Verdad y perdón a destiempo. Rolly Haacht
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—Puede.
Zane arrugó el entrecejo y luego echó un vistazo a Samantha, que continuaba con los platos y de espaldas a ella. Luego volvió a mirar a su hermano y le hizo un gesto interrogante con la cara, dando a entender que le preguntaba si algún día la llevaría a casa de Derek.
—No es mi novia —respondió Louis con indiferencia.
Zane no pudo más que aceptar el comentario con perplejidad y continuar con lo que estaba haciendo. Él pareció darse cuenta de su expresión, así que volvió a hablar:
—¡Sammy! —exclamó para llamar su atención—. Mi hermana quiere saber si eres mi novia.
Lo miró con reproche por haberle lanzado ese comentario a la chica. Sin embargo, ella se giró con una sonrisa radiante y, casi riendo, dijo:
—Qué más quisieras tú.
Y entonces Louis se rio en voz alta.
—¿Lo ves?
Zane decidió no añadir nada más. Estuvieron un rato más allí sentados hablando de cosas irrelevantes. Por suerte, Louis le preguntó por los niños, ya que rara vez era él quien sacaba el tema de conversación. Ellos siempre se alegraban mucho de verlo cuando aparecía, porque era como el tío que vivía lejos. Algo bueno del trabajo de Louis, y que hacían para mantener a la familia unida, era ir a comer o a cenar a su restaurante en fechas señaladas. Todos estaban de acuerdo con ello, a pesar de las ausencias del pequeño de los Becker.
—¿Te vas a quedar a cenar? —le preguntó Louis.
—Esa era la idea, sí. Pitt me dijo que me recogería sobre las diez. ¿Tienes algo en la nevera?
—Probablemente, no. ¿Pizza?
Eso significaba que Louis tenía intenciones de pedir comida para que se la trajeran a casa. La verdad era que pocas veces tenía algo para preparar, pues lo habitual en él era que comiera o cenara en el trabajo, de lo contrario compraba comida rápida. Zane siempre se preguntaba cómo era posible que estuviese tan flaco con toda la porquería que comía, y más teniendo en cuenta que cuando no estaba en el trabajo lo único que hacía era comer patatas tirado en el sofá. Asintió a la opción de las pizzas y acto seguido su hermano se levantó para llamar.
Cuarenta minutos después estaban los tres sentados en la mesa grande. Zane había colocado el mantel y Samantha, los vasos y cuchillos. Un poco más tarde sonó el timbre y Louis se acercó a la puerta para pagar y recibir el pedido. Nunca le había preguntado a su hermano cuál era su salario, pero al parecer le daba para llevar una vida tranquila y sin apuros, pues —que ella supiera— nunca le había pedido nada a Derek desde que decidió marcharse. Lo único que sabía a ciencia cierta era que trabajaba muchísimo.
Poco después de que se repartieran los pedazos de pizza, Robert apareció de imprevisto. Entró, olfateó la cena y, sin más, cogió una silla y se sentó al lado de Zane.
—¿Puedo? —preguntó señalando un par de trozos que quedaban en una de las cajas.
Nadie hizo ninguna objeción, así que los cogió y empezó a devorarlos. Como no habían preparado vaso para él, cogió la botella de refresco y bebió directamente de ella. Zane no podía creer que a los otros dos comensales les diese igual todo lo que Robert hacía. Louis nunca le reprochaba nada, al menos nunca cuando ella iba de visita. Él y Samantha se pusieron a comentar algo que les había pasado en el restaurante, así que ella volvió a evadirse.
Muy pronto empezarían las vacaciones de Navidad. Tenía que pensar en pedirle algo de dinero a Derek para poder salir a comprar regalos. Nunca le pedía nada, porque ya se hacía cargo de la universidad, pero siempre recurría a él para los regalos de cumpleaños o de Navidad. Lo que le sobraba siempre se lo devolvía. Era la única de la familia que, por el momento, todavía no había trabajado en nada, lo sabía perfectamente, pero esperaba acabar sus estudios y convertirse en maestra. Pitt iba a graduarse ese curso y también deseaba que encontrase un buen trabajo pronto para que dejase los bares de una vez por todas. Llevaba compaginando el estudiar y trabajar desde los quince años. Se lo merecía.
—¿Alguna noticia de Jake? —mencionó Louis, de pronto.
Zane se sorprendió. Hacía tiempo que no le preguntaba por él. Su hermano siempre pensaba que, de saber algo, ella sería la primera en enterarse, ya no porque él se comunicase directamente con Zane, sino por Arabia. Pero no, lo cierto era que Jake no había dado señales de vida desde hacía ya más de dos años. No había llamado, no había escrito... Nada de nada. En cierta medida se alegraba de que Louis se interesase por él. Significaba que ella no era la única que de vez en cuando pensaba en el segundo de sus hermanos mayores, ya que Derek y Emily no lo mencionaban. Arabia tampoco.
Zane se dio cuenta de que Samantha también la miraba, a la espera de una respuesta, expectante.
—No, nada —respondió, cabizbaja—. Si supiera algo no esperaría para contártelo, ya lo sabes.
Louis se encogió de hombros. Había adoptado ese movimiento pasota tan característico de Jake siempre que no sabía qué decir. Aunque era el más distinto de los hermanos varones, a veces a Zane le recordaba en algunos aspectos a él, sobre todo en el pelo alborotado y las expresiones de dejadez.
—A saber qué es lo que está haciendo, y dónde.
Ese comentario se le escapó casi a modo de pensamiento, pero ni siquiera pareció darse cuenta. Terminó el último bocado y se levantó para coger un poco de agua del grifo. Robert ya había acabado con lo que quedaba de refresco, y poco después se despidió y volvió a marcharse.
—No lo soporto —comentó Zane.
—Se te nota —respondió Samantha.
Las dos se miraron.
—¿En serio?
—Sí, bastante —añadió mientras terminaba el último borde de pizza que le quedaba de la porción.
Zane se giró hacia su hermano, que había decidido no volver a la mesa y sentarse en el sofá de mimbre de nuevo.
—¿Se me nota, Louis?
Él se acomodó, cogió su paquete de tabaco y sacó un cigarrillo. Solo después de encendérselo le respondió:
—Actúas como si tuviese la peste cuando está cerca de ti.
Ella abrió la boca, perpleja. ¿Tanto se le notaba?
Zane y Samantha fueron las encargadas de recoger las cosas de la cena mientras el ambiente empezaba a cargarse de humo por el cigarrillo de Louis. Ella odiaba que fumase, pero sabía que si quería seguir manteniendo contacto con él tenía que soportarlo, porque desde luego a Louis le daba lo mismo que ella estuviese o no para ponerse a fumar, aunque supiese lo mucho que le molestaba. Cuando terminaron y prepararon la basura para que Zane se la llevara al marcharse, ya eran las diez menos veinte. Pitt la recogería pronto.
Samantha se dirigió con parsimonia hacia donde estaba Louis y compartió el sofá con él. Le quitó el cigarrillo de la boca y le dio unas cuantas caladas. Después se besaron, o, mejor dicho, Louis le giró la cara y se apoderó de sus labios. Zane los miraba,