Centros y cuerpos sutiles. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Omraam Mikhaël Aïvanhov
Centros y cuerpos sutiles
Aura, plexo solar, centro Hara, chacras...
Izvor 219-Es
ISBN 978-84-936850-6-5
Traducción del francés
Título original:
CENTRES ET CORPS SUBTILS
Aura, plexus solaire, centre Hara, chakras…
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I
LA EVOLUCIÓN HUMANA Y DESARROLLO DE LOS ÓRGANOS ESPIRITUALES
Poseemos un cuerpo físico compuesto de órganos. Hasta los bebés lo saben; preguntadles dónde tienen los ojos: os lo mostrarán; y la boca, las orejas, la nariz, las piernecitas: también os lo mostrarán. Más tarde, en la escuela, aprenden que el hombre tiene cinco sentidos – la vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto – y que cada uno de ellos posee unas funciones determinadas: la función y las sensaciones del tacto no son las del gusto o las de la vista, etc...
Todas las relaciones del hombre con el mundo están ligadas a los cinco sentidos. Por esta razón se afana en aprovechar al máximo sus posibilidades y, sobre todo, multiplicar las sensaciones que le producen sus ojos, sus oídos, su piel, etc... De entre estas sensaciones, algunas son más o menos necesarias o más o menos intensas. Centrémonos en el gusto: ¿quién negará la riqueza, la variedad de sensaciones producidas por el gusto, especialmente en una comida suculenta? ¿Y el tacto...? Cuándo un hombre y una mujer se acarician, sienten unas sensaciones de una gran intensidad; se dice que es el placer sexual el que da las sensaciones más intensas, pero permitidme que lo ponga en duda. En general, sí, es cierto; pero no para todos. Algunos artistas, dotados de gran sensibilidad visual o auditiva, experimentan las más intensas impresiones gracias a los colores y a los sonidos, quizás mucho más que en el acto sexual, que puede dejarles indiferentes y fríos.
Debido a que la mayoría de los seres humanos aún no están muy desarrollados, el tacto (en el que puede incluirse la sexualidad) y el gusto son, en principio, los dos sentidos que gobiernan el mundo. La vista, el oído y el olfato tienen menor importancia. Los perfumes, los sonidos y los colores dejan indiferentes a según qué personas, salvo cuando sus intereses están en juego. En los animales, el olfato, el oído y la vista están enormemente desarrollados, porque tienen necesidad de ellos para poder protegerse y buscar alimento. Os hablo, en realidad, de cosas que ya sabéis: es para llamaros la atención sobre conclusiones que posiblemente jamás os habéis hecho. Durante miles de años el hombre se ha ejercitado en multiplicar y amplificar sus sensaciones y percepciones a través del uso de sus cinco sentidos, y a este juego sobre el teclado de los cinco sentidos, el hombre le llama cultura y civilización. Éste es un concepto un tanto pobre: aunque a través de los cinco sentidos alcanzarán su punto más álgido, no rebasarían sus limitaciones: los sentidos pertenecen al plano físico y jamás explorarán más allá de este plano. La naturaleza ha previsto otras formas de interpretar en ese teclado... sí, un sexto, un séptimo, un octavo sentido que poseen otra intensidad, otra envergadura. Sin embargo, de momento, la humanidad se han limitado a estos cinco sentidos y no quiere reconocer que hay otros campos que explorar, que ver, que tocar, que respirar. No es raro, pues, que no sea posible disfrutar de nuevas sensaciones, más amplias, más ricas, más sutiles. ¿Cómo se puede explicar el que, sin alimentar a estos cinco sentidos, algunos seres tengan percepciones que les lleven hasta el éxtasis: amplitud de conciencia, impresión de plenitud, grandeza, inmensidad? Hay que conseguir que los seres humanos comprendan que el impulso a acumular y ampliar sus sensaciones físicas les reportará grandes decepciones, debido a que estas sensaciones son limitadas. ¿Por qué? Porque cada órgano está especializado, cumple con una función determinada y no produce otras sensaciones que las que corresponden a su propia naturaleza. Para experimentar nuevas sensaciones hay que dirigirse a otros órganos, que
Observad a los seres humanos: tienen la posibilidad de ver, de saborear, de tocar, de comprarlo todo y, sin embargo, siempre les falta algo. ¿Por qué? Porque no saben que para alcanzar la plenitud, para descubrir sensaciones de una intensidad y de una riqueza verdaderamente excepcionales, se necesita ir más allá de los cinco sentidos. En este campo los orientales son capaces de tener experiencias absolutamente inimaginables para los occidentales. En la India o en el Tibet, por ejemplo, ciertos yoguis viven en un hoyo cavado dentro de la tierra. En esta obscuridad, en este silencio absoluto no hay ningún alimento para los cinco sentidos, que el yogui consigue adormecer a través de la meditación. Y cuando los sentidos dejan de funcionar, también dejan de absorber la energía psíquica destinada a los centros sutiles: entonces éstos se despiertan y el yogui empieza a ver, oír, oler, tocar los elementos fluidos de las regiones superiores. He aquí hasta qué punto estos seres excepcionales se esfuerzan, algunos durante años, en suprimir las sensaciones visuales, auditivas, olfativas, etc. y en aquietar todo movimiento. Sólo les queda el pensamiento, pero después también lo suprimen para vivir en comunión total con la Divinidad.
