El cuerpo lleva la cuenta. Bessel van der Kolk

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El cuerpo lleva la cuenta - Bessel van der Kolk

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comprendemos que los niños y los adultos traumatizados quedan bloqueados en la lucha o en la huida o en una desconexión crónica, ¿cómo les ayudamos a desactivar estas maniobras de defensa que en una ocasión garantizaron su supervivencia?

      Algunas personas que trabajan con supervivientes de traumas tienen un don y saben cómo hacerlo intuitivamente. Steve Gross solía dirigir el programa de juegos en el Trauma Center. Steve a menudo se paseaba por la clínica con una pelota de playa de colores brillantes, y cuando veía a niños enfadados o paralizados en la sala de espera, les lanzaba una gran sonrisa. Los niños raramente respondían. Luego, un poco más tarde, volvía y «accidentalmente» lanzaba la pelota cerca de donde estuviera sentado el niño en cuestión. Al acercarse para recogerla, Steve la empujaba hacia el niño, que a menudo se la devolvía con poco entusiasmo. Poco a poco, terminaban pasándosela mutuamente, y las sonrisas no tardaban en aparecer en el rostro de ambos.

      A partir de unos movimientos simples y sincronizados rítmicamente, Steve había creado un pequeño lugar seguro en el que el sistema de interacción social podía empezar a reemerger. Del mismo modo, las personas gravemente traumatizadas pueden obtener algo más con el simple hecho de ayudar a colocar sillas antes de una reunión o unirse a otros marcando un ritmo musical en los asientos de las sillas en comparación con lo que obtendrían sentándose simplemente en esas sillas hablando de los fracasos de su vida.

      Una cosa está clara: gritar a alguien que ya está fuera de control solo puede provocar una mayor desregulación. Del mismo modo que nuestro perro se achica cuando gritamos y menea la cola cuando canturreamos, los seres humanos respondemos a las voces estridentes con miedo, ira o desconexión y a los tonos divertidos con apertura y relajación. Simplemente, no podemos evitar responder a estos indicadores de seguridad o de peligro.

      Desgraciadamente, nuestro sistema educativo, así como varios de los métodos que supuestamente tratan los traumas, suelen evitar este sistema de interacción social, y en lugar de eso se centran en reclutar las capacidades cognitivas de la mente. A pesar de los efectos bien documentados de la ira, el miedo y la ansiedad sobre la capacidad de razonar, muchos programas siguen ignorando la necesidad de activar el sistema de seguridad del cerebro antes de intentar promover nuevas maneras de pensar. Lo último que se debe eliminar de los horarios escolares son los coros, la educación física, el recreo y todo aquello que implique movimiento, juego y una interacción divertida. Cuando los niños llevan la contraria, están a la defensiva, son incapaces de reaccionar o están enfadados, también es importante reconocer que este «mal comportamiento» puede reproducir patrones de actuación que se establecieron para sobrevivir a amenazas graves, aunque sean intensamente angustiantes o desagradables.

      El trabajo de Porges ha tenido un efecto profundo en el modo en que mis compañeros y yo organizamos el tratamiento de niños maltratados y de adultos traumatizados en el Trauma Center. Es cierto que probablemente habríamos desarrollado un programa de yoga terapéutico para mujeres en algún momento dado, ya que se ha demostrado que el yoga va muy bien para ayudarles a calmarse y a retomar el contacto con su cuerpo disociado. También habríamos experimentado probablemente con un programa de teatro en las escuelas de los barrios marginados de Boston, con un programa de karate para los supervivientes de violaciones llamado «Impact Model Mugging» (programa de autodefensa), y con técnicas de juego y modalidades corporales como la estimulación sensorial que ahora se están usando con supervivientes del mundo entero (en la parte 5 exploramos estas técnicas entre otras).

