Aquí usado metafóricamente, refiriéndose al viento.
9. Cámbaro: crustáceo marino.
10. Guardacantón: poste de piedra para resguardar de los carruajes las esquinas de los edificios.
11. Guarda: defensa que se pone en las espadas y armas blancas junto al puño.
2
Hablar o morir
Aún no había transcurrido un minuto cuando las ventanas del primer piso se iluminaron, reflejándose algunos rayos de luz en las casas de enfrente. Una o más personas estaban preparándose a bajar, a juzgar por el ruido de pasos que se oía repercutir en algún corredor.
El Corsario se había puesto rápidamente en pie, con la espada en la diestra y una pistola en la siniestra. Sus hombres se habían colocado a los lados de la puerta con las armas preparadas.
En aquel momento el huracán redoblaba su furia. El viento rugía a través de las calles, arrancando las tejas y desencuadrando las persianas, mientras lívidos relámpagos rompían las tinieblas con siniestro fulgor, y retumbaba el trueno. Algunas gruesas gotas comenzaban a caer con tal violencia que parecían granizo.
—¡Buena noche para venir a buscar