Pensadores de la nueva izquierda. Roger Scruton
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Esto me lleva a E. P. Thompson. Si este autor es importante para nosotros es porque fue consciente de los problemas planteados por la teoría marxista de clases y supo que las interpretaciones apresuradas o imprecisas de la misma habían generado gran confusión sobre la diferencia del en sí y para sí. Para Thompson, lo relevante era la clase para sí. En la teoría marxista original, que define la clase por su posición en las relaciones de producción y por la función económica que desempeñan quienes la integran, la clase trabajadora inglesa tendría que haber existido desde la época de la primera forma de producción capitalista en la Inglaterra medieval[13]. Pero, como Thompson señala, en aquella época no había nada comparable a lo que después fue la “clase trabajadora”, en el siglo XIX. En otro lugar contesta a los historiadores marxistas que, con el deseo de dar credibilidad al esquema histórico del Manifiesto Comunista, pretenden convencernos de que la economía francesa antes de la Revolución (“burguesa”) era de tipo feudal. Todas estas ideas, a juicio de Thompson, muestran una obsesión por categorías simplistas a expensas de la complejidad de los fenómenos históricos.
Es difícil estar en desacuerdo. Pero Thompson sigue convencido de que la teoría marxista de la lucha de clases sigue siendo iluminadora y que resulta aplicable, aunque modificando algunos de sus aspectos, a la historia de Inglaterra. En The making of the English working class sostiene que ninguna concepción “materialista” de clase resulta adecuada: «Las clases están definidas por hombres mientras viven su propia historia y, al fin y al cabo, esta es su única definición». En otras palabras, la clase en sí surge de la clase para sí, y la vieja suposición marxista de que la conformación de las clases se encuentra precedida por la conciencia de clase no es correcta. ¿Cómo si no puede tener sentido la afirmación de que las clases siempre se encuentran en “lucha”? Roberto Michels expresó esta cuestión sucintamente: «No es la simple existencia de condiciones opresivas, sino el reconocimiento de estas condiciones por los oprimidos, lo que en el transcurso de la historia ha constituido el factor primordial de la lucha de clases»[14]. En este contexto se ha de plantear la pregunta, trascendental para la Nueva Izquierda en general, de si la gente puede estar realmente oprimida sin saber que lo está.
Como señala Thompson, la clase trabajadora inglesa nació gracias a una diversidad de factores, y no solo por las condiciones económicas de la industria manufacturera: también influyó en su surgimiento la existencia de formas religiosas inconformistas, que brindaron a la gente el lenguaje para expresar sus nuevas preferencias, el movimiento en favor de la reforma parlamentaria y electoral, las asociaciones creadas en los centros industriales y otros mil factores concretos que ayudaron a forjar una identidad común y a encontrar soluciones que articularan las necesidades y las demandas de la fuerza de trabajo industrial. Esta noción de clase, que tiene en cuenta la interacción de circunstancias “materiales” y la conciencia de ellas, resulta posiblemente más convincente que la de Hobwbawn. Con ella Thompson presenta una imagen de la clase trabajadora con la que no es necesario estar en desacuerdo: un conjunto de personas que se caracterizaban en parte por ganarse la vida mediante el trabajo asalariado, pero también por estar implicados en costumbres sociales, instituciones políticas, creencias religiosas y valores morales, que los vinculaban a una tradición nacional compartida con el resto de conciudadanos.
