La nueva tierra (Métodos,ejercicios,oraciones). Omraam Mikhaël Aïvanhov
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* Ver el tomo 3, cap. VII: “La parábola de las cinco vírgenes prudentes y las cinco vírgenes necias...”
En lugar de ser inconsciente y malgastar las propias riquezas en los días favorables, hay que prever que tarde o temprano llegará un periodo difícil, y que hay que acumular provisiones, es decir energías para este período.
Por lo tanto, cuando os regocijéis, no vayáis hasta el fondo de este regocijo, economizad un poco, de lo contrario lloraréis. Regocijaos, pero sin pasar de un cierto límite. Si no observáis esta regla, seréis como un borracho, que habiendo bebido una copa de más, anda titubeando por las calles: choca contra un muro, siente que es un obstáculo, recula, pero... ¡hop! vuelve a chocar con el muro de enfrente. Y así sucesivamente... los dos muros envían al pobre borracho de un lado al otro. No hay que llegar nunca a los extremos. Un extremo os repelerá siempre hacia el otro extremo, y bamboleándoos eternamente de un extremo al otro, perderéis todas vuestras energías.
Las relaciones entre el hombre y sus células
Según la Ciencia iniciática, una célula es una criatura viviente, una pequeña alma inteligente que sabe cómo respirar, cómo alimentarse, producir secreciones, proyecciones... Mirad cómo trabajan las células del estómago, del cerebro, del corazón, del hígado, de los órganos sexuales; incluso están especializadas. La unión de todas estas criaturas, la suma de sus actividades, es nuestra inteligencia. Nuestra inteligencia se basa en la inteligencia de todas esas pequeñas células: nosotros dependemos de ellas y ellas dependen de nosotros; formamos una unidad. En el plano físico no podemos hacer nada sin el consentimiento de nuestras células; el día que paran de trabajar, el funcionamiento de nuestro organismo queda perturbado: la nutrición, la eliminación, la respiración...
El hombre es la síntesis de todas esas inteligencias que están ahí, dentro de él. Por eso debe acostumbrarse a visitar sus células, a hablar a ese pueblo que está ahí, que le escucha, que atiende, que está a su servicio, pero que él ha olvidado, abandonado y del que casi siempre se ríe. El que fuma, por ejemplo, o el que bebe desmesuradamente, molesta a estas bellas almas que viven en sus pulmones o en su corazón, y ellas le piden, le suplican que pare, pero él continúa molestándolas hasta provocar una enfermedad.
Debéis mostraros, pues, muy atentos y llenos de amor hacia vuestro propio pueblo; si así lo hacéis cuando algo no funciona bien, él os previene por medio de ciertos signos para que toméis precauciones, y de esta manera podéis evitar muchos inconvenientes. De otra forma, nadie os previene, y en el último minuto, cuando ya no hay nada que hacer para remediarlo, os preguntáis por qué no habéis recibido ninguna señal, ninguna advertencia. Pero si sabéis comportaros con vuestras células, ellas os previenen del más mínimo trastorno, porque os aman...
Los pensamientos y las palabras positivas que enviáis a cada uno de vuestros órganos y de vuestros miembros producen cambios benéficos. Si cada día, durante algunos minutos, os acostumbráis a pensar en vuestras células y a hablarles, podréis mejorar vuestra salud.
Haced por ejemplo este ejercicio. Poned vuestra mano sobre el plexo solar, y en esta posición dirigíos a vuestras células: pedidles que remedien todo lo que no funcione bien en vosotros, pero dadles las gracias también por su buen trabajo. Ellas os entenderán porque el plexo solar dirige todos los procesos inconscientes del organismo: secreción, crecimiento, circulación, digestión, eliminación, respiración... De esta forma podéis hablar a vuestras células, ser entendidos por ellas, y eso tanto más cuanto mayor sea vuestra fe y el poder de vuestro pensamiento.
