Nueva antología de Luis Tejada. Luis Tejada
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Por tanto, el origen familiar fue determinante en el periplo vital de Tejada, en la definición del campo de posibilidades y de disputas en que podía situarse. Su expulsión de la Escuela Normal, en 1916, fue el preludio de los enfrentamientos posteriores a los que iba a someterse y es un buen ejemplo de la pugna permanente, desde fines del siglo xix, entre la cultura política radical y la política regeneracionista, fundada en la preminencia oficial de la Iglesia católica. Tejada era un joven que provenía de un círculo reproductor de disidencias y resistencias contra la Regeneración. Eso explica que en su obra las críticas contra personajes centrales de la cultura y la política conservadoras fueran tan acerbas, como sucedió con el presidente Marco Fidel Suárez o con el político y poeta Guillermo Valencia; eso explica también sus tempranas simpatías con el socialismo y su proximidad con los sectores de artesanos y obreros tanto en Medellín como en Bogotá.
Esa proximidad con la cultura política del radicalismo le facilitó a Tejada su evolución definitiva hacia el escritor político y militante prosocialista, algo evidente desde 1920. Aunque las vicisitudes de la pobreza y de las enfermedades le hicieron vacilar en su trayectoria de periodista, Tejada pudo definitivamente definirse, desde 1922, como un escritor que promovió la formación de los primeros núcleos comunistas en el país. A Tejada le pareció indispensable escribir “para el obrero politiquero y la vieja tendera charlatana, y el barbero de provincia, y el maestro de escuela, y todos los que integran la masa media, enorme y oscura del público”.17 Por eso defendió los gustos literarios de las gentes del pueblo en “La mala literatura”. Por eso Tejada pudo construir un lenguaje político sincrético, en que amalgamó la novedad socialista y la tradición católica.
La vida de Tejada es, en todo caso, tan apasionante como su obra periodística. Llama la atención la inestabilidad con que trabajó en la prensa: comenzó en la provincia, se afianzó como cronista en Bogotá, entre 1917 y 1918; a fines de ese año partió hacia Barranquilla en busca de un empleo público y allí terminó escribiendo en varios diarios; se integró a El Espectador de Medellín en 1920. Pasó una larga convalecencia en 1921, entre Manizales y Pereira, donde se ofreció como vendedor de cursos de contabilidad por correspondencia; y en 1922 vuelve, para quedarse, a Bogotá, donde además de escribir en El Espectador intentó afianzar un núcleo de izquierda liberal en el fallido proyecto del diario El Sol. Colaboró con las revistas Cromos, El Gráfico y Buen Humor. En Barranquilla, codirigió Rigoletto, y colaboró en La Nación y El Universal. Escribió para Bien Social de Pereira y para Renacimiento de Manizales. Intentó ser maestro de escuela, esposo y padre ejemplar, pero no pudo. Tuvo, más bien, el “talento de morir a tiempo”, como el título de una de sus crónicas de 1920, agobiado por “todas las enfermedades del mundo”, según testimonio de su amigo, el poeta Luis Vidales.
En su corta existencia logró ser el centro de una sociabilidad de jóvenes intelectuales que, en el caso de Medellín, en 1920, pretendió consolidar el gremio de los periodistas con la fundación de la Asociación de Cronistas. En 1922, en Bogotá, fue uno de los fundadores de un pequeño núcleo provanguardista conocido como Los Arquilókidas, cuya tribuna fue el periódico La República. Este grupo se dedicó a atacar la Generación del Centenario. Fue, más claramente, un enfrentamiento entre un grupo intelectual en ascenso, y un grupo de intelectuales consolidados, tradicionales que, además, eran o iban a ser los propietarios de los medios de producción de impresos en Bogotá. Esa pugna contra la generación de sus padres y maestros fue el preámbulo de la aventura de fundar el diario El Sol, bajo la égida del jefe del Partido Liberal en ese entonces, el general Benjamín Herrera. En ese momento, Tejada estaba participando en un intenso diálogo con la juventud conservadora que iba a definirse más tarde como el grupo de Los Leopardos, representantes del nacionalismo de derecha y profascista en Colombia. Conversaba también con el joven abogado liberal Jorge Eliécer Gaitán, que recién se graduaba con su tesis acerca de las ideas socialistas en Colombia, y con quienes iban a constituirse en la tímida y pasajera avanzada socialista de un sector del Partido Liberal. Después del fracaso del proyecto político y periodístico de El Sol, Tejada no tuvo otra alternativa que regresar a El Espectador, donde terminó su vida.
