Verdad y perdón a destiempo. Rolly Haacht

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Verdad y perdón a destiempo - Rolly Haacht

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al interior. Allí esperaba Danielle, paciente, pero con ganas de que también le dedicase un poco de atención.

      —Hola, bonita.

      Entonces, ella se dio la vuelta y se fue corriendo hacia donde estaba Emily.

      —¡Mamá, ha venido Pitt! —le dijo.

      13 DE NOVIEMBRE 1991

      D

      os días más tarde, y como de costumbre, Zane fue de visita a casa de su hermano Louis. El miércoles por la tarde era el único día fijo que él no trabajaba, y como desde que se había independizado era muy difícil que se dejase ver, Zane aprovechaba que también tenía la tarde libre para ir a visitarlo. Algunas veces incluso se quedaba a cenar.

      El apartamento estaba en una urbanización de las afueras de la ciudad, relativamente cerca del restaurante donde él trabajaba, pero bastante lejos desde Valley Street. Su facultad, sin embargo, no quedaba tan lejos.

      Iba en el autobús completamente absorta en sus pensamientos, organizando la semana en su mente para que no se le quedase nada por hacer. Lo primero que haría el próximo fin de semana sería llamar a Arabia. Hizo cálculos mentales para comprobar los días que llevaba sin saber nada de ella. Casi un mes.

      Desde que se había mudado a Los Ángeles, cada vez tenían menos y menos contacto, y las llamadas se iban aplazando más por parte de ambas. Al principio, a Zane le molestaba que su mejor amiga pudiera pasar largas temporadas sin mostrar interés por ella o por la que hasta entonces había sido su única familia, pero cuando empezó a empatizar con Monique se dio cuenta de que ella también se iba olvidando de mantener vivo el contacto. Suponía que Arabia habría conocido también a gente nueva, además de que su hija ocupaba gran parte de su tiempo. Al menos, eso fue lo que le dijo Emily para tranquilizarla. Pero ella qué iba a saber. No tenía hijos. Pero se prometió a sí misma que encontraría un día al mes para llamarla y preguntarle qué tal estaba todo por su nuevo hogar. Al fin y al cabo, seguían siendo amigas, aunque ahora estuviesen a muchos kilómetros de distancia.

      Zane se bajó en la parada correspondiente, y para cuando se dio cuenta de que había olvidado los guantes en el asiento de al lado, el autobús había continuado su rumbo. Se quedó allí pasmada viendo cómo el vehículo se alejaba, después de correr tras él unos metros haciendo aspavientos con las manos. El frío todavía no había llegado a su punto más álgido, pero ella era bastante friolera.

      Caminó hasta los apartamentos adosados con las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta, mientras seguía pensando en alguna que otra cosa más que haría en los días posteriores.

      Subió unas cuantas escaleras y se situó frente a la puerta de su hermano. Justo cuando iba a llamar al timbre, la puerta se abrió y apareció un chico de pelo castaño, del mismo color que su incipiente barba, que se limitó a pasar por su lado sin mediar palabra.

      Zane se quedó plantada, con la mano en alto por no haber llegado a golpear la puerta y molesta porque el chico no se hubiese dignado a mirarla. Era Robert, el compañero de piso de Louis.

      —¡Ah! ¡Hola, Zane!

      Su hermano la saludó desde el interior y ella simplemente puso cara de interrogación.

      —¿Has visto eso?

      —¿Qué?

      —Tu gran amigo Robert casi me atraviesa como a un fantasma.

      Louis se limitó a encogerse de hombros y a ordenar el salón. Siempre que ella llegaba hacía lo mismo. Se levantaba de donde estuviese sentado o recostado y apilaba los platos sucios para llevarlos al fregadero. Esa era su manera de poner orden, aunque luego aquellos platos se quedasen allí amontonados durante unos cuantos días más. Era por eso que ese apartamento siempre olía a rancio.

      No entendía por qué Louis se había dejado tanto, cuando en casa siempre habían tenido que seguir a rajatabla unas pautas con respecto a las zonas comunes, pero estaba claro que todo era por la influencia de Robert, aquel chico que vivía con él y que era bastante más mayor.

      —¿Cuántos años tiene Robert? —se aventuró a preguntar.

      —¿Qué importa?

      —Tengo curiosidad.

      Zane empezó a desabrigarse y a dejar sus cosas sobre la mesa de la estancia.

      —Entonces la próxima vez que lo veas tendrás que preguntárselo.

      —¿No sabes cuántos años tiene tu compañero de piso?

      —¿Qué importa?

      Puso los ojos en blanco.

      Louis era totalmente despreocupado, hasta límites insospechados. Ella era la única que sabía algo del estilo de vida que llevaba, porque desde luego Emily y Derek no iban nunca hasta allí. Simplemente, lo recibían cuando a él le apetecía presentarse algún domingo para comer en familia. No le gustaba que fuese tan adán, pero tampoco podía hacer nada por evitarlo. Pronto cumpliría veintiún años. Era libre de hacer y deshacer cuanto quisiera, sobre todo tras haberse independizado.

      De pronto, la puerta de su habitación se abrió, y entonces apareció Samantha.

      —Hola, Zane —le dijo. Ella le correspondió con una sonrisa—. No sabía que vendrías.

      Samantha le caía bien. Era una de las compañeras de trabajo de su hermano y sabía que pasaba muchas noches allí.

      —Es miércoles —replicó, remarcándoles a ambos el día en el que estaban.

      Normalmente, Samantha no estaba por allí los miércoles, al menos no desde tan temprano. Se golpeó la cabeza como recordándose a sí misma el día que era, y luego se dirigió a la zona de la cocina y empezó a fregar los platos. Louis se alejó en cuanto vio que Samantha iba a terminar de recoger y de limpiar.

      Zane se molestó.

      —Sammy, no deberías ser tú la que fregase los platos —dijo, consciente de que solía ser ella la que acarreaba con esa tarea, y de que, si pasaba varios días sin aparecer por allí, la montaña crecía y crecía.

      Ella hizo un gesto como restándole importancia y Zane no insistió más. Seguía molesta, pero al menos habría platos limpios para más tarde. Y en vista de que Robert se había marchado, tal vez ni siquiera tuviese que soportarlo durante la cena. Eso era un gran alivio.

      Cogió su carpeta de apuntes y se dispuso a sentarse en uno de los andrajosos sofás que había en la estancia. Louis ya se había repantigado en el más grande de los tres, que era de dos plazas y de mimbre, así que Zane optó por el granate, no sin antes apartar las migajas esparcidas sobre él. Cuando estaba allí, simplemente intentaba no pensar en la suciedad.

      Una vez acomodada, acercó la mesa de la sala hasta ella para poder colocar la carpeta y los folios.

      —¿Qué tal todo? —le preguntó a su hermano.

      Louis se estiró todo lo que pudo y alargó el brazo para coger un paquete de patatas que había sobre el televisor. Un televisor que, por cierto, no funcionaba. Lo abrió

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