Atenas y Jerusalén en diálogo. Alberto F. Roldán
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“¡Atrévete a pensar!” es entonces el desafío que formula la Ilustración, dado que el ser humano ha llegado a la mayoría de edad. Ese atrevimiento lo ejecutará el propio Kant demoliendo las pruebas teístas elaboradas pacientemente por Descartes. Kant pone todo su empeño para analizar críticamente esas pruebas.13 Divide lo que llamamos “realidad” en dos planos diferenciables: lo fenoménico y noumenal. De los fenómenos podemos hacer ciencia, pero de lo noumenal, que significa “la cosa en sí”14 y que incluye las ideas de Dios, inmortalidad, cielo, no podemos hacer “ciencia” en el sentido estricto. Se necesita una “razón práctica” o “un uso práctico” de la razón para hablar de ellas. Para Kant, sólo hay tres posibles pruebas especulativas de la existencia de Dios: la físico-teológica, la cosmológica y la ontológica. Kant se toma el trabajo de desmenuzar cada uno de sus argumentos para mostrar su inconsistencia. “Todas las pruebas de la existencia de Dios, según Kant, no sólo han fracasado en la práctica, sino que son también teóricamente imposibles”.15 Trasladado a la empresa teológica, Kant dice: “Todos los ensayos de un uso simplemente especulativo de la razón bajo la relación teológica son enteramente infructuosos y nulos, y sin valor en cuanto a la naturaleza interna de esta ciencia […]”.16
Pero esta demolición de las pruebas teístas encarada por Kant ¿significa que él no creía en Dios? De ninguna manera. En el final de la Crítica de la razón pura aclara su posición respecto a la fe y admite: “Sólo desde el punto de vista práctico puede la creencia teóricamente insuficiente llamarse fe”.17 Kant une la fe a los fines morales, por lo que dice:
… yo creo infaliblemente en la existencia de Dios y en una vida futura y estoy seguro que nada puede hacer vacilar esta fe, puesto que derribaría con ella mis mismos principios morales, a los cuales no puedo renunciar sin llegar a hacerme digno de desprecio ante mis propios ojos.18
Como se observa, Kant vincula la fe en la existencia de Dios a los principios morales que se derribarían sin su existencia. Más adelante insiste: “La fe en un Dios y en otro mundo está de tal forma unida a mi disposición moral, que no corro el riesgo de perder esta fe no creyendo en poder ser despojado jamás de esta disposición”.19
En síntesis: Kant realiza un enorme esfuerzo por distinguir entre razón pura y razón práctica. La primera es la que se ejerce sobre fenómenos de los cuales se puede hacer ciencia en sentido estricto. Pero entes como Dios, el alma, el cielo, no son pasibles de ser comprendidas mediante la pura razón, pero sí se pueden captar mediante una razón práctica o un uso práctico de la razón. Kant distingue entonces los siguientes binomios:
* Razón pura vs. razón práctica
* Ciencia vs. fe
* Filosofía vs. teología
De allí, colige que la teología no puede ser una ciencia en el sentido cabal del término. Su tema central: Dios, tampoco puede ser tema de ciencia ni de una especulación filosófica. Pero ello no significa que no sea importante. Lo es, en un sentido tan profundo que Kant entiende que si renuncia a él se cae todo su andamiaje filosófico-ético. ¿Por qué hemos puesto como título de este apartado “La teología: sierva de la filosofía”? Pues porque para Kant, a la inversa de lo que fue toda la Edad Media, en que la filosofía fue ancilla de la teología, ahora los roles son puestos al revés (Kant diría: en su verdadero lugar). Al final de su breve texto La paz perpetua, dice, al comparar la facultad de filosofía con otras: “Dícese que la filosofía, por ejemplo, […] es la sirvienta de la teología […]. Pero no se aclara bien si su servicio consiste ‘en preceder a su señora, llevando la antorcha, o seguirla, recogiéndole la cola’”.20 La imagen que utiliza Kant es suficientemente elocuente: revierte la posición subalterna de la filosofía, tal como se dio en la Edad Media, y la reubica en el primer lugar, y la teología es la que —detrás— le recoge la cola […].21
Dos enfoques: Paul Tillich y Wolfhart Pannenberg
Dejando de lado posiciones poco académicas de desprecio mutuo entre una disciplina y otra y, sin pretender agotar el tema, nos proponemos ahora exponer algunas respuestas a las relaciones entre filosofía y teología. Para ello, hemos escogido a dos teólogos luteranos con sólida formación en filosofía y que han reflexionado sobre nuestro tema: Paul Tillich y Wolfhart Pannenberg.
Paul Tillich (1886–1865), teólogo luterano y filósofo vinculado a la Escuela de Frankfort, se dedica a reflexionar sobre los puntos en común de ambas disciplinas y sus contrastes. En la Introducción a su Teología sistemática, Tillich ensaya una respuesta. Propone una definición de filosofía: “Aquella actitud cognoscitiva frente a la realidad como un todo en la que la realidad como tal es el objeto de conocimiento”.22
Para elaborar una respuesta a la cuestión de las relaciones entre teología y filosofía, Tillich dice que ambas disciplinas plantean la cuestión del ser, pero desde distintas perspectivas. “La filosofía se ocupa de la estructura del ser en sí mismo; la teología, en cambio, se ocupa de lo que significa el ser para nosotros”.23 A partir de ese punto de convergencia, Tillich desarrolla luego el tema de las divergencias; a saber, la divergencia de la diferente actitud cognoscitiva entre el filósofo y el teólogo. “Aunque guiado por el eros filosófico, el filósofo intenta mantenerse objetivamente distanciado del ser y sus estructuras”.24 A diferencia del filósofo, el teólogo se halla por entero vinculado a su “objeto” con pasión, temor y amor. En ese sentido, Tillich define la actitud del teólogo como “existencial”.
* Otra divergencia está en el tema de las fuentes. “El filósofo considera la totalidad de la realidad para descubrir en ella la estructura de la realidad en su conjunto”.25 Por el contrario, el teólogo debe descubrir de qué modo se manifiesta lo que le preocupa últimamente y debe situarse allí. De modo más claro, dice Tillich que, mientras el filósofo apunta al Logos universal, el teólogo se refiere al Logos encarnado, el Logos histórico particular.
* Finalmente, un tercer punto de divergencia radica en el contenido. El filósofo se ocupa de las “categorías del ser”, mientras que el teólogo “relaciona esas mismas categorías y conceptos en la búsqueda del ‘nuevo ser’”.26 ¿Qué dice Tillich de las convergencias entre ambas disciplinas? Dice que la convergencia es obvia porque tanto el filósofo como el teólogo “existen” y no pueden desasirse del carácter concreto de sus existencias. Hay condicionamientos psicológicos, sociológicos e históricos para ambos. Y llega a afirmar lo siguiente:
Todo filósofo creador es teólogo latente (a veces incluso un teólogo declarado). Es un teólogo en la medida en que su situación existencial y su preocupación última modelan su visión filosófica. Es un teólogo en la medida en que su intuición del logos universal, que alienta en la estructura en la realidad