Se trata, pues, de un escritor de origen liberal que vivió intensamente un proceso de adhesión a la novedad del credo comunista, con dificultades e incoherencias. El pequeño filósofo alcanzó a decirle a su generación intelectual en Colombia que era indispensable “creer, adquirir sinceramente una fe, un ideal, una grande ilusión”.18 Esa grande ilusión se concretó en el pequeño grupo de intelectuales comunistas que, en Bogotá, salieron a buscar, de manera más bien infructuosa, el contacto con núcleos obreros y que participaron, fallidamente, en la organización de un primer congreso comunista en nuestro país.
La compilación de la obra
Esta nueva antología que presentamos intenta proporcionarle a cualquier lector un retrato de cuerpo entero del escritor, conocerlo o reconocerlo desde sus inicios. Esta antología es el resultado de una investigación que comenzó en 1989 y terminó en 1994, y que arrojó como resultado la compilación de la obra periodística completa de Luis Tejada, presentada como trabajo de grado en la Licenciatura de Filología e Idiomas de la Universidad Nacional de Colombia.19 Esa compilación fue, luego, el principal sustento documental para la elaboración de la biografía premiada y editada por Colcultura,20 y ha esperado desde 1991 los relativos honores de la publicación. Finalmente, apenas ahora, se logra, aunque no la publicación de la obra completa (672 crónicas escritas entre 1917 y 1924), que sería lo más justo con el cronista y lo más adecuado para los estudios sobre la cultura intelectual colombiana. Se trata de una antología que, con todos los defectos inherentes, intenta plasmar una visión de conjunto del cronista, desde su comienzo hasta su final.
En esta nueva antología nos propusimos superar las dos compilaciones conocidas hasta el momento, la de Hernando Mejía Arias prologada por Juan Gustavo Cobo Borda,21 y la que preparó Miguel Escobar Calle.22 Superarlas en varios sentidos: primero, era necesario mostrar al Tejada desconocido anterior al año de 1920, es decir, al cronista en sus primeros pasos, en sus inicios en el periodiquillo estudiantil Glóbulo Rojo, de Pereira, en 1917, que era redactado por los estudiantes del colegio fundado y dirigido por su padre, Benjamín Tejada Córdoba. La primera temporada de Tejada en El Espectador de Bogotá, entre 1917 y 1918, también etapa casi ignorada, igual que su estadía en Barranquilla, durante 1919, como colaborador de La Nación y El Universal, y luego como codirector de Rigoletto, al lado de su compañero de estudios en Yarumal, Pedro Rodas Pizano. En ese año, Tejada ya insinuaba su simpatía por el socialismo.
En segundo lugar, y en consecuencia, era indispensable demostrar que las crónicas hasta hoy conocidas de Tejada tuvieron su génesis en fechas más tempranas, que desde 1918 ya se insinuaban en el cronista ciertas reiteraciones temáticas; de manera que algunas crónicas de 1920 o 1922, o muchas de las reunidas en su Libro de crónicas de 1924, ya habían sido escritas o esbozadas un par de años antes. Hasta aquí se trata de una especie de ajuste de cuentas con Cobo Borda, quien había sentenciado que las crónicas de 1917 a 1920 hacían parte de una prehistoria de Tejada que “bien vale la pena olvidar”.23 Creo que esta antología puede desvirtuar ese juicio. Hay que señalar, a propósito, que esta antología está fundamentada en una compilación que fijó la paternidad y la fecha original de cada texto. Por eso, el lector va a encontrar información acerca de las posteriores publicaciones de una misma crónica, del uso de seudónimos, de las leves o significativas modificaciones de un texto original. A propósito, hay que precisar que Luis Tejada utilizó dos seudónimos: Lis, para sus crónicas publicadas en Glóbulo Rojo de Pereira, en 1917; Valentín, para reproducir, en El Sol de Bogotá, en 1922, crónicas que ya había publicado en años anteriores. También recurrió, sobre todo entre 1923 y 1924, a firmar crónicas y editoriales con sus iniciales, L. T., lo que podía provocar confusión con otros escritores coetáneos, como sucedió con el escritor y dirigente antioqueño Lázaro Tobón. Para dilucidar dudas acerca de la autoría fue importante reconocer el estilo y los temas de Tejada, así como las luces que brindan las evidencias biográficas.
Ahora bien, el