Rebeldes. Amy Tintera
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Micah miró la muñeca de Callum.
—¿Uno-Dos-Dos? — preguntó, entrecerrando los ojos.
—Dos-Dos —corrigió Callum.
Micah apuntó hacia la multitud que se juntaba alrededor del hombre delgado.
—Menos-Sesenta, con Jeff.
—Callum viene conmigo —apreté más su mano.
Micah abrió la boca, pero la cerró con un esbozo de sonrisa.
—De acuerdo —se giró hacia la entrada de la reserva, haciendo señas para que lo siguiéramos.
Nos enfilamos hacia la hilera de motos que vigilaba la entrada y me giré para ver a los Reiniciados de Austin que quedaban divididos en dos grupos: Menos-Sesenta de un lado, todos los mayores de Sesenta pero menores de Ciento-Veinte del otro.
Miré hacia delante mientras pasábamos las motos. Escuché a Callum contener la respiración cuando logramos ver la barda de la reserva.
Había más Reiniciados dentro. Ésta debía haber sido la segunda oleada y era quizá de la mitad del tamaño de la primera. Alrededor de cincuenta Reiniciados estaban formados en filas ordenadas frente a una enorme hoguera, todos con pistola en mano, pero los cañones apuntaban hacia abajo, al suelo. Un Reiniciado pasó corriendo junto a nosotros y comenzó a hablar emocionado con uno de los tipos que estaban delante.
La reserva se extendía en círculo, con senderos delgados de tierra que serpenteaban entre tiendas de campaña de color marrón y beis. Había muy pocas estructuras permanentes en el complejo, pero tiendas de campaña robustas estilo tipi se alineaban a cada lado de los senderos. Eran muchas, por lo menos cien, hasta donde podía ver.
A mi derecha había varias tiendas de campaña rectangulares mucho más grandes. El material estaba sucio y desgastado en algunas partes. ¿Cuánto tiempo llevaban ahí? ¿Por qué no construían estructuras más permanentes? A la izquierda, cerca de la barda, había dos edificios largos de madera que parecían ser un área de duchas. Había tubos que recorrían un lado del edificio y el suelo alrededor estaba húmedo. Al menos no nos tendríamos que bañar en el lago.
Examiné las filas de Reiniciados. Cuando descubrí que los rebeldes estaban ayudando a los Reiniciados a escapar, Leb me dijo que mi entrenador, Riley Uno-Cinco-Siete, había huido a la reserva y no había muerto, como me habían dicho antes. Pero no veía a Uno-Cinco-Siete entre la multitud.
Me detuve detrás de Micah mientras nos acercábamos a la tienda de campaña y él tiraba la tela hacia atrás, gesticulando hacia nosotros para que entráramos. Agaché la cabeza y di un paso adentro, seguida por Callum y los cinco Ciento-Veintes de Austin.
Armas. Por todos lados.
Nunca había visto tantas en mi vida. Cada pared estaba forrada de pistolas de todos los tamaños o estaban apiladas sobre docenas de repisas alrededor de la tienda de campaña. Había granadas y hachas, cuchillos y espadas, y cosas que ni siquiera reconocía. Tenían suficiente artillería para armar a toda Texas. Había un montón de repisas vacías, pero supuse que esas armas se las habían dado a los Reiniciados de fuera. Aun así tenían suficientes para darle a cada quien una segunda arma. O una tercera.
—Impresionante, ¿no? —dijo Micah con una sonrisa.
Se escucharon algunas risitas nerviosas y eché otro rápido vistazo alrededor. Sin duda, impresionante. Y quizás un tanto reconfortante. Una larga mesa de madera recorría el centro de la tienda de campaña y sus patas desaparecían en la tierra. Había una cama grande atrás, en el rincón de la derecha. Me pregunté si era ahí donde vivía Micah. Había dos fosos para hogueras rodeados de piedras en cada lado de la tienda de campaña, con huecos para el humo cortados en la tela encima de ellos.
—No tenemos tiempo para mostrároslo todo —dijo Micah—. La CAHR llegará pronto y esta vez seguramente traerá artillería pesada.
—¡Hurra, hurra!
Brinqué al escuchar los gritos repentinos de alegría y me di la vuelta para ver a varios Reiniciados de la reserva detrás de nosotros. Íbamos a tardar un rato en acostumbrarnos a esa afición por dar de gritos al azar.
—Voy a conseguiros armas a todos, haremos una visita muy veloz y os asignaré una ubicación.
Se dio la vuelta y comenzó a coger pistolas de la repisa.
—Esta vez —dijo Callum en voz baja.
Lo miré.
—¿Qué?
—Ha dicho esta vez. Como si la CAHR hubiera venido antes aquí.
—Han venido aquí varias veces —dijo Micah, entregándome una pistola—. Siempre ganamos.
Cogí la pistola, arqueando las cejas.
—¿Siempre?
—Cada vez —Micah le ofreció una pistola a Callum.
Callum miró el arma y luego a mí, y por un momento pensé que no iba a cogerla. Las pistolas no iban con Callum. Yo había tenido que escapar de la CAHR con él porque se negó a usar una para matar a un Reiniciado adulto. La CAHR no encontraba sentido a tener Reiniciados que no siguieran las órdenes.
Pero cogió la pistola de Micah sin decir palabra. Yo dudé que la llegara a usar.
—¿Por qué regresarían si siempre ganáis? —pregunté mientras él seguía repartiendo pistolas y municiones adicionales.
—Se reagrupan, tratan de ver lo que han aprendido y vuelven a intentarlo. Se han vuelto más listos. Ya ha pasado casi un año desde el último ataque.
Micah salió de la tienda dando zancadas y lo seguimos.
—Ésa es una de las razones por las que no construimos muchas estructuras permanentes —gesticuló hacia las tiendas—. Las bombas derribarán muchas cosas hoy.
—¿Las bombas? —repitió Callum.
—Sí. Detendremos algunos de los transbordadores en el aire, pero es de esperar que haya bombardeos —Micah se detuvo cerca del foso para la hoguera y se dio la vuelta hacia nosotros—. Está bien. Vienen del Sur en transbordadores. Vosotros os quedaréis aquí con la segunda oleada. Proteged la reserva, no muráis. Es lo único que tenéis que hacer. Si perdéis una parte del cuerpo en el bombardeo, tenemos un montón de estuches con repuestos para que os la vuelvan a coser. No cojáis partes del cuerpo de otra persona, a menos que sepáis que ya está muerta.
El rostro de Callum se retorció.
—¿En serio? ¿Podemos simplemente volver a ponernos distintas partes del cuerpo?
—Sí —dije—, si te las coses con la suficiente rapidez. Es como cuando se te rompe un hueso. Lo vuelves a poner donde debería estar y se reconecta.
—Qué asco —me miró horrorizado—. ¿Alguna vez