El cuerpo lleva la cuenta. Bessel van der Kolk
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En circunstancias normales, ambos lados del cerebro funcionan conjuntamente de manera más o menos fluida, incluso en las personas en las que un lado predomina más que el otro. Sin embargo, tener un lado o el otro desconectado, aunque sea temporalmente, o tener un lado completamente desconectado (como pasaba en los inicios de la cirugía cerebral) resulta limitante.
La desactivación del hemisferio izquierdo tiene un impacto directo sobre la capacidad de organizar la experiencia en secuencias lógicas y de traducir nuestros sentimientos y pensamientos cambiantes en palabras. (El área de Broca, que se apaga durante los flashbacks, está en el lado izquierdo). Sin secuenciar, no podemos identificar la causa y el efecto, comprender los efectos a largo plazo de nuestras acciones ni hacer planes de futuro coherentes. Las personas que están muy afligidas dicen que están «perdiendo la cabeza». En términos técnicos, están experimentando la pérdida del funcionamiento ejecutivo.
Cuando a las personas traumatizadas algo les recuerda el pasado, su cerebro derecho reacciona como si el acontecimiento traumático estuviera sucediendo en el presente. Pero como su cerebro izquierdo no está funcionando muy bien, puede que no sean conscientes de estar reexperimentando y representando el pasado; simplemente están furiosas, aterradas, rabiosas, avergonzadas o paralizadas. Cuando esta tormenta emocional ya ha pasado, puede que busquen algo o a alguien a quien culpar. Se han comportado así porque nosotros hemos llegado diez minutos tarde, o porque nosotros hemos quemado las patatas, o porque tú nunca me escuchas. Evidentemente, la mayoría hemos hecho esto alguna vez, pero cuando se nos pasa solemos admitir nuestro error. El trauma interfiere con este tipo de conciencia, y con el tiempo nuestra investigación ha demostrado por qué.
ATRAPADOS EN LA LUCHA O EN LA HUIDA
Lo que le sucedió a Marsha en el escáner poco a poco empezó a tener sentido. Trece años después de su tragedia, activamos las sensaciones (los sonidos y las imágenes del accidente) que seguían almacenados en su memoria. Cuando estas sensaciones salieron a la superficie, activaron su sistema de alarma, que hizo que reaccionara como si estuviera otra vez en el hospital escuchando que su hija había fallecido. El paso de esos trece años quedaba borrado. El ritmo cardiaco acelerado y el aumento de la presión arterial reflejaban su estado de alarma agitado.
La adrenalina es una de las hormonas críticas para ayudarnos a luchar o a escapar en situación de peligro. El aumento de adrenalina fue el responsable de la drástica aceleración del ritmo cardiaco y del aumento de presión sanguínea de nuestros participantes mientras escuchaban la narración de su trauma. En condiciones normales, la gente reacciona a una amenaza con un aumento temporal de las hormonas del estrés. En cuanto la amenaza desaparece, las hormonas se disipan y el cuerpo recupera la normalidad. Las hormonas del estrés de las personas traumatizadas, en cambio, tardan mucho más a volver al nivel basal y crean picos rápida y desproporcionadamente en respuesta a unos estímulos ligeramente estresantes. Entre los efectos insidiosos de tener las hormonas del estrés permanentemente elevadas figuran problemas de memoria y de atención, irritabilidad y trastornos del sueño. También contribuyen a muchos problemas de salud a largo plazo, en función del sistema corporal más o menos vulnerable de cada persona.
Ahora sabemos que existe otra respuesta posible ante la amenaza que nuestros escáneres todavía no pueden medir. Algunas personas simplemente recurren a la negación: sus cuerpos registran la amenaza, pero su mente consciente sigue como si no hubiera pasado nada. Sin embargo, aunque la mente pueda aprender a ignorar los mensajes del cerebro emocional, las señales de alarma no se detienen. El cerebro emocional sigue funcionando y las hormonas del estrés siguen mandando señales a los músculos para que se tensen para actuar o se inmovilicen colapsados. Los efectos físicos sobre los órganos siguen sin cesar hasta que reclaman atención expresándose como enfermedad. Las medicaciones, las drogas y el alcohol también pueden apagar o anular temporalmente las sensaciones y los sentimientos insoportables. Pero el cuerpo sigue llevando la cuenta.
Podemos interpretar lo que le sucedió a Marsha en el escáner desde diferentes perspectivas, cada una de las cuales tiene implicaciones para el tratamiento. Podemos centrarnos en las alteraciones neuroquímicas y fisiológicas tan evidentes y decir que sufre un desequilibrio bioquímico que se reactiva en cuanto recuerda la muerte de su hija. Entonces, podemos buscar un fármaco o una combinación de fármacos que anulen la reacción o, en el mejor de los casos, restauren el equilibrio químico. Basándose en los resultados de nuestros escáneres, algunos de mis compañeros del MGH empezaron a investigar fármacos para que la gente respondiera menos a los efectos de una adrenalina elevada.
También podemos afirmar que Marsha está hipersensibilizada a sus recuerdos del pasado y que el mejor tratamiento sería alguna forma de desensibilización.4 Después de repetir una y otra vez los detalles del trauma con un terapeuta, sus respuestas biológicas podrían anularse, de manera que pudiera darse cuenta y recordar que «eso era entonces y esto es ahora», en lugar de revivir la historia una y otra vez.
Durante cien años o más, todos los manuales de psicología y de psicoterapia han sugerido que el hecho de hablar sobre los sentimientos angustiantes puede resolverlos. Sin embargo, como hemos visto, la propia experiencia del trauma se entromete en nuestra capacidad de hacerlo. Por mucho conocimiento y comprensión que desarrollemos, el cerebro racional es básicamente incapaz de sacar al cerebro emocional de su realidad hablando. Siempre me impresiona ver lo difícil que es para las personas que han sufrido algo indescriptible transmitir la esencia de su experiencia. Para ellas, es mucho más fácil contar lo que les han hecho (contar una historia de victimización y venganza) que darse cuenta, sentir y poner palabras la realidad de su experiencia interna.
Nuestros estándares revelaron que su terror persistía y que podía verse desencadenado por múltiples aspectos de su experiencia diaria. No habían integrado su experiencia en el flujo continuo de su vida. Seguían estando «allí» y no sabían cómo estar «aquí», totalmente vivos en el presente.
Al cabo de tres años de haber participado en nuestro estudio, Marsha vino a verme como paciente. La traté con éxito con la EMDR, descrita en el capítulo 15.
PARTE 2
ASÍ ES NUESTRO
CEREBRO BAJO
EL TRAUMA
CAPÍTULO 4
CORRER PARA SALVAR LA VIDA:
ANATOMÍA DE LA SUPERVIVENCIA
Antes de la aparición del cerebro, no había ni color ni sonido en el universo, ni había sabores ni aromas y probablemente pocas sensaciones y nada de sentimientos ni emociones. Antes de los cerebros, el universo tampoco conocía el dolor ni la ansiedad.
–Roger Sperry1
El 11 de septiembre de 2001, Noam Saul, de cinco años, fue testigo de cómo el primer avión de pasajeros se estrellaba contra el World Trade