La nueva guerra fría. Rusia desafía a Occidente. Richard Helene

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europeo que pudiera desestabilizar a la OTAN”.

      Esta preocupación ya se tradujo en las gestiones de la diplomacia estadounidense al momento de la conferencia atlántica de Roma, en noviembre [de 1991], cuando esta se comprometió firmemente con el fin de evitar cualquier referencia a la perspectiva de un sistema de defensa específicamente europeo e independiente de la organización militar atlántica que pudiera fundarse en el futuro, idea que intentaban defender los representantes franceses.

      La eventualidad de un nuevo hundimiento de Irak, la hipótesis de un conflicto que impida que Corea del Norte se convierta en una potencia nuclear, una posible intervención en América Central, con el pretexto de prevenir el desarrollo del comercio de la droga, o en Filipinas, para limitar las consecuencias del retiro de las bases estadounidenses, no son sino ilustraciones relativamente secundarias de la misma preocupación: el riguroso mantenimiento de Estados Unidos en el rango de única superpotencia en el mundo.

      Los medios pueden diferir según se trate de prohibir cualquier reconstitución de una gran potencia en el Este, impedir que los aliados de Estados Unidos objeten su posición preponderante o imposibilitar el surgimiento de un nuevo centro de poder en Extremo Oriente; pero el objetivo es el mismo –la preservación de una hegemonía exclusiva– y, en todos los casos, implica una capacidad permanente de intervención en cualquier parte del mundo en que la única superpotencia decida actuar. imagen

      Traducción: Bárbara Poey Sowerby

      1. The New York Times, Nueva York, 8-3-1992, e International Herald Tribune, París, 9-3-1992.

      2. International Herald Tribune, 18-2-1991.

      3. Véase “Sous l’œil de Washington”, Le Monde diplomatique, París, septiembre de 1991.

      4. N. de la R.: Actualmente, cinco países europeos –Bélgica, Italia, Alemania, Holanda y Turquía– albergan cerca de 180 de esos misiles, en bases equipadas de cazabombarderos estadounidenses F-16 o Tornado.

      Gilbert Achcar

      La ira de Moscú

      La voluntad de conjurar esta perspectiva de una Rusia integrada en el seno de Europa Central, la que, por consiguiente, ya no necesitaría de la tutela estratégica de Estados Unidos es la única base racional de la opción hecha por Washington. Sometido a la demanda apremiante de los dirigentes poscomunistas de Europa Central, sostenida por el canciller alemán Helmut Kohl y retomada por los “realistas” del establishment de la política exterior estadounidense, con Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger al frente, el presidente William Clinton, tras alguna vacilación, cedió y, en enero de 1994, proclamó su voluntad de ampliar la Alianza Atlántica a los ex vasallos europeos de Moscú, confirmando así la vocación de escudo antirruso de la OTAN y desatando la ira de Rusia.

      Una ratificación sin debate

      En Francia, el voto de las dos Cámaras pasó prácticamente desapercibido, tras un debate de una brevedad increíble. Hasta

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