El cuerpo lleva la cuenta. Bessel van der Kolk
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MIRARNOS EN EL ESPEJO DE LOS DEMÁS:
NEUROBIOLOGÍA INTERPERSONAL
Los lóbulos frontales, cruciales para comprender el trauma, también son el centro de la empatía (nuestra capacidad de ponernos en el lugar de otra persona). Uno de los descubrimientos realmente sensacionales de la neurociencia moderna se produjo en 1994, cuando por un accidente fortuito un grupo de científicos italianos identificaron unas células especializadas en la corteza que acabaron llamando «neuronas espejo».8 Los investigadores conectaron electrodos a neuronas individuales en el área premotor de un mono, y luego supervisaron informáticamente con precisión qué neuronas se encendían cuando el mono cogía un cacahuete o un plátano. En un momento determinado, un investigador estaba poniendo la comida en una caja cuando miró al ordenador. Las células del cerebro del mono se estaban encendiendo en el punto exacto en el que se encontraban las neuronas motrices. Pero el mono no estaba comiendo ni moviéndose. Estaba mirando al investigador, y su cerebro estaba reflejando indirectamente como en un espejo sus acciones.
Muchos otros experimentos siguieron en todo el mundo, y pronto quedó claro que las neuronas espejo explicaban muchos aspectos de la mente anteriormente inexplicables, como la empatía, la imitación, la sincronía e incluso el desarrollo del lenguaje. Un escritor comparó las neuronas espejo con el «WIFI neuronal»;9 no solo captamos el movimiento de otra persona, sino también su estado emocional y sus intenciones. Cuando la gente está en sincronía, suele adoptar la misma postura o sentarse de la misma forma, y sus voces acaban adoptando el mismo ritmo. Pero nuestras neuronas espejo también nos hacen más vulnerables a la negatividad de los demás, de manera que respondemos a su ira con furia o su depresión nos baja el estado de ánimo. Más adelante hablaré más de las neuronas espejo, porque el trauma casi siempre implica no ser vistos, no tener ese reflejo en el espejo y no ser tenidos en cuenta. El tratamiento debe reactivar la capacidad de reflejar de forma segura a los demás y de reflejarnos en ellos, pero también debe evitar que se intercepten las emociones negativas de los demás.
Como todo aquel que haya trabajado con personas con daños cerebrales o que haya cuidado a sus padres con demencia habrá aprendido a las duras, el buen funcionamiento de los lóbulos frontales es crucial para mantener unas relaciones armónicas con el resto de los seres humanos. Darnos cuenta de que los demás pueden pensar y sentir de un modo diferente a nosotros es un enorme paso en el desarrollo de los niños de dos y tres años. Aprenden a entender los motivos de los demás para poder adaptarse y estar seguros en grupos que tienen percepciones, expectativas y valores diferentes. Sin unos lóbulos flexibles y activos, las personas se convierten en criaturas de hábitos, y sus relaciones se vuelven superficiales y rutinarias. Les falta invención e innovación, descubrimiento y asombro.
El cerebro triúnico (de tres partes). El cerebro se desarrolla de abajo hacia arriba. El cerebro reptiliano se desarrolla en el útero y organiza las funciones básicas para garantizar la vida. Responde activamente ante las amenazas a lo largo de nuestra vida. El sistema límbico se organiza básicamente en los primeros seis años de vida, pero sigue evolucionando en función de su uso. El trauma puede tener un gran impacto en su funcionamiento a lo largo de la vida. La corteza prefrontal se desarrolla al final, y también se ve afectada por la exposición al trauma, incluyendo el hecho de no poder filtrar la información irrelevante. A lo largo de la vida, es vulnerable al bloqueo como respuesta a la amenaza.
Nuestros lóbulos frontales también pueden (en ocasiones, no siempre) evitar que hagamos cosas que nos pondrán en un compromiso o que hagamos daño a los demás. No tenemos que comer cada vez que tenemos hambre, besar a todas las personas que despierten nuestro deseo o explotar cada vez que estemos enfadados. Pero es exactamente en este límite entre el impulso y el comportamiento aceptable donde empiezan muchos de los problemas. Cuanto más intenso sea el input visceral y sensorial, menos capacidad tiene el cerebro racional de amortiguarlo.
