Centros y cuerpos sutiles. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Dice el Génesis que Adán y Eva comieron del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Esto significa que no se limitaron a conocer el mundo del espíritu, sino que quisieron descender a la materia; empezaron, pues, a descender, y entonces, a través de la felicidad y de los sufrimientos, la salud y la enfermedad, empezaron a experimentar el mal hace millones de años. Dependía de ellos el quedarse en lo alto, en el Paraíso, y el comer únicamente los frutos del Árbol de la Vida eterna, pero, tentados por la curiosidad, quisieron ver lo que había más abajo y fue entonces cuando empezaron a experimentar el frío, la oscuridad, la enfermedad y la muerte.
Y la humanidad continúa aún su descenso... Algunas religiones llaman a ese descenso el “pecado original”. Sin embargo, también puede interpretarse como experiencias a las que los seres humanos han querido entregarse. Sí, este Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal suponía unos estudios a realizar, unos estudios difíciles, puesto que el hombre debe afrontar una materia cada vez más densa. Pero, ¿qué hay de malo en ello? Eligió bajar para instruirse y descendió. Ahora está sumergido en sus estudios hasta el cuello, pero se da cuenta de cuál es el infierno que se aventuró a conocer. De momento estudia el mal, pero un buen día se elevará para estudiar el bien.2
Conozco los proyectos y los planes de la Inteligencia cósmica; sé que cuando los humanos hayan vencido y dominado la materia gracias a los cinco sentidos, de nuevo empezarán a remontar el vuelo hacia las alturas para desarrollar sus sentidos espirituales. Así pues, quienes deseen avanzar por el camino de la evolución, que comiencen a reducir un poco sus sensaciones, que se adquieren a través de los cinco sentidos, y que busquen, a partir de ahora, en ellos mismos. Dentro hay amplitud, abundancia... ¡sólo hace falta buscarlo!
1 Acuario: llegada de la Edad de Oro, Obras completas, t. 26, cap. II: “La verdadera religión de Cristo”.
2 Los dos árboles del Paraíso, Obras completas, t. 3, cap. IX-II: “Los dos árboles del Paraíso; la serpiente del Génesis”, y cap. IX-III: “El regreso del hijo pródigo”.
II
EL AURA
I
Todo lo que existe, los seres humanos, los animales, las plantas e incluso las piedras emiten partículas, producen emanaciones y esta atmósfera fluida, sutil que envuelve todas las cosas, es, justamente, lo que llamamos aura. Evidentemente no es visible, excepto para los clarividentes, y mucha gente no sabe ni siquiera que existe. El aura es esta especie de halo que envuelve a cada ser humano: en algunos es ancha, amplia, luminosa, potente... posee vibraciones intensas y colores espléndidos; en otros, al contrario, es pequeña, apagada, disforme y fea.
Se puede comparar el aura con la piel. Conocéis perfectamente la importancia de la piel en el cuerpo físico. Tiene muchas funciones. En primer lugar una función de protección, exactamente como un escudo, como un caparazón; de protección contra los golpes, contra las substancias nocivas, contra las diferencias de temperatura, etc... Luego, una función de intercambio, porque la piel absorbe, respira y excreta. Por último la piel hace la función de instrumento de sensibilidad, y gracias a ella sentimos la temperatura, el contacto, el dolor, etc... Pero no me voy a detener en este nivel porque no es el mío; por lo demás, podéis encontrar información detallada sobre este tema en libros de anatomía y fisiología. Lo único que me interesa es mostrar un paralelismo entre la piel y el aura. El aura posee las mismas funciones que la piel. Puede considerarse como si fuera la piel del alma. Es ella quien la envuelve, quien la protege, quien le da sensibilidad, Es quien, en definitiva, deja pasar las corrientes cósmicas, la que permite los intercambios entre el alma humana y todas las criaturas, hasta las estrellas, entre el alma de una criatura y el Alma universal.