      Pero la teoría polivagal nos ayudó a comprender y explicar por qué todas estas técnicas dispares y nada convencionales funcionaban tan bien. Nos permitió ser más conscientes de la combinación de enfoques de arriba abajo (para activar la interacción social) con métodos de abajo arriba (para calmar las tensiones físicas en el cuerpo). Estábamos más abiertos a valorar otros enfoques más antiguos y no farmacológicos de la salud que llevan tiempo practicándose fuera de la medicina occidental, desde los ejercicios de respiración (pranayama) y los cantos pasando por las artes marciales como el qigong y el tamborileo y el canto y la danza en grupo. Todo se basa en los ritmos interpersonales, la conciencia visceral y la comunicación vocal y facial, que ayudan a las personas a salir de los estados de lucha/huida, a reorganizar su percepción del peligro y a aumentar su capacidad de gestionar las relaciones.

      El cuerpo lleva la cuenta.17 Si el recuerdo del trauma está codificado en las vísceras, en emociones desgarradoras y dolorosas, en trastornos autoinmunes y problemas esqueléticos/musculares, y si la comunicación entre la mente, el cerebro y las vísceras es en lo que se basa la regulación de las emociones, debemos cambiar radicalmente nuestras hipótesis terapéuticas.

      CAPÍTULO 6

      PERDER NUESTRO CUERPO,

      PERDERNOS A NOSOTROS MISMOS

      Sé paciente con todo lo que está por resolver en tu corazón e intenta amar tus propias preguntas… Vive las preguntas ahora. Quizás poco a poco, sin darte cuenta, irás acercándote algún día lejano hacia la respuesta.

      –Rainer Maria Rilke, Letters to a Young Poet

      Sherry entró en mi consulta con los hombros caídos y la barbilla prácticamente tocándole el pecho. Antes incluso de pronunciar ni una palabra, su cuerpo me estaba indicando que tenía miedo de enfrentarse al mundo. También observé que sus mangas largas cubrían solo parcialmente las costras que tenía en los antebrazos. Después de sentarse, me dijo en un tono monótono y estridente que no podía dejar de pellizcarse la piel de los brazos y el pecho hasta sangrar.

      Según los recuerdos más antiguos de Sherry, su madre había estado al frente de un hogar de acogida, y su casa solía estar repleta de hasta un máximo de quince niños extraños, disruptivos, atemorizados y atemorizantes que desaparecían en cuanto llegaban. Sherry había crecido cuidando a esos niños transitorios, sintiendo que no había espacio para ella y sus necesidades. «Sé que yo no fui deseada –me dijo–. No estoy segura de cuándo me di cuenta de eso por primera vez, pero he pensado en cosas que mi madre me dijo, y las señales siempre estuvieron allí. Me decía: “Sabes, no creo que pertenezcas a esta familia. Creo que nos dieron a una hija equivocada”. Y me lo decía con una sonrisa en el rostro. Pero claro, la gente suele fingir que bromea cuando dice algo en serio».

      Con los años, nuestro equipo de investigación ha comprobado repetidamente que el maltrato emocional y el abandono crónico pueden ser igual de devastadores que el abuso físico y sexual.1 Sherry resultó ser un ejemplo viviente de estos hallazgos: que no te vean, que no te conozcan y no tener adónde ir para sentirte seguro es devastador a cualquier edad, pero es particularmente destructivo en los niños pequeños, que aún siguen buscando su sitio en el mundo.

      Sherry se había graduado de la universidad, pero ahora tenía un aburrido trabajo en una oficina, vivía sola con sus gatos y no tenía amigos cercanos. Cuando le pregunté sobre los hombres, me dijo que su única «relación» había sido con un hombre que la secuestró en unas vacaciones de la universidad en Florida. La mantuvo cautiva y la violó repetidamente durante cinco días consecutivos. Recordaba haber permanecido encogida, aterrorizada y paralizada casi todo ese tiempo, hasta que se dio cuenta de que podía intentar escapar. Escapó simplemente caminando mientras él estaba en el baño. Cuando llamó a su madre para que la fuera a buscar, su madre se negó a responder la llamada. Sherry finalmente pudo llegar a casa con la ayuda de un centro para víctimas de violencia doméstica.

      Sherry me dijo que había empezado a pellizcarse la piel porque le aportaba cierto alivio frente a su paralización. Las sensaciones físicas la hacían sentir más viva pero también profundamente avergonzada (sabía que era adicta a estas acciones pero no podía dejar de hacerlas). Había consultado a varios profesionales de la

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