Cuando es real. Erin Watt
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Sí, la conversación irá de lujo.
Claudia se inclina hacia adelante.
—No es diferente a como si estuvieses actuando en una serie de televisión. Recuerda, eres la protagonista de una gran historia de amor.
Su aplomo tampoco me ayuda. Puede que no sepa lo que quiero en la vida. Puede que le diga a todos que quiero ser profesora porque es más fácil que admitir que no tengo ni idea de cuál va a ser mi futuro y que preferiría esconderme en un bar, como camarera, durante los próximos cinco años. Pero sí sé que la industria del cine y de la música no me interesa.
Paisley me vuelve a dar un apretón en la mano, probablemente para recordarme por qué estoy haciendo esto. Al hacerme pasar por novia, voy a poder quitarle una gran carga de encima a mi hermana mayor y voy a poder mantener a mis hermanos. No es como si estuviese vendiendo toda mi vida. Es solo un año.
—¿Qué tengo que hacer? —pregunto con resignación.
—Solo os tenéis que dar unos cuantos besos, cogeros de la mano en ciertas ocasiones. No es nada, de verdad. —Claudia mueve la mano con frivolidad—. Y no hace falta que incluyamos en el contrato más que algunos términos generales sobre el contacto físico cuando sea necesario.
—¿Es necesario que aparezca en el contrato? —pregunta Oakley, molesto.
—Estoy de acuerdo. Si alguna vez sale todo esto a la luz, sería horrible para la imagen de Oak —puntualiza Jim.
—Los términos han de ser específicos para que la chica pueda atenerse a ellos —contesta uno de los hombres trajeados. Luego él y Jim se enzarzan en una discusión en voz baja hasta que el abogado cierra la boca con clara derrota, aunque a regañadientes—. Vale, pueden ser generales, pues. Un contrato genérico de servicios.
En cuanto eso estuvo decidido, Claudia vuelve a su lista. Me pregunto cuán larga es. Miro al gran reloj blanco sobre la pared. Ya han pasado tres horas y estoy agotada.
—Volvamos a hablar de su aspecto.
—No voy a cambiar de look —digo—. Me gusta como soy.
Me gustan mis vaqueros cómodos y ajustados, mis camisetas coloridas y las Vans que W y yo que nos diseñamos en la mañana de orientación el pasado semestre. Las zapatillas están cubiertas de un montón de detalles que marcan nuestras citas favoritas. Tienen una varita mágica a lo largo de la suela izquierda, porque ambos somos fans de Harry Potter. Luego un farol, para representar el escaparate que hay en Wilshire, donde W me besó por primera vez. Donde sí que hubo lengua. Sus iniciales están en la parte de atrás de un zapato, y las mías están en la otra. Él también tiene un par igual, pero no se las pone. Dice que no quiere estropearlas.
—¿Tienes un look? —Oakley levanta las cejas.
—Sí, y es mejor que el tuyo —respondo, cansada de su actitud—. ¿Te mataría llevar pantalones que realmente se ajustaran a tu cintura? A nadie le interesa verte la ropa interior.
—Nena, todos quieren ver mi ropa interior. Me pagan cien mil dólares por cada foto que saquen los paparazzi.
—¿Nena? —me burlo.
Él se inclina y junta sus dedos, sorprendentemente elegantes.
—¿No te gusta? Entonces elige otro. Eres mi «novia» —me recuerda, también con burla.
—¿Entonces te van las niñas?
—¿Qué? —Se echa hacia atrás—. No. Vale. ¿Qué tal…
—Finge pensar y luego chasquea los dedos—… vieja?
—Genial. —Le ofrezco la más falsa de las sonrisas—. Yo te llamaré a ti… pichafloja.
—Vaughn, es asqueroso —interrumpe mi hermana.
Oakley se cubre la boca. Juro que veo una sonrisa. Espero a que responda y no me decepciona.
—No tengo ningún problema, cara cangrejo.
—Bueno, ya está bien. No hace falta que aparezca nada de eso en el contrato.
El abogado de Oakley remueve los papeles con inquietud.
Me giro de nuevo hacia Claudia. He cedido en lo de los besos, en las citas, en la ruptura organizada con mi novio en las redes sociales, pero ni de coña voy a dejarles que me cambien el aspecto físico. Tendré que luchar por algo, ¿no?
—Pensaba que queríais a una chica normal. Yo soy una chica normal. Esto es lo que llevamos las chicas normales.
Cuando Claudia y Jim intercambian una mirada, sé que esta batalla la he ganado. Están de acuerdo con mantener mi aspecto… por ahora.
—Pero cuando os hagamos fotos, al menos deja que te maquillemos. Querrás que lo hagamos —me promete Claudia.
Mmm. No me gusta como suena eso.
La negociación continúa. ¿Cuándo saldrá nuestra primera foto oficial? ¿Dónde sucederán las citas? ¿Iré a alguna gala de premios con él? ¿Y la semana de la moda de Nueva York? ¿Con qué frecuencia deberían vernos juntos? ¿Todos los días? ¿De vez en cuando?
Ah, y yo no voy a tener el número de teléfono de Oakley. Como si me importara.
Pero aun así me parece raro, porque, ¿qué chico de diecinueve años no tiene permitido darle su número a su propia novia? ¿Y cómo se comunica con sus amigos? Espera… ¿tiene siquiera amigos? ¿O son todos falsos como yo?
Lo miro de soslayo y siento un ramalazo de compasión. Ay, madre. ¿Ya estoy empezando a sentir pena de él? Creo que puede ser.
Pero entonces mi estómago gruñe y me recuerda que aún sigo enfadada. Y hambrienta.
—Nos mandarás un mensaje a Amy o a mí si quieres ponerte en contacto con Oakley —dice Claudia.
—Tengo la sensación de que necesito tener mi propio equipo. Mi equipo puede ponerse en contacto con el tuyo —bromeo.
Nadie se ríe. En cambio, Claudia parece como si realmente estuviese considerándolo, pero luego lo descarta.
—No, creo que dos adultos tuiteándose el uno al otro y comentándose en Instagram va a parecer demasiado falso. Y tu forma de expresarse, eso lo queremos conservar. Mientras que Amy lleva publicando cosas en la página de Oak un par de años.
¿Tengo una forma de expresarme?
—Como queráis. —Estoy cansada y tengo hambre. Una barrita de cereales no ha sido bastante, y mi estómago vuelve a gruñir para alertar a todo el mundo de ese hecho.
—¿Solo te has comido esa barrita de cereales en lo que llevamos de día? —pregunta Oakley.
La sorpresa me embarga. De todas las personas en esta sala, ¿Oakley ha sido el único en preguntar?
—He