Movimientos y emancipaciones. Raúl Zibechi

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Movimientos y emancipaciones - Raúl Zibechi

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la autonomía de los de abajo, cuestión que está fuera de duda. Pero este nuevo clientelismo instalado bajo gobiernos progresistas, está resultado un poderoso narcótico en el camino de la autoorganización de los sectores populares. En el mejor de los casos, ese camino estará empedrado por la crítica a las políticas estatales, diseñadas para domesticar el conflicto social y para fortalecer el papel de quienes han hecho de la mediación entre el capital y el trabajo el centro de sus carreras políticas.

      Montevideo, octubre de 2010

      La «lucha contra la pobreza» como contrainsurgencia

      Cuando los privilegiados son pocos y los desesperadamente pobres son muchos, y cuando la brecha entre ambos grupos se profundiza en vez de disminuir, es apenas una cuestión de tiempo hasta que sea preciso escoger entre los costos políticos de una reforma y los costos políticos de una rebelión. Por ese motivo, la aplicación de políticas específicamente encaminadas a reducir la miseria del 40% más pobre de la población de los países en desarrollo, es aconsejable no solamente como cuestión de principio sino también de prudencia. La justicia social no es simplemente un imperativo moral, es también un imperativo político. Mostrar indiferencia a esta frustración social equivale a fomentar su crecimiento.

       Robert McNamara, 1972

      La «lucha contra la pobreza» se ha convertido en el último medio siglo en una de las más importantes políticas públicas en todo el mundo, e inspira las políticas sociales de los estados, sean estos dirigidos por fuerzas de derecha o de izquierda, conservadores o progresistas. Cómo nació y cómo llegó a adquirir la importancia que actualmente tiene, puede contribuir a iluminar las razones de fondo que inspiran los programas sociales que actualmente implementan los gobiernos progresistas de América Latina. Éstos asumen la «lucha contra la pobreza», desde el vocabulario hasta los conceptos que encierra, de modo acrítico, sin considerar siquiera el origen y los objetivos de ese enfoque.

      Rastrear la evolución de la «lucha contra la pobreza» supone poner el foco en las directrices elaboradas por los centros de pensamiento global, entre los que destaca el Banco Mundial, la institución con mayor peso intelectual del mundo, cuyas publicaciones son referencia obligada para académicos, medios de comunicación y para quienes gestionan las políticas públicas de los gobiernos. A lo largo de más de medio siglo ha venido sirviendo a los intereses nacionales e imperiales de Estados Unidos, lo que no le impidió ejercer una fuerte influencia incluso entre aquellos que se proclaman antiimperialistas o que rechazan el «hegemonismo» estadounidense.

      Este capítulo pretende mostrar cómo las ideas y propuestas formuladas por el Banco Mundial han modelado las políticas sociales e influido poderosamente en el modo de comprender el mundo de un amplio abanico de fuerzas políticas y sociales. Para eso pretendo enhebrar históricamente las propuestas del Banco que se han ido imponiendo en la medida en que las izquierdas, me refiero en particular a las izquierdas institucionales del Cono sur, han ido perdiendo la capacidad de pensar por sí mismas con base en la tensión emancipatoria heredada de los procesos revolucionarios del siglo XX. Veremos que los principales desarrollos teóricos y políticos del Banco Mundial han estado focalizados en la contención del comunismo y en la derrota y disciplinamiento del campo popular. Aunque en líneas generales ha cosechado éxitos muy parciales, sus principales logros han consistido en cooptar ideológicamente a las elites dirigentes de las izquierdas que, como surge de una somera revisión histórica, repiten punto por punto las diversas formulaciones del Banco en cuanto a las políticas sociales.

      Una herencia de Vietnam

      La guerra de Vietnam fue un parteaguas en muchos aspectos. Las elites de los Estados Unidos comprendieron pronto que no podían ganar una guerra de esas características sólo apelando a la superioridad militar. Uno de los primeros en visualizarlo y quien se encargó de formular la política del «combate a la pobreza» fue Robert McNamara. Graduado en Harvard, trabajó en Price Waterhouse y durante la Segunda Guerra Mundial sirvió a la fuerza aérea, donde se especializó en el análisis de la eficiencia y eficacia de los bombardeos estadounidenses, en especial del B-29, en esa época el principal bombardero con que se contaba. Más tarde ingresó a la compañía Ford, siendo uno de los máximos responsables en la expansión de posguerra de esa empresa, de la que se convirtió en el primer presidente que no provenía de la familia de su fundador, Henry Ford.

