Cuando es real. Erin Watt
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—Jim, tenemos que comer.
—Oh, claro. —Jim se gira hacia Paisley—. Ve y compra uno de todo lo que haya en la cafetería que hay ahí en frente.
Veo la oportunidad de tomar aire fresco y de escapar.
—Yo también voy. —Eso sin mencionar que no quiero estar aquí sin Paisley.
—Ah, no, te necesitamos aquí —objeta Jim.
—Lo siento —le susurro a mi hermana. Ella no tiene por qué servirme.
Paisley se ríe.
—Es mi trabajo, tonta. Ahora vengo.
Sale como si estuviese feliz de salir de allí, mientras yo me quedo observándola, deseando poder ir con ella.
Al otro lado de la mesa, Oakley se echa hacia atrás, se vuelve a cruzar de brazos y pone cara de engreído, como si hubiese hecho desaparecer el hambre en el mundo.
—¿Y bien? —me incita.
—Y bien, ¿qué?
—¿No vas a darme las gracias?
—¿Por qué? Es Paisley la que va a ir a por la comida.
—No comerías de no ser por mí.
Señalo al reloj.
—Llevo cinco horas metida en esta sala de reuniones. Los prisioneros de cárceles de máxima seguridad reciben mejor trato. Si no fuese por ti, estaría en la playa releyéndome El cuento de la criada y habría comido algo. Pero, por supuesto, gracias por decirle a tu representante que mande a mi hermana a comprarme comida.
A él no le gusta mi respuesta arrogante.
—Hace demasiado frío para ir a la playa.
—No he dicho que vaya a meterme en el agua. —Hablo en el mismo tono que uso cuando les digo a mis hermanos pequeños que están actuando como dos idiotas inmaduros.
—¿Y por qué vas a la playa, entonces?
Le miro boquiabierta.
—¿Por qué va la gente a la playa? Porque mola.
—Si tú lo dices —responde, pero la petulancia que ha demostrado antes se reduce, como si las razones por las que me guste la playa fuesen importantes… o incluso interesantes. O puede que esté confundido porque no entiende por qué elegiría ir allí en vez de estar a unos cuantos metros de su santísima persona.
Pero no se lo voy a decir.
En cambio, apuro lo que me queda de Coca-Cola, la dejo sobre la mesa con más fuerza de la necesaria, luego me recuesto en la silla y rehúso a pronunciar otra palabra.
¿Es infantil?
Pues sí.
Pero me llena de satisfacción.
Capítulo 5
Él
Jim me arrastra a su oficina antes de que pueda escapar hacia los ascensores. Mis guardaespaldas, Big D y Tyrese, se quedan fuera, pero nos ven a la perfección porque su oficina es un gran cubo de cristal. No sé cómo puede trabajar con toda la planta viéndolo en todo momento.
Toda mi vida es un gran cubo de cristal. Ni siquiera soy capaz de recordar algún momento en el que haya tenido privacidad.
—No la ahuyentes. —Es lo primero que Jim me espeta.
—¿A quién?
—A Vaughn Bennett. Es la candidata perfecta para hacer de tu novia falsa. La necesitamos.
—Sí, igual que yo a un enema. ¿Has visto qué boca tiene esa chica?
—Oakley, te lo advierto.
—¿Qué? —Pongo los ojos en blanco y me dejo caer en la gran silla de piel que hay tras su majestuoso escritorio.
No comenta nada respecto a que me haya sentado en su silla. No puede, porque soy el puto Oakley Ford.
—Uno —empieza Jim—. No tontees con ella…
—¿No tenemos que hacer precisamente eso? Se supone que vamos a salir juntos.
—El objetivo es rehabilitar tu imagen. Vaughn jugará un papel crucial en ello, lo que me lleva al punto número dos: nada de antagonismo.
Estoy a punto de decir «ha empezado ella», pero con ello sonaría como un niño de cinco años. Aunque es cierto. Vaughn Bennett ha sido la que se ha comportado de forma borde y contestona. Yo solo he comentado que su novio parece un idiota pretencioso. No es culpa mía que la gente no soporte las verdades.
—¿No podías haber contratado a alguien menos… quejica? —gruño.
—¿Te refieres a una chica más devota? —responde Jim, y su sonrisa cómplice me saca de quicio.
Vale, puede que me enfade la completa falta de… ¿respeto, supongo? No espero que todas las chicas que conozca se postren a mis pies y me declaren su amor incondicional, pero venga, al menos debería haber dicho que le gustaba mi música o algo. O felicitarme por mi último Grammy.
¿Qué se cree esta chica, comportándose como si me hiciera un favor por sentarse en la misma sala de reuniones que yo? Soy Oakley Ford.
—¿Entonces has cambiado de opinión sobre lo de trabajar con King? —inquiere Jim.
Le fulmino con la mirada.
—Tiene que haber otra forma. Volvamos a llamarle.
—Claro. —Jim saca su móvil y lo desliza hasta el centro del escritorio entre nosotros—. Llámalo. Es el décimo de mis números favoritos.
Parece un desafio. Cojo el teléfono y empiezo a marcar, pero me doy cuenta de que estoy en el registro de llamadas de Jim. Un quinto de las llamadas son a King. Alzo la mirada para encontrar la de Jim y lo que veo no me da buena espina. Es una mezcla de culpa y resignación.
Él agacha la cabeza.
—He intentado llamarlo. No coge mis llamadas para hablar de ti. No le interesa, no hasta que le demuestres que no eres un pequeño capullo consentido que prefiere estar de fiesta en discotecas antes que hacer buena música. Así que si tienes una idea mejor, soy todo oídos, pero como no lo secuestres, lo lleves a una cabina y te montes un «Misery», no creo que vaya a trabajar contigo.
No puedo seguir manteniendo el contacto visual porque no tengo ninguna otra idea. Me froto la garganta y me pregunto cómo he podido perder la chispa.
Si fingir que salgo con una chica que no conozco, a la que no le caigo bien, le trae de vuelta, entonces seré el mejor novio que haya tenido esta chica.