Nueva antología de Luis Tejada. Luis Tejada

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Nueva antología de Luis Tejada - Luis Tejada

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Baudelaire, sin duda. Igualmente puede pensarse en una deuda de inspiración con las Enormes minucias de su admirado Chesterton. En todo caso, estas crónicas fueron fruto de un método que el mismo Tejada bautizó como vagabundeo filosófico por la ciudad, y que consistía en salir a caminar desprovisto de itinerario para conocer las vidas anónimas de las gentes, los imperceptibles cambios en las costumbres, la belleza y a la vez la tragedia de las novedades tecnológicas. Así, Tejada se aproximó a una incipiente y bella sociología urbana.

      La paradoja

      Tejada, y parece que sólo Tejada, acudió a un recurso retórico que le garantizó eficacia, y por supuesto singularidad, a su crítica pertinaz de la cultura. Ese recurso retórico fue la paradoja. Quizás alguien, alguna vez, se encargará de contribuir a nuestra incipiente historiografía de la cultura intelectual mediante sendas investigaciones acerca de los momentos y de las razones de existencia de determinadas formas retóricas o de determinados géneros de escritura. Una averiguación de esa índole podría brindarnos explicaciones sobre los conflictos simbólicos y reales entre sectores sociales plasmados en determinados productos culturales. Además, la elección y la presencia históricas de ciertas formas retóricas o de ciertas convenciones y representaciones en los discursos de los individuos creadores en alguna esfera de la actividad intelectual, servirían como señas o síntomas para comprender con mayor detalle la dimensión de los enfrentamientos, pugnas y dilemas de grupos de artistas, de escritores o de pensadores en cada época. En el modo de escribir pueden quedar delatados el bienestar o el malestar y la inadecuación o la conformidad de grupos sociales con respecto al tiempo que les haya correspondido vivir.

      En la década de 1920 se leyeron autores clásicos de paradojas y de frases desatinadas, principalmente aquellos escritores ingleses que, a pesar de las diferencias de sus posturas ideológicas, encontraron en el uso de dicha figura de la argumentación retórica una manera eficaz de protesta y, sobre todo, de develamiento de unas supuestas verdades incontrovertibles. Esos autores leídos con preferencia por Tejada fueron Oscar Wilde, Gilbert K. Chesterton y George Bernard Shaw. En las crónicas del autor de las Glosas insignificantes y de las Gotas de tinta es muy evidente el influjo de esas lecturas y es muy consciente el paulatino dominio de esa forma de “decir las cosas al revés”, como lo percibió su amigo Germán Arciniegas.

      La elección de un estilo que le brindara sustento a su crítica fue meditada y anunciada. Tejada halló en la paradoja el recurso apropiado para cuestionar los lemas dominantes de la burguesía en ascenso relacionados con el trabajo, el ahorro y la sobriedad; las exigencias de control sobre la vida privada que querían imponerse en aquella modernización capitalista fueron materia de continua burla en la pluma del cronista. La paradoja sería, para él, la manera más aguda de desafiar a un “siglo atrozmente correcto”. La paradoja es la manera de afirmar aquello que está por fuera de la norma. Es un juicio que causa extrañeza cuando se ha impuesto en la sociedad el predominio de otras normas de conducta; la apariencia de la paradoja es absurda, desconcertante, extraña. Que en El retrato de Dorian Gray se diga que “el verdadero misterio del mundo es lo visible y no lo invisible”, nos coloca en el sendero de las reflexiones paradojales. Pues bien, Tejada fue un discípulo aplicado de la escritura paradojal, y muchas de sus crónicas se asemejan a afirmaciones de esa índole. Recordemos que el pequeño filósofo argumentó que la noche se hizo para no dormir; que lo peor que le puede suceder a la humanidad es que tenga que trabajar; que quienes usan las armas son los cobardes, no los valientes.

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