IDENTIFICAR EL PELIGRO:
EL COCINERO Y EL DETECTOR DE HUMO
El peligro forma parte de la vida, y el cerebro es el encargado de detectarlo y de organizar nuestra respuesta. La información sensorial sobre el mundo exterior nos llega a través de los ojos, la nariz, los oídos y la piel. Estas sensaciones convergen en el tálamo, una zona dentro del sistema límbico que actúa como el «cocinero» del cerebro. El tálamo mezcla toda la información de nuestras percepciones para preparar una sopa autobiográfica muy homogénea, una experiencia integrada y coherente de «esto es lo que me está sucediendo».10 Luego las sensaciones van en dos direcciones: hacia la amígdala (dos pequeñas estructuras en forma de almendra que están a un nivel más profundo en el sistema límbico, en el cerebro inconsciente) y hacia los lóbulos frontales, llegando a nuestro conocimiento consciente. El neurocientífico Joseph LeDoux llama el camino hacia la amígdala «el camino de bajada», que es muy rápido, y el camino hacia la corteza frontal «el camino de subida», que tarda varios milisegundos más en medio de una experiencia sumamente amenazante. Sin embargo, el procesamiento por parte del tálamo puede ser defectuoso. Lo que vemos, los sonidos, los olores y el tacto se codifican como fragmentos aislados y disociados, y el tratamiento de los recuerdos normales se desintegra. El tiempo se congela, y parece que el peligro actual va a durar para siempre.
La función central de la amígdala, a la que considero como el detector de humo del cerebro, es identificar si la información entrante es relevante para nuestra supervivencia.11 Lo hace de manera rápida y automática, con la ayuda del retorno del hipocampo, una estructura cercana que relaciona la nueva información con las experiencias del pasado. Cuando la amígdala percibe una amenaza (un choque potencial con otro vehículo, una persona de la calle que parece peligrosa) manda un mensaje instantáneo al hipotálamo y al tronco cerebral, recurriendo al sistema de hormonas del estrés y al sistema nervioso autónomo (SNA) para orquestar una respuesta a nivel de todo el cuerpo. Como la amígdala procesa la información que recibe del tálamo más rápidamente que los lóbulos frontales, decide si la información entrante es una amenaza para nuestra supervivencia antes incluso de que seamos conscientes del peligro. Para cuando nos damos cuenta de lo que está sucediendo, nuestro cuerpo puede que ya esté en movimiento.
Las señales de peligro de la amígdala desencadenan la liberación de potentes hormonas del estrés, como cortisol y adrenalina, que hacen aumentar el ritmo cardiaco, la presión sanguínea y el ritmo de la respiración, preparándonos para luchar o para escapar. Una vez que el peligro ha pasado, el cuerpo vuelve a su estado normal bastante rápidamente. Pero cuando la recuperación se bloquea, el cuerpo se ve llamado a defenderse, haciendo que la gente se sienta agitada y excitada.
El cerebro emocional es el primero que interpreta la información entrante. La información sensorial sobre el entorno y el estado corporal recibida a través de los ojos, los oídos, el tacto, la percepción cenestésica, etcétera, converge en el tálamo, donde se procesa, y luego pasa a la amígdala para interpretar su significado emocional. Esto ocurre a la velocidad del rayo. Si se detecta una amenaza, la amígdala envía mensajes al hipotálamo para secretar hormonas del estrés para defenderse contra la amenaza. El neurocientífico Joseph LeDoux lo llama «el camino de bajada». La segunda vía neuronal, el camino de subida, discurre desde el tálamo, a través del hipocampo y del cíngulo anterior, hasta la corteza prefrontal, el cerebro racional, para una interpretación consciente y mucho más depurada. Esto tarda varios microsegundos más. Si la interpretación de la amenaza por parte de la amígdala es demasiado intensa o si el sistema de filtrado de las áreas superiores del