El cuerpo lleva la cuenta. Bessel van der Kolk

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El cuerpo lleva la cuenta - Bessel van der Kolk

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miramos más allá de la lista de síntomas específicos incluidos en los diagnósticos psiquiátricos formales, encontramos que casi todo el sufrimiento mental implica o bien problemas en crear relaciones que funcionen y sean satisfactorias o dificultades en regular la activación (como pasa cuando habitualmente nos enfadamos, nos bloqueamos, nos sobreexcitamos o nos desorganizamos). Generalmente, es una combinación de ambas cosas. En enfoque médico estándar de intentar descubrir el fármaco adecuado para tratar un «trastorno» concreto suele distraernos de tratar de resolver la interferencia de nuestros problemas con nuestro funcionamiento como miembros de nuestra tribu.

      SEGURIDAD Y RECIPROCIDAD

      Hace unos años, escuché a Jerome Kagan, un distinguido profesor emérito de psicología infantil de Harvard, decir al Dalái Lama que por cada acto de crueldad en este mundo existen centenares de pequeños actos de bondad y conexión. Su conclusión fue: «Ser benevolente en lugar de malevolente es probablemente una característica auténtica de nuestra especie». Ser capaz de sentirse seguro con otras personas es probablemente el aspecto más importante de la salud mental; las conexiones seguras son fundamentales para tener una vida con sentido y satisfactoria. Muchos estudios sobre las respuestas ante los desastres en todo el mundo han demostrado que el apoyo social es la protección más potente contra la anulación provocada por el estrés y el trauma.

      El apoyo social no es lo mismo que estar simplemente en presencia de otras personas. La cuestión crítica es la reciprocidad: ser realmente escuchado y visto por las personas que nos rodean, sentir que tenemos el apoyo de alguien en su mente y en su corazón. Para que nuestra fisiología se calme, se cure y crezca necesitamos una sensación visceral de seguridad. Ningún médico puede extender una receta de amistad y amor: son capacidades complejas y ganadas con esfuerzo. No hace falta tener un historial traumático para sentirse cohibido e incluso aterrado en una fiesta con extraños, pero el trauma puede hacer que el mundo parezca una fiesta de alienígenas.

      Muchas personas traumatizadas se encuentran crónicamente desincronizadas con las personas que las rodean. Algunas encuentran consuelo en grupos en los que pueden recordar sus experiencias de guerra, de violación o tortura con otras personas con un pasado o experiencias similares. Centrarse en una historia compartida de trauma y de victimización mitiga su aguda sensación de aislamiento, pero generalmente al precio de tener que negar sus diferencias individuales: solo se puede ser miembro si se es conforme al código común.

      Aislarse en un grupo de víctimas definido de manera estricta promueve una visión de los demás como irrelevantes en el mejor de los casos y como peligrosos en el peor, lo cual a la larga solo provoca más aislamiento. Las bandas, los partidos políticos extremistas y los cultos religiosos pueden proporcionar consuelo, pero raramente promueven la flexibilidad mental necesaria para estar completamente abiertos a lo que la vida tiene que ofrecer y, por consiguiente, no pueden liberar a sus miembros de sus traumas. Las personas que funcionan bien son capaces de aceptar las diferencias individuales y reconocer la humanidad de los demás.

      En las dos últimas décadas se ha reconocido ampliamente que cuando los adultos o los niños están demasiado asustados o bloqueados para obtener consuelo de los seres humanos, las relaciones con otros mamíferos pueden ayudar. Los perros y los caballos, e incluso los delfines, ofrecen una compañía menos complicada aportando la sensación de seguridad necesaria. Los perros y los caballos, en especial, se usan mucho actualmente para tratar a algunos grupos de pacientes con traumas.10

      TRES NIVELES DE SEGURIDAD

      Tras el trauma, experimentamos el mundo con un sistema nervioso diferente, en el que la percepción del riesgo y de la seguridad está alterada. Porges acuñó la palabra «neurocepción» para describir la capacidad de evaluar el peligro y la seguridad relativos en nuestro entorno. Cuando intentamos ayudar a las personas con una neurocepción defectuosa, el principal reto es encontrar formas de poner a cero su fisiología, para que sus mecanismos de supervivencia dejen de funcionar en su contra. Esto significa ayudarles a responder adecuadamente al peligro pero, incluso más que eso, a recuperar la capacidad de sentir la seguridad, la relajación y una reciprocidad verdadera.