Dios ha depositado en el alma humana grandes posibilidades, pero una vida demasiado orientada hacia el exterior impide su desarrollo. Ahora bien, ¿qué hacéis cuando meditáis? Cerráis los ojos para poder centrar vuestra atención hacia el interior... Pero, sobre este particular me gustaría hacer una salvedad. Cuando meditéis, no permanezcáis demasiado tiempo con los ojos cerrados, porque entonces – puesto que todavía no sois yoguis hindús – podríais quedaros dormidos. Abrid los ojos unos segundos, de vez en cuando, mirad de no distraeros con lo que os rodea, volved a cerrarlos, y después abridlos de nuevo. Como regla general, se aconseja cerrar los ojos para meditar, porque esto ayuda a aislarse, a concentrarse, a no distraerse. Pero si se cierran demasiado rato, entra sueño...
Así es: abriendo los ojos, nos mantenemos despiertos, si los cerramos, nos disponemos a dormir. Es un proceso registrado en el cerebro desde hace millones de años y la naturaleza, que es fiel y verídica, dice: “¿Cerráis los ojos? Entonces, es que queréis dormir. Muy bien, vamos a arreglarlo...” Y he aquí que os veis inmersos en una... ¡”profunda meditación”! Inversamente, cuando abrís los ojos es porque os despertáis: todo se pone en marcha, empieza a funcionar: el cerebro, los brazos, las piernas... Sí, un simple movimiento – el abrir los ojos – pone todo en marcha. Este detalle de abrir y cerrar los ojos es muy importante. A veces se os dice: “Pero, ¡abre los ojos!” Es una forma de expresarse, puesto que ya los tenéis abiertos. Así pues, ¿a qué ojos se refieren? A otros ojos, más lúcidos, que tienen una visión mucho más profunda, más espiritual. Los ojos de vuestro cuerpo están abiertos, pero tenéis otros ojos, y éstos están cerrados. Algunas veces, sin embargo, nos damos cuenta de que existen y de que podemos abrirlos.
Pero para poder abrir estos ojos espirituales, que ven aspectos más sutiles de la realidad, se deben cerrar los ojos físicos. Y otras veces sucede lo contrario: al cerrar los ojos físicos, también se cierran los ojos espirituales, y al abrir los ojos físicos, también se abren los ojos espirituales. Ya lo veis: son matices muy sutiles. Poco a poco llegaréis a entender todo esto y a poder utilizarlo en la vida cotidiana.
Los Occidentales han conseguido llevar a la perfección la vida de los cinco sentidos. Se imaginan que, de este modo, lo sabrán todo... y serán felices. Conocen muchas cosas, es cierto, tratan de experimentar muchas sensaciones, pero los cinco sentidos devoran toda la energía psíquica y ya no queda nada para el plano espiritual. En Occidente las personas viven demasiado inmersas en las sensaciones físicas y se quedan sin energía para concentrarla en otras facultades que podrían despertar.