Con esta concepción es difícil avanzar en el análisis marxista de la sociedad, pues según este último el proletariado surge como una novedosa fuerza internacional, sin lazos comunitarios ni identidad nacional, y sin interés por mantener el orden político existente. El revisionismo histórico de Thompson demuestra que contamos con un gran número de instituciones que han sido capaces de adaptarse al cambio de circunstancias y dar expresión institucional a determinadas demandas, que de ese modo han sido así conciliadas y superadas. Una clase trabajadora con valores inconformistas, deseosa de lograr representación parlamentaria y que se identificaba conscientemente con los parlamentarios del siglo XVII y las obras de Bunyan, no se puede considerar una de las partes en liza en la “lucha de clases marxista”, que se declara enemiga de todo orden establecido y contraria a las instituciones que confieren legitimidad a los poderes existentes. Pero Thompson insiste en afirmar que su interpretación asigna a la clase trabajadora la misma función histórica que la que le otorga el mito izquierdista: «Estos hombres se encontraron con el utilitarismo en su vida cotidiana y trataron de echarlo atrás, no ciegamente, sino con inteligencia y pasión moral. Combatieron no a la máquina, sino a las relaciones explotadoras y opresivas, intrínsecas al capitalismo industrial»[15].
Estos hombres en cuestión eran los miembros de la clase trabajadora inglesa, tal y como Thompson la describe. Pero téngase en cuenta la peculiar vaguedad que reviste la observación (conclusiva), que se protege frente a la realidad apoyándose en la neolengua marxista. ¿Contra qué luchaban? Contra un simple ismo. ¿Utilitarismo? Pero ¿cómo es posible luchar contra una doctrina filosófica? ¿De qué armas disponía la clase trabajadora industrial? ¿O luchaban contra la explotación? Pero si así fuera, ¿cómo se define en ese caso la explotación? ¿Creían los trabajadores que las relaciones opresivas eran intrínsecas al capitalismo? ¿Qué implican términos como “industrial” y “capitalismo”? ¿Sería también el comunismo industrial igual de malo, por ejemplo?
Thompson no ofrece una respuesta clara a ninguna de estas preguntas; que la clase trabajadora estaba unida por su común oposición al capitalismo se concluye como por arte de magia. Es cierto que la mayoría de las veces los trabajadores reaccionaron negativamente frente a las fábricas y sus condiciones laborales. Pero la propiedad privada de las mismas —que era todo lo que en ese contexto significaba el término capitalismo— era seguramente irrelevante para ellos. Lo que les inquietaba eran las condiciones en las que tenían que trabajar para ganar su salario, y habrían estado igual de preocupados, aunque las fábricas hubieran sido propiedad del Estado o de cooperativas o de cualquiera que les exigiera lo mismo. Lo que realmente querían era un trato más digno, y poco a poco consiguieron entender que lo lograrían mejorando su propia capacidad para negociar. La solución, pues, no era la propiedad pública de las fábricas, sino la sindicalización de la fuerza de trabajo. Como ilustra la historia posterior, los sindicatos fomentan el interés de sus miembros solo donde los salarios se encuentran determinados por el precio de mercado del trabajo, es decir, únicamente en una economía (capitalista) libre.
Este tema nos lleva de nuevo a Hobsbawm y a la teoría marxista de clases. Los análisis de Thompson sobre la clase trabajadora inglesa la describen como un agente colectivo, que actúa, se enfrenta a determinados hechos, lucha por otros y que puede tener éxito, pero también fracasar. En otro libro (The peculiarities…, p.33), Thompson expresa un saludable escepticismo frente a esa concepción antropomórfica del proceso histórico, que ha persistido, por diversas razones, en la interpretación marxista de la lucha de clases. Pero esta metáfora, como la denomina el propio Thompson, tiene implicaciones que no pueden ser aceptadas. En la historia, ciertamente, se manifiestan agentes colectivos, que actúan bajo un “nosotros” y que tienen un propósito común. Pero para el conservadurismo es importante precisar que las clases no son uno de ellos.
¿Qué es, pues, lo que lleva más eficazmente a la gente a constituir un “nosotros” y les permite unir sus fuerzas bajo un destino e interés común? Como Thompson aclara, son precisamente factores que no forman parte de las condiciones materiales, pero que resultan trascendentales: el lenguaje, la religión, las costumbres, las asociaciones y las tradiciones políticas; en resumen, todas estas fuerzas que integran a individuos en competencia en la identidad compartida de una nación. Considerar a la clase trabajadora como un agente, incluso en sentido metafórico, es desconocer la verdadera importancia de la conciencia