Género y juventudes. Angélica Aremy Evangelista García
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La investigación en la ZMVM corresponde a la tesis doctoral de Jahel López (2012) y se desarrolló entre 2008 y 2012. En ella, la autora analizó la experiencia juvenil de las mujeres indígenas que migran de zonas rurales a la ciudad para trabajar, específicamente para insertarse en el empleo doméstico remunerado y, en menor medida, en otros ramos del sector de servicios, casi siempre de manera informal. Para entrar en contacto con ellas, se realizó observación etnográfica en los lugares donde se reunían los fines de semana, principalmente en dos salones de baile ubicados en el centro de la ciudad. Se hizo también contacto a través de amistades y de una bolsa de trabajo localizada en una iglesia católica. Asimismo, se realizaron diez entrevistas semiestructuradas a mujeres jóvenes migrantes para conocer de su propia voz su historia migratoria, su inserción laboral y habitacional en la ciudad y sus experiencias construidas en la ciudad como mujeres, indígenas, jóvenes y migrantes.
En el caso de la migración indígena estudiada por López en la ZMVM, dos grupos son protagonistas: las mujeres y los jóvenes de ambos sexos que eligieron esta zona metropolitana como lugar de destino, aprovechando los mercados laborales de servicios y la industria de la construcción que sobrevive con relativo éxito en la ciudad. Otros integrantes de sus familias se reparten entre las localidades rurales, las ciudades fronterizas, las zonas agroindustriales del norte y las zonas turísticas, donde se ha desarrollado un mercado para las artesanías y el comercio indígenas, así como en algunos lugares de Estados Unidos (Sánchez, 2002; Arias, 2009; López, 2012).
Estas mujeres inmigrantes de procedencia rural se establecieron en la ciudad principalmente como trabajadoras domésticas remuneradas, aunque algunas desarrollaron actividades laborales en otras ramas del sector servicios como cocineras, meseras, vendedoras y ayudantes en restaurantes y comercios, la mayoría bajo condiciones de informalidad; es decir, se trataba de trabajos eventuales y flexibles, sin contratos ni prestación laboral alguna.
Los lugares de origen de las jóvenes entrevistadas se ubicaban en el Estado de México, Puebla, Veracruz, Oaxaca, Chiapas, Hidalgo y Michoacán. En el caso de los migrantes indígenas, sobresalen los mazahua, originarios de la región indígena15 Mazahua-Otomí, y nahuas procedentes de las regiones Huasteca y Sierra Norte de Puebla-Totonacapan, por su cercanía relativa a la ZMVM. Con la finalidad de contrastar las experiencias y su especificidad como indígenas, se incluyó a mujeres y varones mestizos provenientes de Puebla y Veracruz.
Una característica muy importante de este grupo de mujeres y varones migrantes, indígenas y mestizos, es que su llegada a la ciudad se debió principalmente a la búsqueda de trabajo, y sucedió en un rango de edad entre los 12 y 19 años de edad —según los datos de la investigación de campo—, la mayoría estando solteros y sin hijos. Estas características, aunadas a los tipos de trabajo que desempeñaban en la ciudad, les permitían llevar cabo una serie de prácticas y vivencias, que en el caso de las mujeres eran más relevantes pues les permitían conformar un tipo de experiencia no asociada con las mujeres indígenas:
1 La experiencia de vivir fuera de la casa de los padres sin que implique el paso a la vida conyugal.
1 La posibilidad de trabajar de forma remunerada y, con ello, percibir y manejar recursos económicos que regularmente compartían con su familia de origen, pero que también utilizaban en beneficio propio para comprar ropa, accesorios y artículos varios, como teléfonos celulares o aparatos para escuchar música, así como para la recreación y diversión.
1 La posibilidad de experimentar el noviazgo como una etapa previa a la vida conyugal. En este mismo tenor, la vivencia de la sexualidad separada de la reproducción también aparece como una posibilidad para las mujeres indígenas jóvenes migrantes, al flexibilizarse, pero no borrarse, las formas de control familiares y comunitarias.
1 La posibilidad de relacionarse con mujeres y hombres no pertenecientes a la comunidad o grupo étnico del que ellas provienen.
1 Por último, la experiencia de compartir y construir espacios con otras personas iguales en condición o situación para hacer uso del tiempo libre y de ocio.
La metodología elaborada para el estudio de las jóvenes indígenas en la ZMVM y de las mujeres y hombres jóvenes mixtecos en el AMM, desde una perspectiva antropológica de la juventud, nos obligó a considerar en el estudio las categorías de género, clase y etnia para complejizar el análisis y dar cuenta de una manera más profunda del fenómeno de interés: la construcción de lo juvenil en contextos indígenas migratorios. En los dos siguientes incisos trataremos de ilustrar etnográficamente el resultado de dicho análisis.
A) Transformaciones en la organización de género y en las relaciones intergeneracionales
Podemos sostener que sin una perspectiva de género16 no es posible apreciar los espacios en los que se desenvuelve la juventud, especialmente en el caso de las mujeres. Para indagar sobre ello deben tomarse en cuenta los contextos históricos y socioeconómicos, tanto los que han frenado como los que han propiciado cambios en la condición, situación y posición de género de las mujeres.
La participación femenina en las culturas juveniles debe explicarse, entonces, en el contexto del reconocimiento de la ciudadanía de las mujeres, es decir, desde el derecho a tener derechos, lo que hace posible, por ejemplo, su incorporación al mercado laboral y a la educación formal o el acceso a los métodos anticonceptivos, entre otras transformaciones que han afectado la vida de las mujeres, en especial la de las jóvenes, al abrir sus posibilidades de vida y desarrollo social tanto como sus formas de expresión y sus identidades (López, 2012). Estos aspectos valen también para el estudio de la juventud de las mujeres indígenas.
En este último caso, los medios de comunicación son un factor de cambio17 tanto en la organización de género, como en las relaciones intergeneracionales, al transmitir imágenes y mensajes de modelos de conducta cada vez menos ajenos para las comunidades indígenas, como son las relaciones amorosas, el cortejo, el noviazgo, el matrimonio, la sexualidad o nuevos papeles femeninos (Urteaga, 2008).
La aceptación o no de estos modelos de conducta está asociada íntimamente con la organización de género, clase y edad, en la que adultos y jóvenes pueden estar en tensión y conflicto, según sea la fuerza de la jerarquía