También se puede comparar el aura con la atmósfera que envuelve la tierra. Sí, ¡es extraordinario! La tierra posee una cortina de protección, su piel. Ciertamente es algo más espesa que la nuestra, pero cumple la misma función. Gracias a su atmósfera, ¡cuántos peligros evita la tierra en su recorrido a través del espacio! Todas las sustancias materiales que provienen del espacio y que podrían producir efectos catastróficos si llegasen a chocar contra la tierra, al verse obligadas a entrar en contacto con las capas de la atmósfera, la mayoría de las veces se desintegran por sí solas. La atmósfera también nos protege de otros peligros, como pueden ser ciertos rayos cósmicos, por ejemplo, que serían mortales para nosotros, pero que, a través de las capas de la atmósfera, son neutralizados por los elementos químicos que la impregnan.
A través de nuestra aura se produce un intercambio ininterrumpido entre nosotros y las fuerzas de la naturaleza. Todas las influencias cósmicas, planetarias y zodiacales que se difunden constantemente por el espacio, llegan hasta nosotros, y a través de la calidad de nuestra aura, de su sensibilidad, de su grado de pureza y de los colores que posee, recibimos el impacto de estas fuerzas, o, por el contrario, no las recibimos. El aura hace la función de antena, es un aparato receptor de mensajes, ondas, fuerzas que proceden del universo. Suponed ahora que haya en el mundo ciertas influencias nefastas. Si tenéis un aura muy potente, muy luminosa, estas fuerzas no podrán penetrar ni llegar hasta vuestra conciencia para afectaros, debilitaros o traeros complicaciones. ¿Por qué? Porque antes de llegar a vosotros, deben pasar a través de vuestra aura. Esta aura es una barrera – si queréis llamarla así – una pared, o una especie de aduana fronteriza donde hay empleados que no dejan pasar a nadie sin verificar qué llevan en sus equipajes y en sus vehículos. Estos agentes de aduanas se mueven fuera de nuestra conciencia, pero pueden advertirnos. Las funciones del aura pueden diferenciarse, pero, en realidad, están unidas: la sensibilidad, el intercambio y la protección... todo se produce al mismo tiempo.
Ahora bien, ¿cuáles son los factores que actúan en la formación del aura? Pues exactamente los mismos que en la formación de la piel. Hay pieles que son bastas, ásperas, secas... por el contrario otras son elásticas, finas, suaves... Cualquier persona es capaz de juzgar la calidad de una piel sólo con darle un vistazo. ¿Y de qué puede depender esta calidad? De todo el organismo, del buen funcionamiento fisiológico, y también del psíquico. Es el hombre el que forma su piel.3
Sí, la piel revela muchas cosas. Si realmente es fina y espiritual significa que el hombre que la posee es espiritual, porque nadie puede formar una piel que no le corresponde. Inconscientemente, claro está, es el propio hombre el que influye en su piel, y si supiera cómo conseguirlo, incluso podría cambiarla. Evidentemente es algo muy difícil, aunque posible y verdaderamente importante. El destino del hombre depende de su piel, puesto que sus relaciones con los demás seres humanos y con el mundo exterior dependen de la piel. Os digo esto para que reflexionéis. Cada detalle de la piel tiene su significado. Incluso su consistencia (lisa, elástica, dura, flácida, blanda), refleja las cualidades, las características esenciales de un ser: su resistencia, su voluntad, su actividad, o al contrario, su debilidad, su pereza y sus deficiencias.
El destino del hombre, sus éxitos, sus fracasos, todo está en su piel. En un apretón de manos, al decir: “¡Buenos días!, ¿cómo está Vd.?, se pueden descubrir sus cualidades esenciales. Si se conocieran tales correspondencias, con un simple apretón de manos se podría saber con exactitud las cualidades y debilidades de cualquiera. Pero como nos damos la mano mecánicamente, sin fijarnos en nada... no nos percatamos de nada. Damos la mano para establecer un contacto, para tener un intercambio con otra persona y, en este intercambio, debemos darle todo lo bueno que hay en nosotros, y ella, por su parte, debe hacer lo mismo. Si este gesto no ha de aportar nada, más valdría no hacerlo.
Pero volvamos al aura. Como