Cuéntamelo todo. Cambria Brockman

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Cuéntamelo todo - Cambria Brockman Ficción

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qué se dedica? —pregunté.

      Habíamos empezado a hablar en voz baja, esperando a que Gemma se durmiera, pero creo que ella habría perdido el conocimiento, aunque hubiera estado en medio de una función de circo. Comenzó a roncar mientras recogíamos latas de cerveza vacías del suelo y las apilábamos en nuestros brazos.

      El rostro de Ruby se tensó. No quería hacerla sentir incómoda, así que cambié de tema:

      —Le eché un vistazo a Dartmouth. Es un lugar bonito. Nuestro guía no llevaba zapatos.

      Se relajó un poco, aliviada.

      —Sí —dijo—, son un montón de hippies. Hippies realmente inteligentes.

      Recuperó la compostura, en paz nuevamente. Pensé en mi hogar y en cómo a mí tampoco me gustaba pensar en él. Lo entendía, así que no pregunté más. Ya estaba temiendo las vacaciones escolares, buscando pretextos para quedarme en Maine.

      Ruby se volvió hacia Gemma, con la cabeza inclinada a un lado.

      —Supongo que las compañeras de habitación son algo así como la familia. No puedes elegirlas, y siempre están ahí —dijo—. Y las quieres a pesar de sus defectos.

      Nos quedamos en silencio un momento.

      —¿Eres hija única? —pregunté.

      Rio.

      —¿Cómo lo has sabido? ¿Por mi visión idealizada de los hermanos?

      Le dediqué una breve sonrisa.

      —¿Tú tienes hermanos o hermanas? —preguntó.

      —Sí, algo así —dije. No me habían hecho esa pregunta desde hacía mucho tiempo. Todos en casa sabían lo que había sucedido, así que no había necesidad de preguntar. Se convirtió en un tema a evitar: era demasiado incómodo hablar de eso—. Tenía un hermano mayor, pero murió.

      —Oh —dijo Ruby, colocando una mano en mi brazo, con sus ojos brillantes, abiertos y sinceros—, lo siento.

      —Está bien. Fue hace mucho tiempo.

      —¿Tienes una relación cercana con tus padres? —preguntó.

      Consideré mi respuesta.

      —Más con papá —contesté.

      —¿Con tu madre no?

      —En realidad no. Ella se aisló después de que mi hermano muriera.

      —Eso debe haber sido difícil —dijo Ruby en voz baja—. Mamá se marchó cuando yo era pequeña. Me crio papá.

      La miré mientras remetía las sábanas alrededor de los brazos y las piernas de Gemma, asegurándose de que no pasara frío. Nos quedamos juntas un tiempo, mirando a Gemma inhalar y exhalar, y luego apagamos las luces y cerramos la puerta detrás de nosotras.

t1

      El tiempo se distorsionó mientras seguimos bebiendo. Observé cómo Ruby y John caminaban hacia las escaleras, al final del callado pasillo, con la mano de él presionada contra la parte baja de la espalda de ella. Reían y susurraban, pero estaban demasiado lejos para escuchar lo que decían. John había preguntado si Ruby quería salir a dar un paseo. Sus ojos se habían iluminado y ella había aceptado, dejando que su cuerpo se alineara a su lado.

      Khaled se acercó. La fragancia de su colonia era apenas un poco menos intensa que al inicio de la noche. Ahora se había mezclado con humo de hierba y alcohol. Puso un brazo flojo alrededor de mis hombros y se colocó a mi lado para que ambos miráramos al pasillo. Por lo general, me habría encogido por su cercanía, pero lo supuse inofensivo. Inocente. Ingenuo. Y suelo tener razón sobre la gente.

      —Bonita pareja —dijo—. ¿Crees que tendrán una cita romántica de verdad, o sólo sexo?

      —Hum —rumié. No estaba segura de qué responder—. No lo sé.

      El sexo era algo a lo que me tendría que enfrentar en algún momento. Sabía que era un “tema” en la universidad, algo que las personas hacían y sobre lo cual hablaban. Pero no estaba del todo lista para unirme al club de los sexualmente activos, todavía no. El pasillo estaba vacío, y crucé mis brazos, sintiendo una brisa helada que rozaba mi piel. Khaled suspiró felizmente, disfrutando de nuestro momento de tranquilidad.

      —Entonces —dijo, volviéndose hacia mí—, ¿quieres que nos enrollemos?

      Lo miré: sus ojos enrojecidos por fumar hierba, su sonrisa desaliñada y juguetona. Su aliento caliente, mezclado con ginebra. Contuve una carcajada.

      —Paso, gracias.

      Khaled sonrió.

      —Sí, asumí que dirías eso. Pero valía la pena intentarlo.

      —¿Amigos? —pregunté.

      —Claro, claro —respondió—. ¿Quieres que te acompañe a casa para que estés más segura?

      Negué con la cabeza. Podía cuidarme sola. Khaled me dio un beso ñoño en la mejilla y caminó por el pasillo; cuando comenzó a bajar las escaleras dejó escapar un sonoro eructo.

      Me pregunté adónde irían Ruby y John, qué harían. ¿Sería una cita romántica? O sólo sexo, como había sugerido Khaled. Pensé en esa mirada que John me había dedicado esta mañana, ese guiño, esos ojos juguetones. Vi a mi hermano, una versión más joven de John, e imaginé qué aspecto habría tenido si se le hubiera concedido la oportunidad de madurar. Entonces me sentí enferma y corrí al baño. Vomité toda la cerveza que horas antes había bebido tan ansiosamente.

      CAPÍTULO CUATRO

      TEXAS, 1993

      En uno de mis primeros recuerdos tengo cuatro años. Todo se presenta en blanco y negro. Nos encontramos en un lago, y estoy cómodamente envuelta por un chaleco salvavidas. El viento es cálido y reconfortante. Levanto mi mano al cielo, dejo que el aire se cuele entre mis dedos.

      Estamos en el norte de Texas, en un barco alquilado. Papá está navegando, en pie detrás del timón, sonriendo mientras ganamos velocidad. Su pello está oculto bajo su gorra de béisbol. Se ve tan alto. Todos parecen tan altos. Y yo soy diminuta, un pequeño insecto en comparación con mis padres y mi hermano.

      A medida que comenzamos a avanzar cada vez más rápido, mi madre ríe y me sostiene cerca de su pecho. Su abrazo es firme y lleno de amor. Me adora en este momento. Estoy entre sus piernas, ambas de cara al viento. Bo también está allí; todavía es un cachorro. Está metido entre mi cuerpo y el costado del bote, y sus peludas orejas aletean hacia atrás. Su lengua está fuera y su saliva gotea sobre mi blusa. Mi hermano está al otro lado de nosotras, bien sujeto a un asa metálica. Tiene seis años, ya es un niño grande.

      Fum. Fum. Fum. Navegamos a toda máquina sobre las olas de otro barco y viramos hacia nuestra cabaña de verano. El viento es más fuerte aquí, y siento que no puedo hacer que el aire entre en mi boca para respirar.

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