      Fue John Kennedy quien en 1961 lo propuso para dirigir el Pentágono, cargo que ocupó hasta 1968, cuando fue nombrado presidente del Banco Mundial. En ese puesto, jugó un papel relevante en darle forma tanto a las actividades de asistencia al desarrollo, como en la formulación del «combate a la pobreza». Todos los análisis confirman que la presidencia de McNamara no sólo amplió las operaciones del Banco en una escala sin precedentes, sino que lo convirtió en el centro intelectual y político capaz de gravitar en todo el mundo e influir en casi todos los gobiernos.

      Su punto de partida fue reconocer el fracaso de las soluciones exclusivamente militares, en un período aún dominado por la política de represalia masiva, también conocida como disuasión. Hasta que Kennedy llegó a la Casa Blanca y McNamara al Pentágono, «los Estados Unidos poseían bastante capacidad bélica para garantizar que a cualquier ataque a la nación le seguiría inmediatamente la destrucción total de las bases y ciudades del país agresor» (Klare, 1974: 43). O sea, podían infligir un daño tan grande a la Unión Soviética, que ésta no se atrevería a lanzar un ataque. Pero ambos líderes advirtieron que los Estados Unidos y sus aliados estaban siendo derrotados en un tipo de guerra para el que no estaban preparados (la guerra de guerrillas), que se había convertido en moneda corriente en el Tercer Mundo: el principal teatro de confrontación bélica en los años cincuenta y sesenta. Con ellos nació la «contrainsurgencia».

      Miles de oficiales del Pentágono estudiaron las obras de Mao Tse Tung y Ernesto Guevara para familiarizarse con la guerra de guerrillas y siguieron cursos anti-insurrección que Kennedy había ordenado se impartieran a los funcionarios destinados a embajadas y misiones en el Tercer Mundo. Pero también comprendieron que no se podía ganar una guerra de ese tipo por medios exclusivamente militares y que debían implementar formas de ayuda económica y de socavar la infraestructura de los guerrilleros. «Estas actividades no militares, a las que en el caso de Vietnam, se dio, en conjunto el nombre de ‘la otra guerra’, son fruto de la nueva ‘ciencia’ de la ‘formación de sistemas sociales’» (Klare, 1974: 56). Con modificaciones, este enfoque se mantiene hasta hoy.

      McNamara fue el secretario de Defensa que más tiempo estuvo en su cargo y produjo una revolución en el Pentágono, como a continuación lo haría en el Banco Mundial. Reforzó la potencia no nuclear de las fuerzas armadas, reorganizó y remodeló la organización de la defensa basada en la «respuesta flexible» y centralizó el mando, cuestión que se vio favorecida por el estrepitoso fracaso de la vieja guardia de oficiales en el intento de invasión a Cuba en 1961. Una de las consecuencias de la gestión de McNamara fue asentar la idea de que las «guerras de liberación nacional» se ganaban por cuestiones políticas y no tecnológicas como estaban acostumbrados los militares. De ahí la importancia concedida a la investigación en materia de «ingeniería de sistemas sociales», tarea en la que descolló la reaccionaria fundación Rand Corporation, que afirmaba que «la principal finalidad de la labor de contrainsurrección debe concretarse en influir en el comportamiento y actuación del pueblo» (Klare, 1974: 109).

      En plena guerra de Vietnam, cuando ya era evidente que medio millón de soldados de la primera potencia militar no podían vencer a las guerrillas, McNamara pasó a presidir el Banco Mundial donde puso en práctica lo aprendido en la guerra. No es la primera vez que las fuerzas armadas se revelan como fuente de inspiración teórica y material del capitalismo; aunque lo particular, en esta ocasión, es lo aprendido en relación a las técnicas de organización social. Marx consideraba en una carta a Engels de 1857 que la historia del ejército muestra

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