El cuerpo lleva la cuenta. Bessel van der Kolk
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Finalmente, si no existe escapatoria, y no podemos hacer nada para detener lo inevitable, activaremos el sistema de emergencia definitivo: el complejo vagal dorsal (CVD). Este sistema llega debajo del diafragma hasta el estómago, los riñones y los intestinos, y reduce drásticamente el metabolismo de todo el cuerpo. El ritmo cardiaco se reduce (notamos como «cae» el corazón), no podemos respirar, y los intestinos dejan de funcionar o se vacían (literalmente «se cagan de miedo»). Este es el punto en el que nos desactivamos, nos colapsamos y nos paralizamos.
LUCHA O HUIDA FRENTE A COLAPSO
Como vimos en los escáneres cerebrales de Stan y de Ute, el trauma se expresa no solo como una lucha o una huida, sino también como una desconexión y una incapacidad para conectar con el presente. Cada respuesta implica un nivel diferente de actividad cerebral: el sistema de lucha o huida de los mamíferos, que nos protege e impide que nos desactivemos, y el cerebro reptiliano, que produce la respuesta en forma de colapso. Podemos ver la diferencia entre estos dos sistemas en cualquier tienda grande de mascotas. Los gatitos, perritos, ratones y jerbos juegan constantemente, y cuando están cansados se apiñan, piel con piel. En cambio, las serpientes y los lagartos permanecen inmóviles en las esquinas de sus jaulas, sin responder al entorno.13 Esta especie de inmovilización, generada por el cerebro reptiliano, caracteriza a muchas personas con traumas crónicos, a diferencia del pánico y la rabia de los mamíferos que hace que los supervivientes recientes de un trauma estén tan atemorizados y atemoricen ellos mismos a los demás. Casi todo el mundo sabe cómo es la respuesta de escapada o huida típica, el enfado del conductor: una amenaza repentina precipita un intenso impulso de moverse y atacar. El peligro desconecta nuestro sistema de interacción social, reduce nuestra capacidad de respuesta a la voz humana y aumenta nuestra sensibilidad a los sonidos amenazantes. Sin embargo, para muchas personas, el pánico y la rabia son preferibles a lo opuesto (desconectarse y convertirse en un muerto para el mundo). Activar la huida o la lucha al menos les hace sentir que tienen energía. Por eso tantas personas maltratadas y traumatizadas se sienten plenamente vivas frente a un peligro real, y se quedan bloqueadas en situaciones que son más complejas pero objetivamente seguras, como las fiestas de cumpleaños o las cenas familiares.
Cuando luchar o correr no resuelve la amenaza, activamos el último recurso: el cerebro reptiliano, el sistema de emergencia definitivo. Este sistema suele ponerse en marcha cuando estamos físicamente inmovilizados, como cuando un atacante nos tiene acorralados o cuando un niño no puede escapar de un cuidador que le aterra. El colapso y la desconexión son controlados por el CVD, una parte evolutivamente antigua del sistema nervioso simpático asociado a síntomas digestivos como diarrea y náuseas. También reduce el ritmo cardiaco e induce una respiración superficial. Una vez que este sistema toma el control, las otras personas y nosotros mismos dejamos de importar. La conciencia se apaga, y puede que físicamente ya no registremos el dolor.
CÓMO NOS CONVERTIMOS EN SERES HUMANOS
Según la gran teoría de Porges, en los mamíferos el CVV evolucionó para apoyarlos en una vida social cada vez más compleja. Todos los mamíferos, incluidos los seres humanos, se agrupan para aparearse, alimentar a sus crías, defenderse contra enemigos comunes y coordinar la caza y la adquisición de alimentos. Cuanto más eficazmente sincroniza el CVV la actividad de los sistemas nerviosos simpático y parasimpático, mejor se sintoniza la fisiología de cada individuo con la del resto de los miembros de la tribu.
