Cuando es real. Erin Watt
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Cuando nuestros padres fallecieron, empecé a beber esa repugnante bebida con ella. Ahora es parte de mi rutina, pero siempre lo diluyo con leche. Paisley llama a mi café un mitad y mitad. Mitad café, mitad leche.
—Oí que te levantaste a las tres —murmura mientras se sienta a la mesa del desayuno de cristal—. ¿Estás bien?
—No podía dormir. —Tiro el agua del grifo y saco una jarra de agua de la nevera—. ¿Crees que es lo correcto? —pregunto mientras echo el agua en el tanque de la cafetera y vacío el filtro de posos—. Le di vueltas anoche y no es el salir de mentira lo que me molesta —soy una campeona a la hora de fingir—, sino la duración. ¿Todo un año, Paisley?
Me siento a su lado y arranco un trozo de su bollo.
—Sé que parece mucho tiempo, pero a menos que sea una relación seria, no tiene sentido montar toda esta farsa. —Ella también parece cansada—. No tienes que hacerlo si no quieres. Estaremos bien sin el dinero.
La culpabilidad me atraviesa al escuchar su tono de voz derrotado. Paisley ha mantenido a la familia unida con determinación y coraje. Cuando los servicios sociales quisieron separarnos y mandar a los gemelos a una casa de acogida, Paisley no lo permitió. Se dio prisa con las clases en el instituto, ya que se matriculó en más clases de las que yo pensaba que se podían hacer en un solo año, y se graduó en tres años en lugar de cuatro. Trabajó en dos sitios diferentes hasta que la contrataron en Diamond. Mientras, yo me ocupaba de la casa: cocinar, limpiar y asegurarme de que las vidas de los gemelos permanecieran todo lo estables posible.
A pesar de nuestro esfuerzo, sé que estamos con el agua al cuello.
Un año comparado con lo que Paisley ha sacrificado no es nada.
—Lo voy a hacer —anuncio con firmeza—. Por eso me he levantado a las tres. Para firmar los papeles. —Y comerme la cabeza sobre cómo decírselo a W. Me giro para observar el café caer en la cafetera—. Es decir, no voy a comer bichos, heces ni nada repugnante. Hay cosas peores que salir con Oakley Ford por dinero, ¿verdad?
—Cierto —sonríe aliviada—. Y no es un mal chico. Puede ser encantador si quiere, y haréis muchas cosas divertidas. Me aseguraré de que las citas tengan cosas que te guste hacer.
—Genial—. Trato de mostrar algo de entusiasmo por Paisley. Está claro que la posibilidad de obtener todo ese dinero le quita un gran peso de encima, y sería una hermana terrible y egoísta si no quisiese eso para ella. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en lo mucho que cambiará mi vida.
—Aún te preocupa algo —dice al tiempo que parte otro trozo del bollo para mí.
Yo me lo meto a la boca y mastico antes de admitirlo.
—Es W. No sé cómo voy a decírselo.
Paisley sacude la cabeza.
—No le puedes dar todos los detalles. El contrato de confidencialidad no lo permite.
—Lo sé. —Froto una zona de la mesa—. ¿Esas cosas son muy estrictas?
—¿El contrato? Mucho —responde Paisley, y sus ojos se abren del susto—. ¿Recuerdas a Sarah Hopkins?
—¿La canguro que se tiraba a Mark Lattimer y rompió su matrimonio?
Mark Lattimer es el líder de la banda de rock Flight. El año pasado tuvo un divorcio desagradable. Apareció en todas las revistas de cotilleos durante unos tres meses. El escrutinio no acabó hasta el siguiente escándalo.
—¿No tenía un problema con la droga y se prostituía para pagarla? —pregunto.
—Sí, ¿y sabes cómo se enteró la prensa del corazón?
Antes no lo sabía, pero ahora me lo imagino.
—Firmó un contrato de confidencialidad pero después decidió que estaba cansada de que la culpasen del matrimonio fallido de Mark y Lana. En su círculo íntimo, todos sabían que tenían una relación abierta. A ella no le importaba la canguro hasta que los pillaron en público. Después, pagaron a Sarah pero esta no quiso quedarse callada. Así que Jim le dio toda la información a la prensa. Básicamente arruinó su vida.
—Entonces, si lo incumplo, Jim bombardeará nuestra casa.
—Nuestras vidas —me corrige Paisley seria—. Oakley Ford vale millones para Jim. Su última gira sumó doscientos cincuenta millones de dólares.
La miro con la boca abierta. No sabía que en la vida real los números fuesen tan altos.
—A lo que te refieres es que o lo hago al cien por cien o nada.
—Exacto. Solo le puedes decir a W lo que el contrato dice que le puedes contar. Algo más y Jim nos aplastará como cucarachas.
«Nos». No a mí, sino a toda mi familia.
***
Paisley lleva a los gemelos al colegio y yo limpio la casa, preparo la cena e intento comer algo antes de coger el autobús que me lleva a la Universidad del Sur de California para ver a W. Su última clase termina a las dos.
Jim Tolson me ha mandado otro contrato de confidencialidad por correo, este para que W lo firme. Es como si tuviese millones en su portátil, listos para dárselos a la gente ignorante.
El semestre solo lleva una semana de clases, así que a nadie parece interesarle estudiar. Varias puertas están abiertas cuando llego y en el pasillo se escucha todo tipo de música y sonidos.
Una parte de mí se arrepiente de no matricularme este año. W quería que lo hiciese, pero al ver a Paisley trabajando sin descanso para asegurarse de que pagábamos todas las facturas, yo quise contribuir. Tomarme un año de descanso para ganar dinero era lo que más sentido tenía. Sin embargo… cada vez que entraba en la residencia de W y veía a todas las chicas guapas merodeando por los pasillos, sentía un ataque de nervios al instante.
—Toc, toc —digo en el umbral de la puerta abierta.
W y sus compañeros de cuarto están sentados en el sofá de segunda mano jugando a Madden. Dos chicas que no conozco están acurrucadas en el sillón de la esquina. Siempre tienen a chicas aquí. Al igual que con el resto, finjo que no me importa, porque lo último que quiero es parecer la típica novia celosa e inmadura de instituto.
W se levanta inmediatamente.
—V, no sabía que ibas a venir.
—Te he mandado un mensaje.
Él hace una mueca.
—Estábamos jugando. Chicos, os dejo. Ha venido mi chica.
—Pon un calcetín en la puerta —grita Mark al tiempo que W cierra la puerta de su habitación. Mark es un chico del norte del estado que siempre me pregunta cómo es W en la cama, como si supiera que nunca lo hemos hecho y disfrutase al provocarme con ello.
W me sonríe con las manos en las caderas.
—¿Necesito poner el calcetín?
—Hay