Género y juventudes. Angélica Aremy Evangelista García
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El segundo núcleo temático se concentra en el tema de las identidades y hace referencia a la relación entre ciudad, jóvenes y familia, en la que se explica cómo las mujeres y hombres jóvenes indígenas en las ciudades se enfrentan a la paradoja de seguir reproduciendo sus grupos culturales, o abandonarlos ante la discriminación que enfrentan en la ciudad por su condición étnica, por lo que: “sus procesos de identidad personales forman parte de procesos más amplios en los que están involucrados sus grupos familiares y sus comunidades culturales, y en el seno de ellos y/o en confrontación y negociación con ellos” (Pérez, 2002: 17-18).
Pérez (2002) traza estos dos núcleos temáticos desde una mirada panorámica demográfica y temática que revela la gran variedad de situaciones y problemas que enfrentan los jóvenes cuando llegan a las ciudades y viven en ellas, lo que nos proporciona dos posibilidades analíticas para abordar la condición juvenil indígena urbana. En ambos núcleos se hace necesario caracterizar y posicionar a los sujetos migrantes en las diferentes estructuras de poder donde construyen sus experiencias, identidades y subjetividades. Dichas estructuras de poder podemos materializarlas en la organización de género, las relaciones intergeneracionales, las estructuras interétnicas y las de clase, tal como intentamos mostrar en el siguiente apartado, al exponer algunos de los datos etnográficos que elaboramos tanto en la ZMVM, como en el AMM.
Jóvenes indígenas trabajadoras en la ZMMV y jóvenes mixtecos en el AMM
Los datos etnográficos que exponemos en este apartado corresponden a la investigación de dos experiencias: 1) la de jóvenes que residen de manera dispersa9 y en condiciones de aislamiento10 en una ciudad, como es el caso de las jóvenes migrantes trabajadoras en la ZMVM, y 2) la de jóvenes indígenas en una comunidad transregional,11 como es el caso de los jóvenes mixtecos en el AMM.12
La presencia y visibilidad de los jóvenes indígenas en los espacios públicos de las ciudades ha ocasionado que en los últimos años se hayan constituido en el centro de atención de la opinión pública y la investigación social (López, 2012). Ello tiene que ver con el incremento de la participación juvenil en los flujos migratorios internos como consecuencia de la pobreza, la falta de empleo y de recursos para la producción, la carencia de centros educativos en los ámbitos rurales e indígenas, la violencia, o los conflictos políticos y religiosos en ámbitos rurales indígenas (Pérez, 2004). Tales situaciones se deben en gran parte a que: “en los últimos veinte años ocurrió un debilitamiento en las estructuras económicas y sociales rurales, lo cual propició un nuevo éxodo del campo” (Pacheco, 2009: 53), por lo cual, como señala Patricia Arias: “La migración parece haber sido la principal respuesta a la crisis de las producciones agrícola y forestal tradicionales, a la degradación de los niveles de vida y al deterioro del consumo de la población rural [en México]” (Arias, 2009: 22).
En particular, la migración indígena y juvenil se origina en las regiones y comunidades rurales donde la movilidad territorial —temporal o definitiva— y la venta de fuerza de trabajo constituyen casi las únicas posibilidades para su sobrevivencia.
Si bien la migración indígena rural-urbana interna no es un fenómeno reciente, sí podemos considerar que estamos ante una nueva generación de migrantes indígenas, constituida por familias, mujeres solas y mujeres y varones jóvenes solos, incluso menores de edad, que ha emergido a partir de la crisis económica de la década de 1980, de la consolidación del Estado neoliberal en los medios rurales y urbanos de nuestro país en la década de 1990, y del endurecimiento de la frontera norte durante la primera década del siglo XXI.13
Esta tercera generación de migrantes se caracteriza por la heterogeneidad de actores que la conforman, de origen geográfico y cultural diverso. Esto se debe a que la migración indígena actual se ha generalizado a casi todos los grupos étnicos establecidos en los medios rurales, cuyos integrantes coexisten en la ciudad desplegando diversas estrategias de asentamiento y distintas maneras de insertarse en el tejido económico y social (Arias, 2009). Por lo tanto, la migración contemporánea en las ciudades se caracteriza por ser un “fenómeno a largo plazo, que puede ser definitivo”, pues cada vez más las familias indígenas están “disociadas de las actividades agrícolas y de la tenencia de la tierra” (Arias, 2009: 83). Esto último ha llevado a gran parte de sus integrantes a buscar en las ciudades los medios, recursos o satisfactores sociales para su sobrevivencia, a conformar un asentamiento urbano y a residir permanentemente en él, como es el caso del grupo mixteco en el AMM referido en este capítulo.
La migración de indígenas mixtecos desde San Andrés Montaña, Oaxaca, hacia el AMM ocurrió en la década de 1980. Su proceso de inserción social y urbana hizo posible que los hijos de los primeros migrantes mixtecos, denominados también como segundas y terceras generaciones, desplegaran una experiencia comunitaria en la conformación del asentamiento donde residen al parecer de forma definitiva, pues en ocasiones las narraciones intergeneracionales coinciden en que “es difícil regresar al pueblo y allá no hay trabajo”.
Dicho asentamiento comunitario ahora está conformado por familias extensas compuestas por tres generaciones que ya cuentan con integrantes nacidos en el AMM. Éste es el caso de algunos jóvenes mixtecos, quienes tienen una presencia social relevante y desarrollan su vida cotidiana enfrentando conflictos y tensiones al interior de la familia y la comunidad, principalmente a causa de la emergencia de la juventud, en la cual han influido una serie de procesos socioculturales que configuran un periodo juvenil en permanente construcción dentro de la comunidad mixteca en cuestión, y en el contexto del AMM en general, con características asociadas con las formas de organización comunitaria que existen en la ciudad y con los procesos juveniles urbanos.
Desde la perspectiva de los jóvenes mixtecos que colaboraron en esta investigación,14 el contexto migratorio presenta nuevos atributos que determinan la construcción de una condición juvenil y que contrastan con los elementos de producción de la misma en el lugar de origen. Por ello, existen diferencias en cuanto a las situaciones de vida de los jóvenes mixtecos, que adquieren una multiplicidad de referentes identitarios vinculados con la organización de género y de generación, como el ser estudiante, universitario, artesano, músico, empleado o comerciante ambulante, o por “estar” en un lapso de tiempo considerado como “libre”, es decir, sin estudiar ni trabajar, mientras se busca un empleo o se continúa con los estudios.
Es en las situaciones antes mencionadas en las que los jóvenes entrevistados expresan una configuración juvenil e indígena cuya construcción despliega una serie de prácticas y significaciones en diferentes zonas fronterizas (Urteaga, 2010), como el posicionamiento para formular ciertas demandas, entre ellas el derecho a “ser jóvenes”, tanto al interior de sus familias como en la comunidad mixteca, y sus formas de organización en el AMM. De acuerdo con el trabajo de campo realizado en dicho contexto, puede agregarse que las familias mixtecas “están definidas y organizadas por su inserción en la economía urbana de la ciudad” —en este caso, Monterrey y su área metropolita—, de acuerdo con “divisiones de género que se crean o recrean en el ambiente urbano” (Arias, 2009: 154-155), además de las relaciones intergeneracionales, interétnicas y de clase.
En este marco, podemos enumerar los siguientes hallazgos etnográficos que se derivan del trabajo de campo realizado: a) un corpus de ideas y prácticas