      He entrevistado extensamente y he tratado a seis personas que sobrevivieron a accidentes aéreos. Dos dijeron haber perdido la conciencia durante el accidente; aunque no tenían heridas físicas, se colapsaron mentalmente. Dos entraron en estado de pánico y permanecieron alterados hasta mucho después del inicio del tratamiento. Dos permanecieron tranquilos y fueron capaces de ayudar a evacuar a otros pasajeros de los restos del avión en llamas. He encontrado respuestas similares en supervivientes de violaciones, accidentes de tráfico y torturas. En el capítulo anterior, vimos las reacciones radicalmente diferentes de Stan y Ute al revivir el accidente que sufrieron en la autopista, uno al lado del otro. ¿Qué representa este espectro de respuestas (centrado, colapsado o agitado)?

      La teoría de Porges ofrece una explicación: el sistema nervioso autónomo regula tres estados fisiológicos fundamentales. El nivel de seguridad determina cuál de ellos se activa en qué momento concreto. Cuando nos sentimos amenazados, instintivamente pasamos al primer nivel, la interacción social. Pedimos ayuda, apoyo y consuelo a las personas que nos rodean. Pero si no acude nadie en nuestra ayuda, o estamos ante un peligro inmediato, el organismo pasa a un modo de supervivencia más primitivo: luchar o escapar. Luchamos contra nuestro atacante, o corremos a un lugar seguro. Sin embargo, si esto falla (no podemos escapar, estamos retenidos o atrapados) el organismo intenta preservarse bloqueándose o gastando el mínimo de energía posible). Es cuando estamos en estado de paralización o de colapso.

      Aquí es donde entra en juego el nervio vago con sus diferentes ramas, y describiré brevemente su anatomía porque es fundamental para comprender cómo manejamos el trauma. El sistema de interacción social depende de los nervios que se originan en los centros regulatorios del tronco cerebral, básicamente el vago (conocido también como décimo nervio craneal) junto con los nervios adyacentes que activan los músculos del rostro, la garganta, el oído medio y la laringe. Cuando el «complejo vagal ventral» (CVV) dirige la función, sonreímos cuando los demás nos sonríen, asentimos con la cabeza cuando estamos de acuerdo y fruncimos el cejo cuando los amigos nos cuentan sus desventuras. Cuando el CVV está activado, también manda señales al corazón y a los pulmones, reduciendo el ritmo cardiaco y aumentando la profundidad de la respiración. Como resultado de ello, nos sentimos tranquilos y relajados, centrados, o agradablemente activados.

      El nervio vago con sus múltiples ramas. El nervio vago (al que Darwin llamaba «nervio neumogástrico») registra las penas y los sentimientos dolorosos. Cuando una persona siente cierto malestar, la garganta se le seca, la voz se tensa, el corazón se acelera y la respiración se vuelve rápida y superficial.

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       Tres respuestas ante la amenaza.

      1. El sistema de interacción social: un mono alarmado señala el peligro y pide ayuda. CVV.

      2. Lucha o huida: enseña los dientes, el rostro de la rabia y el terror. SNS.

      3. Colapso: el cuerpo detecta la derrota y se retira. CVD.

      Cualquier amenaza a nuestra seguridad o a las conexiones sociales desencadena cambios en las áreas enervadas por el CVV. Cuando sucede algo angustiante, automáticamente nuestras expresiones faciales y tono de voz denotan nuestra preocupación, y estos cambios sirven para pedir a otros que vengan a ayudarnos.11 Sin embargo, si nadie responde a nuestra petición

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