Considerar de este modo el CVV explica cómo ayudan los padres de manera natural a sus hijos a regularse. Los recién nacidos no son muy sociales; pasan la mayor parte del tiempo durmiendo y se despiertan cuando tienen hambre o están mojados. Después de comer, pueden pasar cierto tiempo mirando alrededor, quejándose u observando, pero pronto se vuelven a dormir, siguiendo su propio ritmo interior. Muy pronto en la vida ya están bastante a la merced de las mareas alternantes de su sistema nervioso simpático y parasimpático, y su cerebro reptiliano es básicamente el que dirige el espectáculo.
Pero día a día, a medida que los arrullamos y les sonreímos y los mimamos, estimulamos el crecimiento de la sincronicidad en su CVV en desarrollo. Estas interacciones ayudan a que los sistemas de activación emocional de nuestros bebés se sincronicen con su entorno. El CVV controla la succión, la deglución, la expresión facial y los sonidos producidos por la laringe. Cuando estas funciones se estimulan en un niño, van acompañadas por una sensación de placer y de seguridad, que ayuda a crear los cimientos de todo el comportamiento social futuro.14 Como mi amigo Ed Tronick me enseñó hace mucho tiempo, el cerebro es un órgano cultural; la experiencia modela el cerebro.
Estar sincronizados con otros miembros de nuestra especie a través del CVV es extremadamente gratificante. Lo que empieza como un juego sincronizado entre madre e hijo sigue con el ritmo de un buen partido de baloncesto, la sincronía de un tango, y la armonía de un canto coral o la interpretación de una pieza de jazz o música de cámara; todo ello fomenta una profunda sensación de placer y de conexión.
Podemos hablar de trauma cuando este sistema falla: cuando suplicamos por nuestra vida pero nuestro asaltante ignora nuestros ruegos; cuando somos niños aterrorizados y escuchamos desde la cama a nuestra madre gritar por los golpes de su novio; cuando vemos a nuestro amigo atrapado bajo una pieza de metal que no somos lo suficientemente fuertes para levantar; cuando queremos empujar al sacerdote que está abusando de nosotros pero tenemos miedo de ser castigados. La inmovilización está en el origen de la mayoría de los traumas. Cuando esto sucede, es probable que el CVD tome el control: el ritmo cardiaco se reduce, la respiración se vuelve superficial y, como zombis, perdemos el contacto con nosotros mismos y con el entorno. Nos disociamos, nos desmayamos y nos colapsamos.
¿DEFENDER O RELAJARSE?
Steve Porges me ayudó a darme cuenta de que el estado natural de los mamíferos es estar, en cierto modo, en guardia. Sin embargo, para sentirnos emocionalmente cerca de otros seres humanos, nuestro sistema defensivo debe desconectarse temporalmente. Para jugar, aparearnos y alimentar a nuestros pequeños, el cerebro debe desconectar su vigilancia natural.
Muchas personas traumatizadas están demasiado vigilantes para disfrutar de los placeres ordinarios de la vida, mientras que otros están demasiado bloqueados para absorber nuevas experiencias, o para estar alerta a señales de peligro verdadero. Cuando los detectores de humo del cerebro funcionan mal, la gente deja de correr cuando debería intentar escapar o luchar cuando debería estar defendiéndose. Un importante estudio sobre las experiencias adversas en la infancia (ACE, por sus siglas en inglés), que describiré en más detalle en el capítulo 9, mostró que las mujeres que habían tenido una historia temprana de abuso y negligencia tenían siete veces más probabilidades de ser violadas en la edad adulta. Las mujeres que de niñas habían sido testigos de los malos tratos a su madre por parte de su pareja tenían muchas más probabilidades de ser víctimas de violencia doméstica.15
Muchas personas se sienten seguras mientras puedan limitar su contacto social a conversaciones superficiales, pero el contacto físico real puede desencadenar intensas reacciones. Sin embargo, como señala Porges, para lograr cualquier tipo de intimidad profunda (un abrazo intenso, dormir con un amigo y el sexo) requiere permitirse a uno mismo experimentar la inmovilización sin miedo.16 Para las personas traumatizadas, resulta especialmente difícil diferenciar cuándo están realmente seguras y poder activar sus defensas cuando están en peligro. Esto requiere tener experiencias que puedan restaurar la sensación de seguridad física, un tema que volveré a tocar en varias ocasiones en los siguientes capítulos.