Cómo espiritualizar todas nuestras actividades
Muchos se imaginan que para ser espiritual hay que consagrarse a la meditación y a la oración. No, cualquier trabajo, incluso espiritual, se convierte en algo extremadamente prosaico cuando no introducimos en él una idea sublime, un ideal superior; y al contrario, cualquier trabajo prosaico puede ser espiritualizado si sabemos introducir en él un elemento divino. La espiritualidad no consiste en rechazar toda actividad física, material, sino en hacer todo en aras de la luz, para la luz y por la luz. La espiritualidad es saber utilizar cualquier trabajo para elevarse, para armonizarse, para unirse a Dios.
Sea cual sea vuestra ocupación, aunque no sea nada más que por uno o dos minutos, debéis habituaros a establecer varias veces al día la unión con Dios. No es la duración de la concentración lo que cuenta, sino la intensidad. Concentraos así un momento, y después os paráis; un poco más tarde os volvéis a concentrar de nuevo durante un momento, etc...
Si os ejercitáis en restablecer constantemente la unión con Dios, lograréis alcanzar cualquier meta que emprendáis con mucha más facilidad que antes. Cuando nos unimos a Dios antes de cada trabajo, de cada ocupación, el sello del Eterno marca todo cuanto hacemos. Debéis uniros, pues, constantemente a Él, estéis donde estéis; es así como cada una de vuestras acciones se impregnará de una influencia celeste...
Haced el siguiente ejercicio: a cada hora, pronunciad la fórmula: “¡Gloria a Ti, Señor!” y dirigid vuestro pensamiento hacia Dios. Comenzad por hacer este ejercicio 12 veces al día consultando vuestro reloj. Más tarde, cuando os hayáis acostumbrado, será para vosotros tan beneficioso que nada podrá expresar el gozo que esta fórmula os aportará.
Cuando andéis, al avanzar sucesivamente el pie derecho y el pie izquierdo podéis decir: “Sabiduría, Amor... Sabiduría, Amor...”
Cuando lavéis la vajilla, cuando estéis barriendo, etc., podéis decir: “Señor, de la misma manera que yo lavo estos platos, lava mi alma... De la misma manera que yo limpio el suelo, limpia mi corazón de sus impurezas...”, etc.
Cualquiera que sea la acción que llevéis a cabo, podéis uniros al amor, a la sabiduría, a la verdad, a fin de que estos principios participen en vuestras actividades y les den vida. Por ejemplo, cuando comáis, decid: “Como el primer bocado por el amor, el segundo por la sabiduría, el tercero por la verdad...”
Mientras que os vestís por la mañana, a medida que cogéis una prenda, decid: “Por el amor... por la sabiduría... por la verdad...” Y no os hará ningún mal el añadir: “Por la pureza... por la justicia... por la belleza...”
Cuando tenéis el pensamiento ocupado por estas virtudes, desencadenáis fuerzas sublimes que vosotros mismos ponéis en acción. Cuando estáis cocinando, vuestros gestos son mágicos. Podéis, por lo tanto, preparar los platos diciendo: “He aquí el amor, he aquí la sabiduría, he aquí la verdad...” Y el que coma este alimento será iluminado.
Cuando tocáis o movéis los objetos, hacedlo como si todo vuestro cuerpo estuviese cantando y bailando y veréis cómo la armonía de vuestros gestos se reflejará sobre vosotros todo el día. La gente da patadas a los muebles, da golpes con las puertas, zarandea las sillas sin darse cuenta que la forma en la que hace las cosas la pone en tal o cual estado. Pero probad un día en que vosotros estéis nerviosos, coléricos. Decid: “¡Ah! este es el momento de hacer ejercicios...” Y coged entonces un objeto, hacedle algunas leves caricias, así, amablemente, y en ese mismo momento sentiréis que transformáis algo en vosotros mismos, como si cambiarais las corrientes.
La importancia de la armonía
Meditad cada día sobre la armonía, amadla, deseadla, a fin de introducirla en cada uno de vuestros gestos, de vuestras miradas, de vuestras palabras. Por la mañana, al despertaros, pensad en comenzar el día concertándoos con el mundo de la armonía universal... Cuando entréis en una casa, vuestro primer pensamiento